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El dibujante Albert Uderzo, cocreador de Asterix, falleció el 24 de marzo en su casa de Altos del Sena, en Francia. Tenía 92 años. El cineasta español Alex de la Iglesia escribió en Twitter: “Como hacía caricaturas (como en el cine) le restaban valor artístico. Pero Uderzo es uno de los más grandes dibujantes del siglo XX. Su estilo es tan universal que no parece personal, porque todos le imitaron”. Desde la página oficial del personaje que creó en 1959 junto con el guionista René Goscinny se lo despedía con un “merci, maestro”, unas pocas palabras más y un boceto que el propio artista había realizado años atrás para rendir homenaje a las víctimas del atentado perpetrado contra la revista satírica Charlie Hebdo en enero de 2015. En la viñeta se ve al pequeño galo de bigotes rubios y casco alado y a su fiel amigo y compañero de aventuras, el robusto repartidor de menhires, Obelix, haciendo una reverencia mientras Ideafix, el perro, los acompaña con tristeza. El ilustrador se había retirado en 2010 y este gesto fue su regreso al dibujo. Y aunque Uderzo fue un dibujante dotado, que dominaba varios estilos, y aunque concibió otros personajes y dio forma y contenido a otras historias, su nombre, como el de su socio creativo Goscinny, está grabado en la historia por ser el creador de un mundo reconocible con el que han crecido (y crecerán) generaciones.
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Asterix es la historieta francesa más internacional de todos los tiempos. Con 38 volúmenes publicados, es la saga de cómics más vendida del mundo (más de 370 millones de copias), una obra inmensa, traducida a 11 idiomas, expandida en 10 películas animadas, cuatro largometrajes con actores de carne y hueso, y un universo prácticamente inagotable de merchandising que incluye un parque de atracciones, a lo Walt Disney, casa de animación de la que Uderzo fue fan declarado. De hecho, en sus inicios como dibujante, quiso dedicarse a la animación. El destino quiso que en 1951 se encontrara con Goscinny. Juntos desarrollaron proyectos como Umpah-pah el piel roja y Jehan Pistolet, aventuras que sirvieron como campo de prueba y experimentación para lo que vino después, que empezó con una idea simple para el lanzamiento de la revista Pilote y que evolucionó hasta conformar un mundo que los ha trascendido.
Uno de los ingredientes de la poción mágica que hizo de Asterix el cómic que resiste ahora y siempre puede hallarse, precisamente, en la narración visual de ese mundo. Es allí donde se hace patente la exquisita habilidad de Uderzo como un narrador fino cuyo lenguaje es el dibujo. Su maestría está ahí, en las secuencias de acción, el trazado de los gestos y las expresiones de todos los seres, en el uso de diferentes tipografías, la composición de los paisajes, las grandiosas tomas de las ciudades y en la atención en los detalles (para La odisea de Asterix, uno de los títulos que trabajó en solitario tras la muerte de Goscinny en 1977, el dibujante se trasladó a Israel para documentarse).
Salvo un par de excepciones, todas las historias desplegadas en el cómic empiezan y terminan siguiendo el mismo esquema. Una introducción, donde se explica que la acción transcurre en el 50 a. de C., en la antigua Galia ocupada por los romanos, con una lupa que hace foco en la grandeza de una pequeña aldea que resiste al invasor. La vuelta de tuerca es que son los legionarios romanos de los campamentos fortificados de Aquarium, Babaorum, Laudanum y Petibonum los que tienen mucho que perder. Los irreductibles pobladores de la aldea cuentan con una pócima secreta que les proporciona una fuerza sobrehumana, lo que les ha permitido perder el miedo y desarrollar una capacidad asombrosa para dispensar tortazos. En sus filas, además, está Obelix, un gigante pelirrojo y barrigón, que de niño cayó en una marmita llena de poción mágica y es dueño de una fuerza descomunal. Las historias se cierran con un pantagruélico banquete en la aldea, donde se bebe en abundancia y se sirve jabalí asado bajo la luz de la luna.
Entre estos dos extremos, sucede de todo. Humor, acción, intriga, viajes por el mundo y el desfile de una delirante e incombustible colección de personajes e historias asombrosas, divertidas, conmovedoras y, sí, geniales.
Asterix contiene gags que funcionan por repetición, esquemas recurrentes (César, como el coyote que intenta atrapar al correcaminos, elabora incontables planes para reducir a los insurrectos galos, y siempre fracasa), una excelente recreación de sucesos históricos (revueltas, guerras civiles, batallas, estrategias militares, expediciones e invasiones), una puntería absoluta para dar con los estereotipos y una divertida colección de alusiones a la cultura y la idiosincrasia de diferentes sociedades. Los guiños y las indirectas se integran de manera simple y sobria al relato, por lo que es natural que en una historia ambientada décadas antes del nacimiento de Cristo puedan encontrarse referencias a la historia del arte y la cultura de occidente y haya cameos de figuras de la vida real como Otto von Bismarck, Benito Mussolini o Churchill, Sigmund Freud, Los Beatles, Laurence Olivier, Sean Connery y Arnold Schwarzenegger, o criaturas salidas de otras ficciones como Sherlock Holmes o Hernández y Fernández, de Tintín.
Algunos juegos de palabras presentes como disparadores de humor resultan intraducibles. Sin embargo, no es algo que le juegue en contra, al contrario: le otorga una capa más de singularidad al conjunto. En las ediciones en español el trabajo de los traductores es digno de elogios. Algunos nombres: Calígula Pocospelus, Fielhastalfinus, Graco Ojoalvirus, Claudius Sinusitus, Anguloagudus, Tragicomix, Moralelastix, Homeopátix, Edadepiédrix, Segregacionix; Numerobis, Mixomatos, Okeibos, Bigbos, Soldaf, Epitaf, Dactilograf. Dato: en Asterix en Italia (2017), hay un romano llamado Coronavirus.
Hasta la muerte de Goscinny, se publicaban dos libros por año. A partir de entonces, con Uderzo encargándose del guion y los dibujos, la edición pasó a ser de un volumen cada cuatro. Una vez que se retiró, su labor fue continuada por el guionista Jean-Yves Ferri y el dibujante Didier Conrad, que desarrollaron, bajo su atenta supervisión, otros cuatro títulos. Franck Riester, ministro de cultura de Francia, sostuvo que el dibujante tuvo “una nobleza suprema” al aceptar “que sus héroes le sobrevivieran para la felicidad del público”.
A través de las aventuras de los galos muchos jóvenes lectores encontraron horas de felicidad a la vez que entraron por primera vez en contacto con el latín o el griego, conocieron a Julio César, Espartaco o Cleopatra y supieron de qué hablaban los romanos cuando hablaban de sestercios. También tuvieron noticias sobre la existencia de los sumerios y de una región llamada Hispania Ulterior, de las carreras de cuádrigas, de las estrategias militares del Imperio Romano y del trabajo de los esclavos en el antiguo Egipto. Y, además, se divirtieron mucho. Merci, maestro.