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“La historia de un tipo un poco perdido en busca de un lugar donde enterrar a su padre, que encuentra a una chica malhumorada que hace tiempo perdió al suyo. Juntos intentarán encontrar un lugar donde dar sepultura al padre y esta búsqueda les obligará a experimentar la realidad del otro. El resto, en el fondo, no es más que teatro”, dice el autor de la obra, Wajdi Mouawad, a quien el público cinematográfico conoce por “Incendies”, muy elogiada película estrenada en Uruguay en 2010.
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Wilfrid, el muchacho de esta historia (un certero trabajo de Leandro Núñez, quien logra zafar de algunos recientes esquemas de representación), sufre la condena de su familia materna que le impide enterrar a su padre en el mismo sitio que a su madre, porque lo culpan de dejarla morir en el parto, eligiendo la vida del hijo por sobre la de la mujer.
Es ahí donde el autor introduce el recurso fantástico de “dar vida” al cadáver del padre, rol a cargo de Jorge Bolani. Es lo que le faltaba al mejor actor uruguayo de la actualidad: hacer de muerto. Bolani está despegado, y junto a Lucio Hernández —quien encarna a un caballero de la edad media que habita los sueños de Wilfrid— conforman una dupla que emociona en serio, especialmente en la segunda parte.
Como los cementerios ya no existen por culpa de la guerra, muchacho, muerte y sueño avanzan como en una road movie hacia el país natal del viejo, donde recibirá sepultura. En el camino se les sumarán una serie de personajes que agregarán pinceladas sutiles para un hermoso cuadro poético y de gran humanidad.
Nacido en el Líbano en 1968, Mouawad se radicó de adolescente en París con su familia escapada de la guerra, pasó su juventud en Quebec, donde estudió teatro antes de radicarse en Francia. En pocos años de carrera su reputación creció exponencialmente, al punto de ganarse el mote de “Shakespeare de nuestra era”. Dirige el Teatro Nacional de Chambery y el Teatro francés de Ottawa, Canadá. Además es uno de los programadores del Festival internacional de Teatro de Aviñón, el más importante del mundo, donde pone en escena su famosa tetralogía “La sangre de las promesas” —sobre el dolor de la guerra y del exilio—, iniciada con Litoral en 1997 y continuada con “Incendios” (2003), “Bosques” (2006) y “Cielos” (2011).
Hace cuatro años que Rivero no dirigía. Sus últimos trabajos en teatro habían sido “Ararat” en 2009 y “Arturo Ui” en 2008.
“La obra se desplegaba ante mí y me hacía viajar como cuando leí ‘El señor de los anillos’ o como cuando me siento con mi hijo Bruno a ver la saga de Tolkien y viajamos con Frodo, Aragorn y Gandalf. Así de simple. En el mismo instante soy hijo y padre”, dice Rivero sobre cómo siente esta historia “Un lugar: Litoral. Al borde, haciéndome temblar todas las estructuras”, agrega.
Es tal cual: Litoral describe con ternura y sin contemplaciones ni evasivas el vínculo entre padre e hijo y, más allá de algún discutible exceso en la primera parte, Rivero refleja con sensibilidad el alma de este relato. La identificación del espectador con su propia historia personal es en este caso una consecuencia directa e inexorable de todo aquel que vaya a ver la pieza. Con todo lo bueno y todo lo malo que ello implique. Vale la pena el aviso. Difícil encontrar mayor universalidad: ya sea en el Líbano, en Montreal, en Montevideo o en la Estación Espacial Internacional, la obra rumbea por caminos similares en la cabeza (y corazón) del espectador. Lo que varía, seguramente, es la relación que cada sociedad tiene con la vida, que como sabemos, cotiza bastante menos en Damasco que en Nueva Helvecia.
La conmovedora escena final contiene uno de los mejores diálogos que se han oído en las salas uruguayas en los últimos años, que hace brotar hasta las lágrimas menos pensadas.
“Litoral”, de Wajdi Mouawad, por la Comedia Nacional. Dirección: Alberto Rivero. Traducción: Laura Pouso. Elenco: Leandro Núñez, Lucio Hernández, Lucía Sommer, Pablo Varrailhón, Fernando Vannet, Andrés Papaleo, Camila Vives, Luis Fourcade, Luis Martínez, Elisa Contreras, Cristina Machado, Jorge Bolani. Escenografía: Osvaldo Reyno. Vestuario: Mercedes Lalanne. Iluminación: Sebastián Marrero. Música y diseño sonoro: Eder Fructos. Teatro Solís, sala Zavala Muniz. Viernes y sábados, 21 horas; domingos, 19 h. Duración: 2 h 30’ (con intervalo de 10’). Entradas: $ 90 (en venta en Red UTS y boletería).
