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La película viene de ganar el premio mayor en el Festival Internacional de Cine de Venecia, uno de los más importantes y prestigiosos del mundo, por lo que bien podía esperarse algo realmente bueno o, al menos, algo decente, alejado del mamarracho que cada vez más a menudo se ofrece con el envoltorio de cine de superhéroes. También está protagonizada por Joaquín Phoenix, uno de los mejores actores de su generación (véase Todo por un sueño, The Master, Ella, Vicio propio), componiendo un papel por el que seguramente ganará el Oscar. Así que, por un lado, no es una sorpresa que sea tan buena.
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Lo que sí tal vez resulte sorprendente es que además sea tan sólida (en la construcción de los personajes, en las interpretaciones, en los rubros técnicos), tan oscura (no posada, no oscura según la moda, sino una genuina mirada al abismo), tan compleja (es un relato criminal, un thriller, un filme de suspenso, una tragedia, un drama psicológico y familiar) y tan llena de matices (en los niveles y grados de violencia, humor). Y que además haya sido filmada en esta época. Y en Hollywood.
Supuestamente, se trata de un relato sobre los orígenes del Guasón, el Joker, el archienemigo de Batman. Pero la historia prácticamente puede prescindir de las referencias al universo de Batman (que son pocas) y funciona estupendamente. Parte del encanto y del misterio del personaje radica en los datos escasamente confiables que se tienen acerca de los comienzos de este maestro del caos, la mente criminal de Ciudad Gótica. Si bien parte de su biografía ha sido esbozada en los cómics, en especial en La broma asesina (1988), una de las obras maestras de Alan Moore (y esta Joker sigue la huella de Moore en cuanto a la inmersión en la psicología del personaje), su pasado ha ido cambiando según lo que él mismo ha contado de sí en el presente.
Apareció por primera vez en 1940 en el número uno de Batman como historieta independiente. Bob Kane, Jerry Robinson y Bill Finger crearon al Joker inspirándose en el arlequín representado en un naipe de comodín y en la personificación del actor Conrad Veidt en El hombre que ríe (Paul Line, 1928). La representación de Cesar Romero para la serie televisiva de la década de 1960 siguió este modelo y se convirtió en una de las más icónicas. Con el paso del tiempo, el personaje ha ido mutando en un ser cada vez más perverso, brutal, sádico y peligroso, alcanzando su punto más alto con la interpretación de Heath Ledger en El caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008), por la que el actor australiano obtuvo el Oscar de manera póstuma. Atrás quedó la versión de Jack Nicholson en el filme de Tim Burton de 1989 y bastante más en el fondo la berretada de Jared Leto en Escuadrón suicida (2016). Mención aparte merece la interpretación de Mark Hamill, que puso la voz en versiones animadas del personaje. Pero aquí hay algo completamente diferente: Joker es una historia independiente y autoconclusiva, este Guasón no va a aparecer en The Batman, de Matt Reeves, la nueva versión cinematográfica del personaje de DC Comics que protagonizará Robert Pattinson y que se estrenará en 2021.
El relato transcurre en 1981. Arthur Fleck (Phoenix) trabaja como payaso realizando pequeños shows y promociones. Su intención es convertirse en comediante de stand up. Su ídolo máximo es Murray Franklin (Robert De Niro), showman de un popular late show, el favorito de Fleck, que lleva un diario donde plasma ideas y rutinas humorísticas. Y donde deja dibujos un poco terroríficos y escribe cosas como “Espero que mi muerte tenga más sentido que mi vida”. Es que Fleck es un hombre que ríe pero no es un hombre feliz. En uno de los pequeños, inteligentes y emocionantes detalles presentes en la trama, se revela el motivo por el que tiene esa risa tan particular, y no es para nada gracioso. También se revelan otros datos acerca de sus orígenes (a partir de lo que le cuenta su madre, interpretada por Frances Conroy, la mujer con quien vive y a quien cuida con dedicación y entrega), su precaria salud mental (debe tomar siete medicamentos para mantener cierta estabilidad emocional) y su prácticamente constante malestar (“Ya no quiero sentirme tan mal”, le dice a la asistente social que ve semanalmente).
El marco contextual en el que se desarrolla la historia del payaso solitario e inestable ha sido construido y pulido de manera magistral. En Ciudad Gótica, con las veredas cuajadas de bolsas de basura, se respira tensión e irritabilidad, mientras crecen la sensación de desigualdad social y la certeza de que se ha perdido el rumbo. Un empresario millonario llamado Thomas Wayne anuncia su candidatura para alcalde y promete limpiar la ciudad (todas las apariciones de la familia Wayne son impecables y aportan giros interesantes sobre los orígenes, tanto del personaje como su némesis). Y a fuego lento se van cocinando las condiciones adecuadas para que, a través del descontento y la furia, emerja la figura de un vengador. Los parentescos con Taxi Driver(1976) y El rey de la comedia (1982), sus padrinos cinematográficos, están a la vista, y son coronados con la presencia de De Niro como el capo cómico Franklin, que desprecia y ridiculiza a su fan. Fleck, de hecho, es una explosiva mezcla de Travis Brickle y Rupert Pupkin. Y Joker, con su violencia psicológica más que física, está al mismo nivel de ambas películas, a las que Phillips, el director, saluda desde un par de planos. El guion de esta maravilla es del propio realizador y Scott Silver, que escribió otras historias de marginales como El ganador (2010), de David O. Russell, y 8 Mile, Calle de las ilusiones (2008), de Curtis Hanson. Silver está trabajando junto a Phillips en su próximo proyecto, una biografía de Hulk Hogan.
Joker luce estupendamente (fotografía de Lawrence Sher, colaborador habitual de Phillips). Y suena muy bien también (la música está a cargo de la islandesa Hildur Guðnadóttir, que además de composiciones propias también seleccionó canciones de Frank Sinatra, Fred Astaire, Dick Van Dyke y Cream, entre otros). Tiene una duración de 121 minutos y no le sobra ni le falta nada. Prácticamente todo está puesto alrededor, al servicio del enorme Phoenix, que a su vez pone su voz, sus movimientos y una risa largamente ensayada al servicio del personaje y su historia. Phoenix se entrega con todo el cuerpo (otra vez se sometió a una dieta demente: perdió 20 kilos) y ofrece escenas escalofriantes, duras, cómicas o conmovedoras. Aquí sufre, enloquece, desciende al Infierno y regresa para contarlo, con una inquietante sonrisa pintada en la cara.