“Todo lo que hacemos lo podemos decir; no seleccionamos” a los aspirantes, destacó el director del liceo. “Nosotros sorteamos cupos. Y si bien el sorteo es injusto, porque por ahí deja de lado a un chico que quiere venir y se beneficia otro que no tiene tanto interés —y esto sucede todo el tiempo—, no tenemos ningún mecanismo que nos permita generar una mejor inclusión que ese. Es un proceso duro. Son los días menos felices. Pero es el ejemplo de que a cualquier persona que se le da la oportunidad brilla con todo su potencial”, dijo Patritti a Búsqueda.
La mayoría de los jóvenes aspirantes provienen de los barrios de la cuenca de Casavalle, Marconi, Borro, Cuarenta Semanas, Cerrito de la Victoria, Gruta de Lourdes. El año pasado, el sorteo se hizo en octubre, se apuntaron más de medo millar de chicos, hubo lista de espera, y llantos. Por año egresan de las escuelas de la zona entre 1.100 y 1.200 chicos; de ellos, un 40% “se pierden”, abandonan el sistema educativo, y llegan al liceo unos 700; de los cuales se apuntan entre 500 y 600 para tratar de conseguir un lugar en las 100 plazas del Impulso.
En cada generación hay un 30% que pasa de la escuela al liceo sin saber leer ni escribir adecuadamente. “El nivel de los chicos de primero de liceo es el de tercero o cuarto de escuela. La brecha de aprendizaje en esta zona es de tres a cuatro años. Siempre entran al menos dos o tres gurises que no saben escribir su nombre”, contó a Búsqueda el jefe de Administración y Operaciones, Richard Lockhart, que proviene del British.
Por eso se hace un “ataque intensivo” de 10 horas de estudio, todas curriculares. Después tienen talleres: rugby, fútbol, robótica, reparación de notebooks, inglés… Y si no andan bien, tienen clases de apoyo. Los cursos comienzan a mediados de febrero, y terminan en la primera semana de diciembre; hay pocas vacaciones y liceo de verano. Una semana antes de empezar los cursos, el liceo recibe a los nuevos alumnos para “aclimatarlos” al entorno.
Para sustentar esta iniciativa, la Fundación Impulso recurre sobre todo a donaciones de empresas privadas, a cambio de beneficios fiscales. De allí provienen casi el 98% de sus fondos. El costo global del liceo rondó los US$ 2 millones entre la construcción edilicia, en 2011, y los gastos de funcionamiento del primer año.
El apoyo económico empresarial a estas instituciones educativas aumenta cada año. Impulso fue la que más donaciones recibió de educación primaria, secundaria y técnico-profesional en 2016, con un total de $ 57,9 millones, seguida del Liceo Jubilar con $ 16,2 millones, Liceo Providencia $ 12 millones y Liceo Francisco $ 10 millones. La fundación también encabeza el ranking general de instituciones que reciben donaciones, según un informe enviado al Parlamento con la Rendición de Cuentas.
“Filantropía del lucro”.
Una y otra vez se cuestiona la labor hecha por estas instituciones por parte de ciertos sectores políticos y sindicatos docentes. Que cuentan con una “fuerte presencia de empresas nacionales y multinacionales” que “seleccionan” a los estudiantes para demostrar que la “fórmula” funciona, que reciben demasiadas donaciones y que las empresas se beneficien de exenciones impositivas por hacerlas. Todo lo cual, dicen, supone “mercantilizar” la educación.
“Esto está enmarcado en un proceso de privatización que caracterizamos como la filantropía del lucro, que mediante una supuesta neutralidad y benevolencia para ayudar, (…) terminan lucrando con los dineros públicos”, sostuvo el presidente de la Asociación de Docentes de Enseñanza Secundaria (ADES), Emiliano Mandacen, el miércoles 16 en el Parlamento.
El director del Impulso lamentó que se opine sin base. “Cualquier empresa, sindicato o autoridad pública puede venir y ver cómo trabajamos. Hablar sin ni siquiera haber pisado un día esta casa, me parece una falta de respeto a todos nosotros. Hablemos sobre el centro educativo y no sobre ideologías”.
“Obviamente, esto tiene que tener un financiamiento. Yo no tengo problemas en que me financie el Estado. Me encantaría. Porque si el Estado me financia yo también trabajo”, afirmó.
Patritti, quien se dice defensor de la educación pública, aseguró que “jamás” fue consultado por autoridades de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP). Explicó que el proyecto fue diseñado para Secundaria porque es “el mayor desafío” del sistema, y en Casavalle, porque tiene “el clima educativo más descendido de la República”.
