Guns N’ Roses dio un concierto memorable en el Centenario
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá“¡Buena, Gordo!”. “¡Bien metida!”. Los gritos que desde el minuto uno celebraban la performance de Axl Rose en el Centenario eran el mejor signo de que todo iría bien. Quienes habíamos presenciado la bochornosa presentación de 2010 en el mismo sitio no podíamos olvidar la vergüenza ajena experimentada cuando el cantante no lograba sostener una nota más de un compás, desafinaba al por mayor, intentaba llevar un poco de aire a sus pulmones boqueando en forma desesperante y no daba pie con bola para completar el repertorio. Estaba claro que con la vuelta de Slash y Duff McKagan la banda sería un caño. La gran duda era si íbamos a ligar una buena noche del cantante o si, por el contrario, sus cascoteadas cuerdas vocales le (y nos) arruinarían la noche una vez más. Por suerte sucedió lo primero.
Salvo excepciones sobrenaturales como Jagger y McCartney, estar roto forma parte de la liturgia del rock. Y hace mucho que Axl Rose está roto. El problema es que en 2010, cuando vino con unos “Guns” del cual era el único miembro original, estaba roto mal. Como Chuck Berry en el Teatro de Verano en 2013, daba pena. Ahora, secundado por los también fundadores Slash y Duff McKagan, sigue roto, pero roto bien. Con su poderoso caudal vocal sensiblemente disminuido respecto al Axl de los años dorados (1987-1993), a este frontman de 60 años le sobra oficio. Mantiene su hábito de correr, caminar, girar, contornearse, bailotear, saltar, apoyarse en una pierna sobre los parlantes y toda su icónica parafernalia escénica. Pero ahora regula las energías y logra mantener la afinación y sostener unas cuantas notas largas con su vieja impronta operística. No como antes, por supuesto. Mete bastante falsete para alivianar la exigencia y el desgaste que implica darle play a su carraspera felina. Reserva ese recurso para los momentos clave. Y arranca aplausos como un acróbata cuando hace su triple mortal.
Eligió bien el repertorio, con It’s So Easy y Mr. Brownstone —dos temas de registro grave— al inicio, para calentar la garganta, ir subiendo la intensidad y explotar en Welcome to the Jungle, el primer clímax de la noche. Allí ya estaba claro: esos primeros 20 minutos habían sido mil veces mejor que todo el show de 2010. Con sus limitaciones, el tipo lo dio todo. Y no le quedó debiendo nada a nadie. Con toda la terrajada posible (botox, quincho, cruces, anillos, cambios de vestuario cada 15 minutos y ainda mais) el cantante hizo lo que tenía que hacer: lavó su nombre y su público montevideano pudo reconciliarse con su carismático y pendenciero personaje alardeando en el proscenio.
La lista de 27 temas está muy bien armada. Atraviesa los cinco discos del grupo, obviamente con énfasis en Appetite For Destruction (siete temas) y Use Your Illusion (nueve), con visitas a Lies, The Spaghetti Incident y Chinese Democracy, más un tema de Velvet Revolver (la banda de Slash y Duff en los 2000) y un par de versiones, entre ellas, una simpática Blackbird acústica, a tres guitarras, bien de fogón. Tocaron todas las que tenían que estar y así las tres horas se pasaron volando, en gran medida gracias a la solidez de sus dos pilares fundamentales.
Duff McKagan no es un bajista virtuoso pero sostiene el estandarte con sobriedad y brilla en sus momentos protagónicos, como en esa coda descendente de cuatro notas en Welcome To The Jungle. El guitarrista Richard Fortus demostró, cuando pudo, sus grandes dotes. Pero tiene la mala suerte de tocar al lado de un monstruo. Porque la banda bien se podría llamar Slash N’ Roses. Genio y figura. Bajo la galera y la pared de rulos, el músico nacido en Inglaterra hace 57 años como Saul Hudson está entre los grandes guitarristas de rock de la historia. Y da cátedra en todos los rubros: riffs, arpegios, climas previos, paleta de efectos (maestro del wah wah), hard rock, blues, folk, power ballads y, por supuesto, en los mil y un solos deslumbrantes que se corean como melodías centrales, desbordantes de musicalidad. Los 30.000 presentes se fueron pipones, afortunados de ver un estupendo concierto de rock, ahora sí, digno del mejor recuerdo.