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    El maestro regresa a Las Piedras

    Nació en Tacuarembó en 1921, sin embargo, para muchos Dumas Oroño pudo haber sido oriundo de San José o de Las Piedras o del Prado en Montevideo porque allí dejó su impronta como un apreciado docente, artista y gestor cultural. Este año, con motivo de su centenario, todos esos lugares recordarán su figura afable, siempre de boina y grandes lentes cuadrados y, sobre todo, su trayectoria artística.

    En el Centro Cultural Miguel Ángel Pareja de Las Piedras, se acaba de inaugurar una muestra que lleva como título un poema de Antonio Machado con el que Oroño también tituló uno de sus acrílicos: Hoy es siempre todavía. Óleos, acrílicos, maderas y obras en técnicas combinadas forman parte de esta exhibición que pertenece al acervo de Elena y Pablo Oroño, hijos del artista.

    En Alfonso Espínola y la vía férrea, las excavadoras de UPM trabajan a toda máquina para que el tren de esa empresa en algún momento pase por el lugar. Pero muchas décadas atrás, en esa esquina había un bar que se llamó La Estación y que cerró cuando ya no quedaron ni tren ni pasajeros. Después se instaló un Juzgado de Paz donde se casaron varias parejas pedrenses, y cuando el Juzgado se trasladó, Alfredo Pareja, hijo del artista plástico Miguel Ángel Pareja, y el entonces intendente de Canelones Marcos Carámbula, tramitaron con AFE el comodato del predio para edificar lo que hoy es el Centro Cultural Miguel Ángel Pareja. A un costado, la vieja estación de trenes se mantiene en pie, como desafiando a las máquinas perforadoras.

    Darío Gómez es allí coordinador del área de artes plásticas. Cuando era muy joven fue alumno en el taller de Oroño, y ahora está a cargo de la curaduría de la muestra-homenaje. “Me acuerdo de salir a dibujar al Miguelete y de sus charlas al final de algunas clases, cuando juntaba a algunos de los talleristas y pasaba diapositivas. Nos mostraba obras de Velázquez, de Goya, de Cézanne. Era gran admirador de Paul Klee y de José Gurvich, a quien seguía más que al propio Torres García”, cuenta Gómez a Búsqueda.

    Cuando tenía 18 años, Oroño recibió una beca municipal y viajó de Tacuarembó a Montevideo a estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Después ingresó a la Escuela del Sur, del Taller Torres García (TTG), donde estudió con los discípulos del maestro.

    El vínculo de Oroño con Las Piedras se estableció a través del liceo Manuel Rosé, donde enseñó hasta 1977. Allí no solo fue docente, sino que convocó a varios discípulos del TTG para que aportaran sus obras. Es extraño entrar a un liceo público y encontrarse con murales en su fachada, en el hall, en el patio, en los pasillos, y con una pinacoteca en su biblioteca. Hay murales de Francisco Matto, de Manuel Pailós, de Augusto Torres, de Ernesto Vila, de Julio Mancebo y, por supuesto, de Oroño, como el constructivo ubicado en la cantina, fechado en 1964. Con los años, otros artistas continuaron aportando sus obras al liceo.

    Hijos del segundo matrimonio del artista con Sara Berriolo, Elena y Pablo heredaron la mayor parte de su acervo. En un primer matrimonio con Elvira Coirolo, el artista tuvo una hija, la también artista Tatiana Oroño, que posee una parte menor de obras, ahora exhibidas en el Museo Blanes.

    Pablo es contador, ahora jubilado, y nunca tuvo inclinaciones como artista plástico. Su hermana Elena es psicóloga, pero trabajaba con su padre en el taller de la casa familiar del Prado. “Su arte era lo principal, por eso como hijo, en momentos críticos de mi infancia y adolescencia, lo eché de menos. Una vez que se jubiló del liceo de Las Piedras, sus ratos libres los dedicaba a su obra. Recorrió diferentes etapas con crisis de creatividad, sin poder pintar, lo que afectaba su estado de ánimo y su humor. El taller estaba en nuestra propia casa, y era un lugar vedado”, explica Pablo.

    Sin embargo, cuando en 2005 en el liceo le hicieron un homenaje a su padre, se dio cuenta de por qué le había dicho cuando niño que él en Las Piedras era feliz. “Se iba en su motoneta Vespa muy temprano y volvía tarde y cansado. Pero más que un calvario Las Piedras era un lugar de pertenencia e incidencia. Dejó mucho afecto y mucha obra, y una comunidad fértil, abierta a la cultura. Lo comprobé cuando se acercó tanta gente a decirme cómo lo apreciaban y recordaban”.

    El homenaje se realizó poco después de su muerte, ocurrida en enero de 2005, cuando el liceo recuperó Pontevecchio, un cuadro de Torres García que había desaparecido del despacho de la dirección al comienzo de la dictadura. Fue Oroño quien descubrió que estaba en la sede del Conae, órgano que dirigía la educación. Cuando regresó la democracia, el cuadro tardó años en volver al liceo, y Oroño no pudo verlo.

    Elena y Pablo guardan cerca de 200 piezas de su padre, entre cuadros, esculturas, bocetos y trabajos artesanales con calabazas, una faceta de su trabajo artístico aplicado a la vida cotidiana. Ahora en la muestra están representados unos 60 años de su trayectoria con sus diferentes etapas, que van desde sus primeras obras de 1946 hasta las últimas de 2004.

    Fue un artista de técnicas mixtas. Combinaba el acrílico con variadas texturas, telas y resinas, como en su serie Tierras de la memoria de colores tenues y formas curvas, escaleras y pequeñas inscripciones. Siempre mantuvo su herencia torresgarciana, pero durante la dictadura elaboró la serie Antipinturas, donde aparecen verdaderas escenas que aluden al ambiente opresivo, aunque con suaves colores pastel. Otra constante fueron los caballos, sobre todo asociados a la gente más pobre, a los recolectores, a la poblada periferia.

    En un rincón de la sala, la serie El taller dentro del taller es un espejo de su lugar de trabajo. Acompañan los óleos los objetos de su pertenencia: un caballete, sus túnicas, su primus, su caldera, sus herramientas.

    Gerardo Mantero, que dirige la revista de artes plásticas La Pupila y fue alumno de Oroño, destaca el carácter polifacético del artista y su labor pedagógica con la publicación de un libro para Secundaria y otro para niños. “Logró teorizar y dar respuestas a carencias que había en esa época en la formación curricular. Además de un emprendedor y nucleador de gente, estaba imbuido por algo que ahora es muy difícil de encontrar: la ética del artista, algo que venía del Taller Torres”.

    Para Mantero, su taller cumplió durante la dictadura una labor fundamental, como también lo hicieron los de Nelson Ramos, Hugo Longa o Clever Lara. “Lograron que una generación se formara, y eran un reservorio de valores y de esperanza cuando la oscuridad era total”.

    En Montevideo hay más de diez murales de Oroño en edificios públicos y privados, uno de ellos en el Banco Central (BCU), que también conserva dos obras de cuando ganó en 2004 el Premio Figari. Su hijo Pablo trabajó en el BCU y está pensando con Elena programar allí una nueva exposición.

    Hasta el 30 de noviembre hay tiempo para ir a Las Piedras y conocer parte del legado de Oroño. Un centro cultural y una vieja estación de tren lo están custodiando.