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A los ocho años, Guillermina era una alumna con enormes dificultades para concentrarse en los estudios, “la típica despistada que perdía las cosas”, que olvidaba la mochila y la campera en clase, y los deberes en casa, que tenía que leer las consignas de los ejercicios hasta cinco veces y no conseguía completar las tareas. “Como si tuviera una ceguera, no veía; no estaba ahí, enseguida perdía el foco, mi mente volaba”, cuenta. Y entonces solía quedar “en evidencia” ante su maestra y sus compañeros: era “la rara de la clase”, que parecía no escuchar cuando se le hablaba, “siempre distraída”, “irresponsable”, “perezosa”, “deficiente”. Incomprendida, sufría ella y sufrían sus padres, llenos de culpa. Pero ahora ella sabe que lo suyo “no era desidia ni era falta de compromiso”, nada de eso. Era un trastorno por déficit atencional que le imposibilitaba cualquier esfuerzo mental sostenido. Y por eso igual se le iba la cabeza “mirando sin mirar” unos lápices de colores o un papel tirado en el piso.
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Hoy Guillermina tiene 20 años, cursa tercero de Medicina y con buen rendimiento académico. Con contención familiar y tratamiento adecuado —que incluyó fármacos y un “entrenamiento cerebral lúdico”—, recibió el alta médica en un año y medio y pudo terminar la escuela en tiempo y forma. A su hermano menor, hoy liceal, también se le manifestó este trastorno pero por hiperactividad. Y es que en los varones predominan más los aspectos hiperactivos e impulsivos del trastorno, mientras que en las niñas destacan los problemas de atención, y así es que sus patologías suelen pasar “más desapercibidas”, porque provocan menos problemas de relación en clase, explicó a Búsqueda el neuropsicólogo infantil Horacio Paiva, quien trató a ambos jóvenes.
El Trastorno de Déficit Atencional por Hiperactividad (TDAH) se presenta con frecuencia en la niñez como un síndrome neurocomportamental caracterizado por la inatención, la impulsividad o el actuar por reacción, muchas veces con agresividad o temeridad, sin medir consecuencias, y la hiperactividad o hiperquinesia. Según los expertos, afecta el desarrollo integral del niño, suele repercutir en los aprendizajes, con bajos rendimientos académicos, y en su evolución sin tratamiento puede derivar en conductas antisociales y abuso de sustancias adictivas, lo que explica el impacto social que conlleva tanto para la educación como para la salud pública.
En Uruguay, el trastorno por déficit atencional tiene una prevalencia en la población escolar de 7,6%, según el único estudio epidemiológico sobre la salud de los escolares uruguayos realizado en 2009 por la Cátedra de Psiquiatría Pediátrica de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República (Udelar).
Según la profesora grado 5 Gabriela Garrido, coautora del estudio junto con la doctora Laura Viola, la prevalencia mundial de este trastorno es variada, oscila entre el 3% y el 12% de los niños escolarizados, y con una relación niño-niña de 3 a 1. Sin embargo, sobre la muestra de 1.374 niños uruguayos de entre seis y 11 años de 65 centros públicos y privados de todo el país se detectaron más casos de niñas (51,2%) con TDAH.
A su vez, la repetición y el fracaso escolar de los alumnos con este tipo de trastorno duplica y triplica la proporción del total de escolares. Más del 40% de los alumnos con este déficit repitió al menos un año, y el 7,7% presentó “fracaso escolar” (más de dos años repetidos).
Según cálculos extraoficiales de académicos consultados, este trastorno afecta hoy a más de 10.000 escolares uruguayos.
Genética y ambiente
Existe abundante evidencia científica sobre el peso de factores hereditarios en este tipo de trastornos. Hay un componente neurobiológico, pero en otros casos puede deberse a pequeños daños, por ejemplo producidos durante el parto que dejan secuelas en el cerebro, dijo el neuropsicólogo Paiva. “Lo genético pesa, sin duda, pero también hay factores ambientales —el tabaquismo durante el embarazo o infecciones perinatales— que tienen una alta asociación con trastornos infantiles”, completó la doctora Garrido, quien también trabaja en el servicio pediátrico del hospital Pereira Rossell.
