Es un cuadro en blanco y negro, con sus matices de gris, igual que las fotos de los periódicos que mostraron la destrucción. Lleva el nombre de un pequeño pueblo del País Vasco, que por siempre quedó asociado a las bombas y al fuego, a los gritos y al dolor. También quedó asociado al nombre de Pablo Picasso, quien logró con el Guernica la representación cubista del horror. Es una de sus obras más famosas, de las pocas de su trayectoria con un trasfondo político, que fue adquiriendo con los años una fuerte dimensión simbólica. Ha sido, además, motivo de disputas entre museos y países por los réditos de su exhibición.
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En 1937 Guernica tenía 5.000 habitantes y era un bastión de las libertades vascas, además de un refugio para quienes huían del avance franquista. El lunes 27 de abril era día de mercado y a eso de las seis de la tarde comenzaron a caer las bombas sobre la población que estaba en las calles. Se iniciaba la operación Fuego Mágico, llevada adelante por la Legión Cóndor de la Alemania nazi, aliada de Francisco Franco para derrocar a la República española.
El ataque duró cerca de cuatro horas. “Primero tiraron bombas rompedoras, luego bombas incendiarias. No se acababa nunca”, dice Luis Iriondo en el documental Guernica, una pintura de guerra (2007). “El fuego fue pasando de una casa a otra. Algunas eran del siglo XIII o XIV y no quedó nada”. Pero no todo fue destruido: quedaron en pie las tres fábricas de armas que había en Guernica.
Supuestamente, el objetivo militar en Guernica había sido un puente, pero el objetivo real fue la gente, sus casas y los edificios de la villa. Se lo considera uno de los primeros bombardeos que expresamente se hicieron sobre civiles, con una desproporción obscena entre el potencial militar y la población indefensa: un ataque masivo que sufrirían años después varias ciudades en la II Guerra Mundial, y que el mundo sigue presenciando hasta el presente.
El franquismo no reconoció la autoría del bombardeo, pero los corresponsales en el extranjero difundieron lo que había ocurrido. El 1º de mayo de ese año, un millón de personas expresaron su repudio al bombardeo en una marcha en París. Entre la multitud iba un artista: Pablo Picasso.
Por encargo.
En 1937, Picasso era el director honorario del Museo del Prado, aunque vivía en París desde antes de que se proclamara la República. Nacido en 1881 en Málaga, ya era un artista consagrado que había participado de los movimientos de vanguardia de principios del siglo XX y tenía una extensa obra que incluía pintura y escultura. Era el artista ideal para representar a España en la Exposición Internacional de París que se estaba organizando para fines de mayo.
Con ese propósito, el gobierno de la República le había encargado en enero de 1937 una obra de grandes dimensiones para exhibirla en el pabellón español. El artista había recibido el encargo sin mucho ánimo, por la envergadura de la obra y porque nunca había hecho un trabajo propagandístico.
Después del bombardeo a Guernica, Pica-sso se puso a trabajar de inmediato en un cuadro que gritara lo que había ocurrido. Y no dudó en llamarlo Guernica. Tenía un mes para hacerlo y necesitó alquilar un taller especial para pintar el lienzo de 7 metros de largo por casi 4 metros de ancho. El gobierno español le pagó 150.000 francos por su trabajo.
En blanco y negro.
El proceso de elaboración quedó registrado en los bocetos de Picasso y también en las fotografías de Dora Maar, su amante en ese momento. En total, el artista elaboró 45 esbozos que actualmente se exhiben junto con el cuadro.
Si bien no alude directamente al bombardeo, el Guernica tiene una fuerte intencionalidad política. Pero Picasso no pintó ni soldados ni aviones ni bombas. Solo figuras en blanco y negro, con estilo cubista, en medio de la desesperación y del dolor. Son nueve personajes distribuidos en una estructura en tríptico.
