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Uno de los actores uruguayos más polémicos y subvalorados de las últimas décadas gozó, sin embargo, de un gran prestigio como conductor de programas de humor radial en Argentina. Y, aunque fue en Buenos Aires donde pasó la mayor parte de su vida y donde terminó almorzando con Mirtha Legrand, montando sus obras de teatro y siendo elogiado por su capacidad vocal e interpretativa para recrear criaturas tan disímiles como una aeromoza cubana, un plancha argentino y un taxista retirado de origen italiano, Fernando Peña había nacido en Montevideo en 1963. Y lo aclaraba cada vez que un periodista o un oyente argentino le cambiaban la nacionalidad.
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Por eso, en una ocasión dijo: “Uno es donde nació, y el tiempo no es importante para nada. Uno puede estar con una persona 25 años, y no es la persona más importante de tu vida. Después conocés a otra, estás cinco minutos y no te la olvidás más”. Y agregó: “Me siento rioplatense, pero, más que uruguayo, me siento montevideano”.
Quizá esa sea la misma razón por la cual, pese a que se mudó a San Pablo siendo un pequeño niño, Francisco Buarque de Hollanda sea, en esencia, un carioca. Y no cualquier carioca, sino un príncipe carioca.
Criado en el seno de una familia aristocrática y de fuerte influencia intelectual y artística, Chico, tal como se lo conoce popularmente, es hijo del historiador y periodista Sergio Buarque de Hollanda y de la pintora y pianista Maria Amélia Cesário Alvim. Por increíble que parezca, su árbol genealógico es casi tan fascinante como su obra, y en él aparecen figuras como el lexicógrafo, ensayista y crítico literario Aurélio Buarque de Hollanda Ferreira.
Pero ni su origen ni la ciudad donde nació sirvieron para condicionarlo, aunque sí para conformar su identidad. Es que Chico, quien también vivió varios años en Roma, donde aprendió inglés e italiano y donde su padre dio clases en La Sapienza, es un hombre que trascendió su ciudad y su origen hasta convertirse en un cantautor que se opuso fuertemente a la dictadura militar y que, como todo buen artista, terminó trascendiendo diferencias sociales, culturales, ideológicas y económicas.
¿Por qué? Porque es universal. Y porque, como los relatos que le contaba el indio Ghompal al personaje principal de la novela “Sexus”, de Henry Miller, una canción de Buarque es “una historia sencilla y aguda que se te aloja en el cerebro como un diamante”.
Pero esas historias o, siguiendo a Miller, esas “pildoritas de verdad”, en el caso de Chico penetran en el corazón de la gente como una bala de un fusil AK-47. Porque Buarque es un músico de una elegancia inusual. Y porque su arte es sinónimo de la MPB, uno de los movimientos de música popular más ricos del mundo.
A lo largo de su carrera, el autor del libro “Leche derramada” compuso temas junto a Caetano Veloso y a Gilberto Gil, junto a Tom Jobim y a Vinicius de Moraes y, por supuesto, junto a sus dos compañeros predilectos: Francis Hime y Edu Lobo. Con el paso de los años, su voz se ha ido asentando, y ahora es más dulce, más madura y más agradable que cuando era joven. Por eso es un placer escuchar sus últimos discos, entre los que figura “Na Carreira: Ao Vivo”, lanzado hace pocos días en Brasil. Aunque, como es un letrista sensible, versátil, tierno y profundo, además de un músico exquisito, tímido, sobrio, clásico y decidido, también es un placer escuchar sus piezas en boca de Virginia Rodrigues, de Maria Bethânia, de Ney Matogrosso, de Milton Nascimento, de Elis Regina, de Gal Costa, de Lenine, de Djavan, de Alcione, de Ivete Sangalo y de Maria Gadú. Y también de Caetano, un excelente vocalista y un compositor notable pero más pretencioso y desparejo.
“El autor de la canción puede ofrecer una óptica diferente de ella aunque otro la cante mejor”, dijo a fines de abril Edu Lobo cuando se presentó en la sala Miranda del Espaço Lagoon de Rio de Janeiro, donde repasó el recordado espectáculo “O Grande Circo Místico”, que escribió junto a Buarque.
Pero el autor de la “Ópera do Malandro” y de los temas “Olhos Nos Olhos”, “Construçao”, “Atrás Da Porta” y “João E Maria” no necesita vivir del pasado, pues su música está viva hoy, ya sea a través de refrescantes versiones de temas viejos o de las piezas inéditas que dio a conocer el año pasado en el álbum “Chico”.
Y la demostración de ello se encuentra en “Na Carreira: Ao Vivo”, un disco doble registrado en Rio en febrero de 2012, cinco años después de su última gira, que incluye 30 temas: los 10 de “Chico” y otros 20 que forman parte de sus 45 años de trayectoria, la mayoría de los cuales escribió él a pesar de que figuren excepciones como “Tereza da Praia”, de Jobim y Billy Blanco, que Buarque canta a dúo con el baterista Wilson das Neves en una versión más pobre que la que en agosto de 2008 Caetano y Roberto Carlos ofrecieron en un concierto a dúo grabado en CD y en DVD.
Justamente de Jobim es “Anos Dourados”, una de las perlas de “Na Carreira”, un trabajo donde no todo es oro pero que vale la pena adquirir, aunque no haya llegado a Uruguay, por la solidez y el buen gusto de la pequeña banda que acompaña al príncipe carioca, en la que sobresalen Das Neves, el flautista Marcelo Bernardes y el eterno guitarrista y arreglador Luiz Claudio Ramos.
Y también por el encanto de “De Volta Ao Samba”, por la tradición de “O Meu Amor”, de “Teresinha” y de “Futuros Amantes”, por la religiosidad de “Sob Medida”, por el ritmo contagioso de forró en “A Violeira” y de samba tropicalizado en “Barafunda”, y por la conmovedora belleza de “Todo O Sentimento”.
Inserto en un mercado dinámico, gigantesco, competitivo y de alta calidad, en el que solo este año han publicado sus nuevas propuestas discográficas Adriana Calcanhotto, Marisa Monte, Erasmo Carlos, Claúdia Leitte, Diogo Nogueira, Zeca Pagodinho, Ana Carolina, Roberto Carlos, Maria Bethânia, Roberta Sá y Djavan, no es poca cosa.
“No debemos olvidar jamás que el arte no es una forma de propaganda: es una forma de verdad” (John Fitzgerald Kennedy)
“Morena dos olhos d’água/ Tire os seus olhos do mar/ Vem ver que a vida ainda vale o sorriso que eu tenho/ Pra lhe dar” (Chico Buarque)