El 80% de los niños portadores de un trastorno por déficit atencional suelen tener otra patología, como ser la ansiedad, la oposición desafiante y problemas de conducta, dijo Garrido, aunque aclaró que el síntoma per se no hace al diagnóstico clínico y es necesario determinar el origen de la enfermedad.
La medicación en estos casos “no es un demonio”; si hay un buen diagnóstico y es correctamente indicado, el tratamiento farmacológico le puede cambiar la vida al niño en todas sus dimensiones”, completó Paiva, quien confía en un abordaje psicoterapéutico integral.
El especialista contó que los padres suelen reportar niños irritables, difíciles de consolar, con dificultades para conciliar el sueño, y confunden su comportamiento con déficit atencional. “Esta dificultad se ve agravada por el problema de las pantallas —los celulares y los videojuegos— donde el tiempo no es el de la realidad, pero luego los niños esperan que la realidad transcurra en el tiempo de las pantallas, con efectos especiales, y las pobres maestras no tienen globitos de colores que explotan a su alrededor”, dijo.
Trabajo en la escuela
Los expertos recomiendan crear protocolos y programas de acción escolares para “concientizar” a los educadores y también a los padres de los alumnos con posible déficit atencional y, en ciertos casos, ajustar los planes de estudio acorde a las necesidades de esos niños, puesto que el maestro de formación básica no tiene una instrucción particular en estos temas.
Según dijo a Búsqueda el consejero de Primaria, Héctor Florit, desde hace muchos años se dan “respuestas institucionales muy fuertes” a este tema, que “siempre tiene mucho impacto en la escuela”, porque además de la patología también “hay rebote” en las dinámicas educativas. “Cuando hay un gurisito con hiperactividad queda muy afectada toda la escuela”, contó Florit.
Asimismo, la inspectora nacional y psicóloga infantil Carmen Castellanos, asesora del Consejo de Educación Inicial y Primaria (CEIP), aseguró que se implementaron “fuertes medidas” y estrategias educativas y sanitarias para abordar estos casos. Citó por ejemplo la creación de un “aula hospitalaria” en el Pereira Rossell.
“El contacto humano con el niño es clave para regular su atención, ya que este trastorno lo deja fuera del aula, y en el diagnóstico existe un fenómeno de ‘silenciamiento’ de situaciones afectivas y emocionales críticas que exigen estar alerta”, dijo esta maestra con 40 años de experiencia en educación especial. Agregó que estos niños suelen tener baja autoestima, cuando no depresión o sentimientos de indefensión, ansiedad y la sensación de no haber dado de sí todo su potencial.
Castellanos precisó que muchas veces se trata de “síntomas” que no necesariamente implican un trastorno por déficit atencional que deba ser atendido y medicado con psicoestimulantes, por la comercialmente conocida Ritalina. Así también, agregó, hay “muchos niños mal diagnosticados y medicados”.
Según el neuropsicólogo Paiva, existen “nuevas estrategias” que no sustituyen pero que son un “excelente complemento” al tratamiento farmacológico. “Si el déficit atencional es un trastorno en la bases neurobiológicas que gobiernan la atención y el control de comportamiento, esa parte del cerebro puede ser entrenada, como quien entrena un grupo muscular, puesto que el cerebro es el órgano social más moldeable, y se puede entrenar con ejercicios que mejoren la capacidad de controlar los impulsos y la concentración”, afirmó.
En Uruguay todavía hay mucha gente que cree que los niños con estos trastornos son “maleducados” o “malcriados”, y se culpa a los padres. Pero “la ciencia ha demostrado que en los trastornos mentales infantiles no hay culpas de los padres”, dijo Paiva. La entrevista clínica y la interpretación conjunta de todos los datos recogidos durante la evaluación serán clave para confirmar o descartar hipótesis, según los expertos.