“No planteamos la reforma del sistema, sino qué hacer en los contextos desafiantes. Es más… Ojalá no existiera esta clase de proyectos, porque Impulso existe solo por un vacío. Es escandaloso que Casavalle tenga tan poca educación formal. Gracias al Jubilar se instaló en el barrio la educación secundaria. Y en Impulso está, además del liceo, la única UTU del barrio”, dijo.
Consultado tiempo atrás sobre el tema, el presidente del Consejo Directivo Central (Codicen) de la ANEP, Wilson Netto, negó que haya una “privatización” educativa. “No es cierto que se esté privatizando o mercantilizando la educación pública” (Búsqueda Nº 1.910).
No obstante, la directora general de Secundaria, Celsa Puente, mostró preocupación por los liceos gratuitos de gestión privada.
Roles y valores.
En Impulso todo es prolijo, huele bien, funciona, no hay paredes con grafitis ni puertas rayadas, campea la “buena onda” en la comunidad educativa. Nada está librado al azar. La arquitectura es austera, de ladrillo a la vista, madera y chapa. Los salones, talleres y laboratorios, con mobiliario moderno, están bien equipados. Las aulas, integradas, forman un pentágono vidriado que ofrece un sistema panóptico luminoso y transparente. Todos los salones pueden verse desde el patio, por donde esa mañana de viernes caminan unos teros, y pronto se levantará una biblioteca.
Patritti, de 45 años, es además profesor de Filosofía en Impulso, en el liceo público Nº 73 del barrio Casavalle y en la Universidad de Montevideo. Está convencido de que una vez asegurada “la inclusión”, el siguiente paso es favorecer una oferta educativa “de calidad”.
“Acá transita mucho sufrimiento y la miseria es tan expansiva… Esta población tiene tantos indicadores por los que uno podría decir que la tienen muy difícil para salir: consumo problemático, salud mental comprometida, perfil depresivo, violencia... Y sin embargo, acá encuentran estabilidad y la luchan todos los días”.
Lockhart, el jefe de la Administración del liceo, hace de una hora libre un espacio útil para conversar. También conoce a cada alumno por su nombre y su perfil, en un trato personalizado. “¡Estiven!”. “¿Por qué estás fuera de clase?”. “¿Vos, por qué tenés un anillo?”. “¡La capucha!”, reta, en tono cómplice.
Los docentes, en su mayoría jóvenes, dicen sentirse respaldados profesionalmente, por lo que significa trabajar en estas condiciones. Educan y ven los resultados. Los alumnos parecen llevar con orgullo el uniforme que reciben (solo deben comprarse el calzado), con sentido de pertenencia. Noelia y Mélani, de 15 y 16 años respectivamente, de 4º y de Casavalle, destacan el sistema de limpieza, recreación y comida. El viernes tocó medallones de merluza con puré.
Los padres se mantienen al tanto de las actividades de sus hijos. Ana Laura, costurera, tiene a Franco y Alexis. Fabián, taxista, festejó “como loco” cuando salió sorteada su hija Naomi. Ambos, vecinos de Casavalle, tienen la “camiseta puesta”, acompañan a sus hijos, integran comisiones, comparten eventos y demandan más Impulsos. “Nuestros hijos piensan seguir una carrera y en conseguir su primer trabajo”, dijeron a Búsqueda. “Esto acá era tierra de nadie, terreno baldío, donde no se podía caminar ni de día”.
Cada nivel liceal tiene un tutor, y, de momento, son cinco niveles (quinto funciona a contraturno); en 2018 habrá un sexto. El tutor, además de ser el adscripto, es el primer nivel de contención de los alumnos. Hay equipos especiales y trabajadores sociales. Lucía, psicopedagoga, aseguró a Búsqueda: “Acá se rompen todos los esquemas, porque las técnicas se quedan en el papel”.
Además se educa en valores: lenguaje, cuidado personal, respeto a los mayores, a los profesores y a sus pares. Hay muchas normas. Todos se saludan con un beso y es raro ver un papel en el piso. “No uñas pintadas ni caravanas ni piercing; pelo recogido, no tintura ni colores, calzado negro”, enumera la autoridad.
También se divierten. Ven cine, teatro, organizan bailes, salen de campamento y viajan, el año pasado fueron a Buenos Aires. Cuentan con servicios de odontología y oftalmología. Y el centro ofrece políticas de inclusión laboral para aquellos que adquieran hábitos de trabajo: medio día los fines de semana para unos 50 estudiantes de los últimos cursos. Melisa trabaja de cajera en Devoto. A Santiago le gusta la música clásica, Beethoven. Lucas, de 12 años, nunca había ido al cine, hasta ayer, con el liceo, cuenta Lockhart. Y Ángel “se agarraba de las rejas de la entrada y a los gritos decía que no quería venir. Ahora está en segundo y no hay quien lo saque de acá”.
Información Nacional
2017-08-24T00:00:00
2017-08-24T00:00:00