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Viernes 10 de agosto, once de la noche. Fin del Día dos. Primer piso de Galería de las Américas. Donde una vez funcionó el teatro El Reloj y otra vez el Cine de las Américas, la función está por terminar. Tras la platea, semiocultos en la penumbra, Roberto Suárez y su asistente supervisan la escena. Monitorean lo que se ve y lo que se oye. Saben todo lo que sucede.
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Roberto Suárez viene acostumbrando al público montevideano a una dinámica olímpica: estrena una obra cada cuatro años, luego desaparece de la escena, se deja la barba, se lo ve ocasionalmente en algún rol de tercer rango de alguna película de bajo perfil, se afeita, aparece en un bizarro aviso publicitario televisivo y vuelve a su cueva o a su altillo. Los actores de sus obras traslucen huellas de su trabajo en sus encarnaciones posteriores. Durante su ausencia, el espectador evoca imágenes, sonidos, olores, sabores y texturas de su última producción. Es uno de los pocos realizadores teatrales uruguayos capaces de crear un universo propio que involucra los cinco sentidos, con reglas y códigos reconocibles que se relacionan entre sí, por más que pasen esos cuatro años. Entre los de esa generación horneada entre la salida desbocada de la dictadura y la depresión cultural que le siguió, es quien lo hace con mayor potencia, intensidad y profundidad.
Sus montajes son efímeros y de bajo perfil. No pasan de los dos meses de funciones. No hay giras ni festivales. Sería técnica y poéticamente imposible trasladar esa atmósfera densa de barrio en barrio, de pueblo en pueblo. Apenas baja de cartel, comienza a foguear el siguiente proyecto. En la última olimpíada suarezca, rodó el filme “Ojos de madera” en una casa de la Aguada en la que el behind the scenes fue up the scenes: realizador y técnicos se movieron en andamios aéreos dejando el espacio a ras del suelo limpio para la acción fílmica. Dice que se estrenará en 2013.
En 2010 comenzó a preparar esta puesta en escena que demandó un año de ensayos. Como Ariane Mnouchkine y su Théâtre du Soleil, el elenco de creadores convive días y noches enteros durante los meses de creación. Y la creación es colectiva. No hay jerarquías entre autores, intérpretes y diseñadores. En el programa de mano figuran en orden alfabético desde los protagonistas hasta el ilustrador y el fotógrafo.
Cada centímetro cuadrado del escenario, paredes, vestuario, maquillaje, cada gesto, palabra, tono de voz, rayo de luz, cono de sombra y cada sonido tiene su razón. En este caso, todas las preguntas, que quedan planteadas en el desconcertante Día uno, se responden en el Día dos, la noche de la rotunda experiencia Suárez.
Como en “La estrategia del comediante”, su anterior producción, ambientada en una vieja casona del Prado que configuraba un personaje en sí misma, Bienvenido a casa destila cinematografía en cada cuadro.
Esa inmersión en el océano David Lynch que se produce en el Día uno se aprecia desde la platea en formato cinemascope con la austeridad expresiva propia de quien actúa frente a una cámara. El teatro y su trastienda —el verdadero mundo de Suárez— estalla en el Día dos, que propone un tour de force que modifica el sentido del tiempo y del espacio del espectador. Todo se resignifica, incluso la propia presencia del público.
“Una tragicomedia tocada por el humor negro, agobiada por el destino del increíble hombre elefante”: así la definió Suárez, sin dar más pistas. Todo está armado en clave “aquí y ahora”. Se impone omitir ciertos detalles argumentales. Cuando ocurre la magia, no conviene revelar el mecanismo que usa el mago en su truco.
“Bienvenido a casa”, espectáculo en dos episodios. Dirección: Roberto Suárez. Asistencia de dirección. Inés Cruces. Elenco: Sebastián Barcia, Cecilia Bello, Luis Fernández, Francisco Garay, Manuel Gianoni, Ana González, Segio Gorfain, Chiara Hourcade, Soledad Pelayo, Oscar Pernas, Mariano Prince, Mario Rodríguez, Nicolás Rodríguez, Sebastián Santana, Rafael Soliwoda, Gustavo Suárez. De martes a domingos, 21.15 (Episodio 1) y 20.45 (Episodio 2). La Gringa Teatro (18 de Julio 1236). Entradas $ 400 (Abitab).