Hacia la izquierda está el toro, el único personaje que mira a quien mira el cuadro. Se lo ha asociado a la brutalidad del franquismo, incluso al avance fascista por el color negro de su lomo. En el centro está el caballo herido, que con su cuello vertical y su boca en alarido es puro movimiento y expresividad. Entre los dos animales, aparece la silueta de una paloma que apenas se distingue con su pico abierto.
A los pies del caballo hay un soldado herido. Su cuerpo está dividido en dos, pero aún puede sostener una espada que en el puño tiene una flor. Es el único hombre del conjunto.
A la derecha, una mujer grita con sus brazos en alto dentro de su casa en llamas. Otra mujer está de rodillas y arrastra su pierna herida, y un rostro femenino se asoma por una ventana con un gesto de angustia y desconcierto, mientras ilumina la escena con una vela. Muchos han visto en este personaje la representación de la República. En el otro extremo, aparece la máxima expresión del dolor: una madre mira hacia el cielo, desgarrada, con su hijo muerto en los brazos.
El conjunto estremece sin necesidad de analizarlo. Cansado por las variadas interpretaciones de su cuadro, un día Picasso dijo: “El toro es un toro; el caballo es un caballo”.
Travesía.
Cuando terminó la Exposición Internacional en enero de 1938, la caída de la República española era inminente. Picasso recuperó el cuadro y comenzó una gira para recaudar fondos por la causa republicana. Luego el artista decidió enviar el cuadro al MOMA de Nueva York, donde permaneció durante 42 años. De todas formas, a mediado de los años 50 viajó por varias ciudades europeas en las que Picasso, convertido al Partido Comunista, se pronunció contra otras guerras. En esa época pintó Masacre en Corea, otro de sus cuadros políticos. El Guernica se enrolla y desenrolla en cada viaje, hasta que Picasso decide que no se mueva del MOMA.
El gobierno franquista hizo varios intentos por recuperarlo, por eso Picasso dejó en su testamento la prohibición de que el cuadro y todos sus esbozos regresaran a España hasta que volviera la democracia.
Franco murió en 1975 y dos años después hubo elecciones libres en España. Picasso había muerto el 8 de abril de 1973, en Mougins, Francia, sin ver nunca el Guernica en su país.
Regresó la democracia a España y el presidente Adolfo Suárez comenzó tratativas para recuperar el cuadro. Todos lo querían: lo quería el MOMA porque era su “cuadro estrella”, el Museo de Picasso de Barcelona, el Museo del Prado y el pueblo de Guernica. A su vez, los hijos de Picasso querían quedarse con los esbozos de la obra.
Finalmente, luego de tironeos y negociaciones en las que intervino el rey de España, en 1981 el MOMA se despidió del Guernica. Calculan que el día de su última exhibición, un millón de personas lo visitaron. Entonces de nuevo el cuadro se enrolló y llegó a España con estrictas medidas de seguridad el 10 de setiembre de 1981. Su destino fue El Buen Retiro, un palacio del siglo XVII, que pertenece al Museo del Prado. Allí permaneció con guardia civil y vidrio blindado hasta que con el gobierno de Felipe González se trasladó al Museo Reina Sofía, donde aún permanece. Muchos museos han pedido prestado el Guernica para muestras especiales, pero los expertos aseguran que no resiste más traslados.
El poder simbólico del cuadro trascendió al bombardeo de Guernica. En 1974 un grafitero norteamericano pintó sobre el lienzo la leyenda “Matar todas las mentiras”, en protesta por la guerra de Vietnam. Y más cerca en el tiempo, en febrero de 2003, un tapiz que reproduce el Guernica en las Naciones Unidas fue cubierto con una tela azul cuando el secretario de Estado de Estados Unidos, Colin Powell, anunció el inminente ataque a Irak.
Es que cada vez que se anuncia un bombardeo, el caballo y la paloma heridos, el soldado partido al medio, la mujer de rodillas, la que arde en su casa y la que sostiene a su niño muerto, vuelven a gritar: “¡Guernica, Guernica!”.