Hay cuentos que merecen una edición destacada, especial, como El país de los ciegos, de H. G. Wells, que ha publicado en formato independiente, como un pequeño libro al margen de cualquier colección, Acantilado. En algún punto de un remoto y fantasmagórico Ecuador, más allá de una insondable cordillera y un valle que se abre en un lugar inaccesible, existe un país de los ciegos, y allí va a parar luego de una caída interminable que abarca muchos planos de descenso, un sujeto llamado Bogotá. La historia tiene, obviamente, ribetes alegóricos, porque ese sujeto que viene del mundo de los videntes, de los que tienen ojos y el don de la vista, ha llegado a un territorio de ciegos, una comunidad donde no saben qué es el sentido de la visión porque nunca lo han tenido, y entonces allí cree que gobernará por aquella máxima de que “en el país de los ciegos, el tuerto es rey”. La cosa no será nada fácil. Los ciegos han desarrollado con tremenda agudeza el resto de los sentidos. Y habrá varias vueltas de tuerca que en cada paso dan muestra del alcance de las percepciones, de la existencia, de la naturaleza de la vida y, claro, de la posibilidad del amor y la felicidad.