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    El mal ejemplo cunde

    No es broma

    Fortunato se pasó durante toda la cena echando rayos y centellas contra las recientes manifestaciones del anarcosindicalismo registradas en la capital.

    La bomba de humo en las oficinas de OSE en horas de oficina, los cortes alevosos en medio de la fragua de hormigón en las obras en construcción, echando a perder toda la producción al cortarla por la mitad, le parecían gestos monstruosos de “protesta sindical”, lejos de las prácticas de paros y huelgas aceptables en una democracia.

    “Estos tipos ya no saben qué inventar para poner no ya palos en la rueda, sino dinamita”, dijo, mientras se levantaba de la mesa para instalarse frente a la tele en su sillón, con su copita de vino por la mitad, para ver el informativo de cierre.

    Las noticias más destacadas de la jornada eran precisamente las vinculadas a esos temas. El informativista decía que las autoridades habían decidido llevar a Fiscalía la denuncia por la bomba de humo que tan ingeniosamente hizo explotar el sindicato de OSE en medio de los trabajadores, algunos de los cuales habían tenido que salir disparados de sus oficinas por sufrir de asma o por estar atravesando problemas respiratorios, mientras que el Sunca seguía anunciando paros sorpresivos en las obras en construcción, afectando así la normal actividad de los trabajos.

    Fortunato ya había escuchado esa información y empezó a bostezar porque había tenido un duro día de trabajo. Cuando ya no sabía si lo que oía era lo que decía el informativista o lo que su cerebro iba pergeñando, se asombró con otra noticia, una que no había registrado hasta ahora.

    —Siguiendo la línea de esta nueva militancia sindical transgresora —dijo el periodista— la Fancap, sindicato de la petrolera estatal, persistirá con sus protestas contra la iniciativa del ente de asociarse con un privado para la explotación del ruinoso negocio del portland, que le produce pérdidas millonarias al ente desde hace décadas. Con tal fin —prosiguió—, se anuncia que mañana se desconectará una de las mangueras de la boya petrolera, con el consiguiente derrame en el mar de miles de litros de petróleo, que causarán un desastre ecológico de imprevisibles consecuencias —aseveró.

    Fortunato no lo podía creer y se restregaba los ojos procurando ver si aquello era cierto o lo estaba soñando.

    El notero continuó poniendo al aire una entrevista a una de las líderes del sindicato, la que dijo, muy suelta de cuerpo, que “ya que el Directorio de Ancap es tan rápido para tomar decisiones que perjudican a la población, entregando la empresa estatal al capitalismo salvaje, que manden una brigada de carneros para reconectar la manguera, mientras mueren los peces y la flora marítima sufre las consecuencias del entreguismo estatal a las feroces fauces de los chupasangres privados que vienen a quedarse con lo que es del pueblo”.

    —Mientras tanto —prosiguió el informativista—, el sindicato de los transportistas anuncia que una de sus brigadas ha pinchado los neumáticos de toda la flota de los autobuses estacionados en la terminal de Río Branco, con lo que mañana no habrá servicios de transporte desde dicho emplazamiento, con las consiguientes dificultades de buena parte de la población que habitualmente utiliza los servicios para desplazarse desde y hacia sus trabajos y sus hogares. Se procuró sustituir los autobuses paralizados por otras unidades, pero cuando se aprestaban a salir de sus hangares un piquete de camiones y una aglomeración de cientos de trabajadores del sector bloquearon las rutas incendiando neumáticos, impidiéndoles desplazarse, tal como lo demuestran las escenas grabadas en estos momentos.

    Fortunato procuraba a duras penas abrir los ojos para ver aquella catástrofe, pero la sucesión de noticias por el estilo seguía abundando en otros datos similares.

    Así, se mostraron imágenes del derrame de leche en una carretera, provocado por el sabotaje a varios camiones cisterna de Conaprole, a los que unos forajidos les habían agujereado a marronazos los tanques, tras haberlos detenido con unos camiones que bloqueaban la ruta, impidiéndoles desplazarse, al grito de “¡aunque no haya despidos, no queremos traslados!”.

    La siguiente nota emitida por la televisión fue la del incendio del IAVA, provocado por manos anónimas, en la mitad de la noche. Los bomberos procuraban acercarse a la sede del instituto, pero un grupo de enmascarados, que portaban carteles alusivos a los reclamos estudiantiles ya conocidos, impedían el paso a las autobombas. Al grito de “¡si no hay salón gremial, tampoco hay edificio!”, y “¡obreros y estudiantes de nuevo le echamos leña al fuego!”, los manifestantes bloquearon todos los posibles accesos a la vieja sede del Vázquez Acevedo, que lentamente se iba derrumbando ante los ojos atónitos de los vecinos que desde las ventanas y los balcones de las casas aledañas veían arder el añoso local estudiantil.

    Fortunato se había dejado vencer por el sueño, pero las imágenes que él creía ver mostraban un inesperado apocalipsis sindical de protestas gremiales en un estilo hasta ahora nunca visto. El sindicato portuario estaba hundiendo un buque cargado de contenedores tras haber colocado una bomba (que no era de humo) en la bodega del barco, y el sindicato de los trabajadores de la UTE había cortado varias líneas de alta tensión, sumiendo en la oscuridad a la mitad de la zona metropolitana.

    Fortunato se fue a dormir pensando que todo aquello que había creído ver y escuchar había sido una terrible pesadilla, pero reflexionando también acerca de la creciente escalada de sabotajes sindicales.

    —Finalmente uno no sabe si lo que soñó era cierto o no, o si era el acabose, que viene después del empezose, como Quino le hacía decir a la inefable Mafalda —barruntó para sus adentros, mientras apagaba la luz de su portátil y se aprestaba a dormir en su cama.