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    El ucraniano Yuri Andrujovich muestra su visión de un mundo dislocado en su último libro

    Por E.A.L.

    Conviene aclarar que este libro del periodista, poeta y escritor Yuri Andrujovich (Ivano-Frankivsk, 1960) está escrito antes de la invasión de Putin a Ucrania. Se trata de una selección alfabética —para poner un orden— de las ciudades que el escritor ha visitado y donde ha vivido y soñado. Treinta y nueve ciudades, algunas de las cuales son emblemáticas como Moscú, Venecia, Nueva York, Kiev, Berlín, Praga o Leningrado, y otras poco conocidas como Iziaslav, Quedlinburg, Uzhgorod o Zug, la última del alfabeto y posiblemente ignota hasta para el más versado niño-traga en geografía de la escuela más apta del planeta. Que Iziaslav sea una ciudad del siglo XI del Oeste ucraniano y su nombre venga de un príncipe lo puede descubrir cualquiera acudiendo a Wikipedia, de hecho, yo lo hice, lo mismo que para saber que Quedlinburg es una pequeña localidad alemana con poco más de 20.000 habitantes. Eso no te lo va a decir Andrujovich porque no le interesa. La idea no es hablar de estas ciudades como en un tradicional ensayo sino a partir de ellas. Entonces es el orden del alfabeto seguido del desorden de la escritura bien entendida, que es lo que más le gusta a Andrujovich. Que vuele la creatividad y la imaginación; las ideas se conservarán claras y la información básica caerá sola.

    Y esto nos lleva a una de las mejores cosas que tiene un libro y que no es nada fácil de conseguir: que en cualquier página, al azar, la escritura tenga algo que te atrape, no importa si en las líneas de arriba, las del medio o más abajo. Que se lea donde sea, como quería Cortázar con Rayuela.

    Allá vamos con Pequeña enciclopedia de lugares íntimos (Acantilado, 2023, 406 páginas). Al azar, tienen que creerme.

    Página 232 (Moscú): “Moscú es una araña y la araña es el metro. O sea, Moscú es una ciudad más subterránea que terrestre. Esto se debe principalmente a su naturaleza represiva. Los pasajes subterráneos, los rincones perdidos, las mazmorras, las salas de tortura, los túneles y las minas: todo esto no solo acompaña a Moscú, sino que, con sus cavidades, también lo sostiene desde sus orígenes, desde la Edad Media”.

    Página 314 (Praga): “En Ucrania, no tendremos derecho a ser llamados centroeuropeos hasta que no pidamos perdón a los checos por nuestro colaboracionismo”.

    Página 154 (Kiev): “Cuando me encuentro bien, a veces me invento un papel y me sumerjo en él, en general para un único espectador desconocido. En el taxi interpreté el papel para el chofer. Fingí ser un ruso, o más bien un nuevo ruso, vulgar y engreído, de los que aún consideran que Kiev es una ciudad rusa, los mismos que se creen que son el ombligo del mundo. Ahora yo era un gran ruso, rico y mamado, en la capital de provincias de aquellos pequeños y miserables rusos. Así que le pedí al conductor que subiera la música, y él obedeció. Para mi sorpresa, sonó algo en inglés, así que le dije: ‘Busca algo nuestro, en ruso, que se jodan los putos guiris’. La respuesta del conductor fue algo así como: ‘Ponen lo mismo en todos los sitios’, a lo que le ordené buscar la Radio Rusa, que encontró de inmediato”.

    Página 215 (Lviv): “Mi novela favorita va sobre andanzas. El héroe se lanzará a un laberinto nocturno interminable después de tragarse una píldora de trihexifenidilo”.

    Página 90 (Essen): “Los alemanes que asisten a lecturas literarias son un estrato social muy particular. Se caracterizan por una cultura de la escuela casi protestante: una concentración adusta, una atención, una predisposición y un estado de alerta, un escrupuloso esfuerzo analítico del cerebro en las oraciones y las palabras escuchadas, un desmenuzamiento interno y una digestión concentrada de cada sonido y de cada significado. Se preparan las réplicas y las preguntas. No vienen por venir. Toman notas. En realidad, no son público, sino máquinas de reflexión intelectual crítica. Uno no puede distraerse frente a un público como este”.

    Página 375 (Venecia): “La oscuridad, el frío, la humedad. Una ciudad en la que los litigios inmobiliarios pueden durar hasta trescientos años”.

    Página 293 (Nueva York): “Pero lo que de verdad me quita el sueño es ese verso de Allen Ginsberg en el que habla de ‘los ángeles de Mohamed que bailan entre los rascacielos’. ¿Cómo pudo saberlo en 1955, tantos años antes del Acontecimiento?”.

    Página 307 (Praga): “El objetivo de Praga era ofrecerme lo que mi patria nunca me dio: la fascinación”.

    Caminamos con él y hasta podríamos intercambiar pareceres, lo que nos habla de un libro movedizo, muy poroso, que es otra de las raras ventajas que cada tanto nos ofrece la escritura. Borges, que si de algo se jactaba era de ser un gran lector, hubiese disfrutado con este libro de entradas múltiples y laberintos asegurados. A saber qué hubiese dicho Andrujovich de Montevideo. Otro gran escritor como el holandés Cees Nooteboom se llevó una sorpresa desagradable con el edificio Ciudadela de nuestra plaza Independencia, plagado de esas horribles cajas de aire acondicionado.

    Andrujovich ha visto aparecer y desaparecer a Europa en Ucrania, su patria. Habita ese alucinado mundo bisagra entre Oriente y Occidente. Vivió en carne propia la horrible lápida totalitaria de la URSS y también la caída del comunismo, con el costo de la invasión a Afganistán, la desintegración del átomo en Chernobyl y la escasez de todo tipo de producto, desde alimentos hasta discos de Jethro Tull, y en especial de vodka, lo que explica su preferencia por los héroes que consumen pastillas de trihexifenidilo. Está claro, como todos los ucranianos, que desea la independencia del poder tiránico de Putin. Y no descarta la intervención de la OTAN, como lo manifestó en una entrevista a un medio español.

    En Acantilado se pueden conseguir varios títulos de este sorprendente escritor, de los cuales ocupa un lugar destacado esta Pequeña enciclopedia de lugares íntimos, versada en geopoética y cosmopolítica, tan necesarias para un mundo en el que las derechas y las izquierdas cada vez más se radicalizan y alinean detrás de líderes grotescos y fantoches, que lo único que conseguirán por su desprecio por el centro y la mesura es sumirnos en una gran inundación fecal.