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Es significativo que los Congresos de la Lengua Española sean inaugurados por el rey de España, aunque en el más reciente realizado en Panamá, en lugar del rey Juan Carlos estuvo el príncipe Felipe. Más que una costumbre protocolar, la presencia de la realeza es un indicio del poder que la Real Academia Española (RAE), organizadora de los congresos, ejerce sobre el idioma que hablan alrededor de 500 millones de personas.
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El VI Congreso de la Lengua Española se desarrolló entre el domingo 20 y el miércoles 23 en Panamá, y tuvo como asunto central el universo del libro. El mercado editorial, los soportes electrónicos, la lectura y la educación fueron algunos de los temas que discutieron lingüistas, escritores, editores, docentes y representantes de las veintidós academias de la lengua española.
Pero hay algunos temas de los que no se habló en este congreso, y tampoco en los anteriores, y que para algunos profesionales del lenguaje son preocupantes. “Los congresos son fuegos artificiales, una venta de negocios, de geopolítica española. Se habla mucho de creencias sobre la lengua que son ajenas a la lingüística. El gran debate debería ser la necesidad de una lengua común, sin vacas sagradas y sin autoridades centrales”, comentó a Búsqueda el uruguayo Ricardo Soca, estudioso del lenguaje y editor de “La página del idioma español” (elcastellano.org), una de las primeras revistas digitales en darle un espacio al idioma español en Internet.
A punto de finalizar la licenciatura en lingüística, Soca ha escrito varios artículos acerca del poder que ejerce la Real Academia Española sobre las demás academias de la lengua: “... fundada hace trescientos años, se ha erigido en autoridad normativa de nuestra lengua con una fuerza institucional que no se conoce en ninguna otra lengua del mundo. El francés, el italiano, el portugués europeo y el de Brasil tienen sus respectivas academias (el inglés nunca lo tuvo), pero ninguna de ellas cuenta con la fuerza y la autoridad casi indiscutida de la casa de Madrid”, escribió en uno de sus trabajos publicados en la página web.
El viernes 18, el diario argentino “Clarín” publicó otro de sus artículos, titulado “Academias americanas: un inquilino en Madrid”. Allí explica que la Asociación de las Academias de la Lengua Española (ASALE) “es una entidad de mentirillas”. “Por la distribución de poder en su seno —fuertemente concentrado en académicos de la casa madrileña—, por su historia, por su funcionamiento y por sus estatutos (...) funciona como un departamento de la RAE, de cuyo vientre fue parida”, dice hacia el final el artículo.
Para Soca los intereses de la RAE son los mismos del Estado español que comenzó a potenciar la noción de “comunidad cultural” a fines del siglo XIX, cuando perdió sus colonias americanas (Cuba, Puerto Rico y Filipinas). “En ese momento, España asumió el papel central y rector de la comunidad lingüística, y los demás países de hispanoamérica, más jóvenes, lo aceptaron como natural”, comentó a Búsqueda.
En 1951 se creó ASALE y en sus estatutos estableció que nacía para servir a la RAE y para ayudarla. “En los años 90, con la globalización de la economía, España advirtió que se abría un mercado fabuloso, de unos 400 millones de hablantes, y se comenzó a armar todo esto del ‘panhispanismo’ y la idea de que hay un español general. Pero para la RAE, ese español general es el que se habla solo en Madrid”.
Este dominio de la RAE sobre las “academias hermanas” se manifiesta, según Soca, en que es en Madrid que se decide, por ejemplo, qué uruguayismos aparecen en el diccionario. “Para el Diccionario de Americanismos, que aparece como obra de ASALE, las contribuciones de las academias iban a Madrid y allí se decidía qué entraba y qué no. Hasta la composición gráfica de la obra fue hecha en Madrid. Entonces, la referencia central del español no es la variedad, sino la unidad”.
ASALE tiene el mismo presidente de la RAE y su tesorero debe ser uno de sus integrantes de número. Además comparten el mismo edificio en Madrid. “Uno de los caballitos de batalla para esta centralización es la necesidad de mantener la lengua unida. Pero no hay necesidad de tener una academia para mantener una lengua. El ejemplo es el inglés, hablado en 38 países, que no tiene una academia. Los que hablan inglés se rigen por los diccionarios, creados por iniciativas particulares, y la calidad de los diccionarios es la que define el respeto que se les tiene”, explicó Soca.
Cómo se maneja la RAE en su diccionario (DRAE) es otra señal de injerencia sobre el vocabulario. Si algo se dice solo en España se considera que pertenece al “español general”, pero si una palabra proviene de otro país tiene un tratamiento diferente en el DRAE. Soca lo comprobó a partir de un estudio comparativo que realizó de palabras comunes entre Brasil y Uruguay. “Una de ellas es ‘lamber’, que en Uruguay la usa gente humilde o del campo. La fui a buscar al DRAE y dice: ‘En desuso. Úsase en Salamanca y América’. Entonces está en desuso porque no se usa en Madrid”.
Soca es el encargado del boletín electrónico “La palabra del día”, que tiene alrededor de 220.000 suscriptores y ha difundido la etimología y significado semántico de unos 2.000 términos. Con ellos elaboró los tres libros de “La fascinante historia de las palabras”. Si hubiera tenido que elegir para el último Congreso de la Lengua un uruguayismo, él hubiera optado por “botija”, una de las pocas palabras que solo se usan en Uruguay. La escritora Claudia Amengual eligió “celeste” (ver Búsqueda Nº 1736) cuando fue consultada por “El País” de Madrid para elaborar un “Atlas sonoro” del español.
Sobre su motivación para escribir artículos acerca de la política de la RAE, Soca explicó: “Desde la escuela nos empiezan a decir que la dueña de la lengua es la RAE y todos lo aceptamos: los padres, los maestros, los profesores. Pero la lengua es un bien social y no podemos aceptar que desde la enseñanza nos impongan que dependemos de una nación extranjera que nos dice qué está bien o qué está mal, como si aún fuéramos colonia. La lengua es un elemento identitario fundamental en cualquier sociedad, y no deberíamos admitir que sea manipulada por recomendaciones que vienen del exterior”.
No es la primera vez que Soca difunde sus críticas sobre el comportamiento de la RAE. En el 2011, a través del departamento jurídico de la editorial Planeta, recibió una intimación para que quitara de elcastellano.org material de la RAE. La editorial Planeta publica gran parte de los trabajos de la RAE, entre ellos, su diccionario. “El intercambio telefónico que tuve con el representante de Planeta lo colgué en la web y después estuve varios días desde la mañana a la noche contestando mensajes. Una entidad pública como la RAE, financiada con dineros públicos, no puede limitar el acceso al conocimiento generado”, explicó.
Por el artículo publicado en “Clarín”, Soca recibió algunos mensajes y también comentarios en Twitter. Pero, según él, todo este asunto del idioma “no es algo que haga mucho ruido”.