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La colección de libros “Select” de la editorial Maeva, realizada en Alemania, acerca al gran público obras de la pintura universal y biografías sintetizadas de mujeres más o menos conocidas, cuya tarea o vida resulta relevante en algún sentido. Los títulos editados son: “Las mujeres que leen son peligrosas”, “Las mujeres que escriben también son peligrosas”, de Stefan Bollmann, “Las mujeres que aman las plantas”, de Claudia Lanfranconi y Sabine Frank, “Mujeres admiradas, mujeres bellas”, “Y además saben pintar”, de Donald Friedman, de Karin Sagner, y “Ellas. Mujeres que nos inspiran”, de Eva Roemer.
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De tapa dura y formato grande, estas ediciones cumplen con el doble cometido de ser un placer para los sentidos e informar sobre aspectos de la vida de las artistas y de la historia del arte y la literatura. Mujeres admiradas, mujeres bellas (a 600 pesos en librerías) se presenta como un recorrido por el ideal estético a través de los siglos.
Uno de los capítulos se refiere a un símbolo eterno de belleza femenina: la cabellera, a la que se le ha atribuido un poder “casi mágico”: “Así, el cabello fue desde la antigüedad símbolo de la sabiduría y del erotismo. Pero también, en sentido opuesto, podía ser la fuente de poderosas fuerzas mágicas que traían la perdición”, escribe Karin Sagner. En la Grecia y Roma antiguas el peinado comunicaba el estatus de la persona que lo lucía. De esta manera, las reseñas hechas a cada pintura aportan datos sociológicos y de las costumbres de cada época.
Es curioso saber, por ejemplo, que hace centenares de años el pelo largo se asociaba a la dignidad, la libertad y la vitalidad y lo llevaban así las damas de clases más acomodadas, en tanto que el pelo corto “indicaba una posición social baja” y era una de las “humillaciones más graves para una mujer”.
Los óleos dan constancia de la belleza de la cabellera salvaje y naranja que se asociaba con las llamadas “brujas” y “magas”. Pero también reflejan los armatostes que eran los pelucones altísimos que se usaban en el Barroco y el Rococó. Sagner explica que estas prótesis tenían como finalidad la comunicación social, debido a que eran símbolo del “estatus aristocrático” e indicaban que “no se desempeñaba un trabajo físico duro, que habría resultado imposible desarrollar con estructuras capilares tan monstruosas”.
En el cuadro “Retrato de una mujer”, pintado hacia 1680, una joven mira tranquilamente, llevando un vestido repleto de moños rojos y la cabeza coronada por un nido de rulos negros y brillantes. Hoy resulta curioso saber que los representantes de la moral del momento llegaron a criticar al pintor, Jacob Ferdinand Voet, por ensalzar una moda tan frívola. En 1628, el polemista inglés William Prynne escribió “La falta de encanto de los tirabuzones”, refiriéndose de manera lapidaria a esta cualidad: “Los repulsivos rizos, o una reflexión concluyente sobre la demostración de que lucir rizos es tan inadecuado como vituperable para un cristiano”. Según este agudo pensador, los salones de estética eran el antro de la perdición de las damas. “Para muchas mujeres las peluquerías se habían convertido en iglesias, pues hablaban con más frecuencia sobre la caída del pelo con su peluquero que sobre la salvación de su alma con el sacerdote”.
Algunos cuadros contienen un erotismo muy marcado, como sucede con el esplendoroso retrato de “La emperatriz Isabel de Austria y reina de Hungría”, realizado en 1864 por Franz Xaver Winterhalter, quien pintó a la dama de espaldas, mostrando un hombro desnudo y una cabellera que se extiende para alcanzar sus talones. El emperador guardó el cuadro en sus aposentos hasta que murió, para que nadie lo viera. “En el siglo XIX ninguna mujer decente podía mostrarse ante los ojos de todos con el pelo sin peinar”, explica el libro. La emperatriz Isabel tenía su propia peluquera muy bien paga, se lavaba el pelo cada tres semanas dado que la tarea le demandaba un día completo, y para que luciera hermoso se lo cepillaba tres horas al día.
Aunque son menos, en Mujeres admiradas, mujeres bellas aparecen algunas pintoras. Una de ellas es Zinaida Serebriakova, quien en 1913 pintó “El baño”, reproduciendo una escena típica del sauna de los ambientes rurales de Rusia en habitaciones de madera con temperaturas cercanas a los 90 grados. Otra pintora es Jeanne Mammem, que retrata la moda a lo garçon en el cuadro “Muñecas aburridas” (hacia 1930).
Por otra parte, en el recorrido por esta galería de arte tan variada, se encuentran retratos de mujeres conocidas, como el de Alix Baade, domadora y criadora de caballos, el de Maya Plisétskaya, de 1952, pintado por Yelena Grigoryevna, el de la bailarina Ana Pavlova, de 1927, con un volátil tutú, interpretando el papel de “cisne moribundo” en San Petersburgo.
El capítulo “Para todos los sentidos” está dedicado a los “Polvos, cosméticos, perfumes. Sobre antiguas y nuevas recetas de belleza”, donde se leen algunos tramos de “El arte de amar” del poeta romano Ovidio, se conocen los métodos de preparación de productos entre los griegos y los egipcios, así como el origen del término “cosmética”, que significa ordenar y adornar.
En “La moda como pasión” se analizan los vestidos y joyas, el terciopelo, la seda, la piel y las perlas. Y el último capítulo es “Corporalidad y limpieza. El descubrimiento del agua. De la abstinencia al elixir de la vida”. Así, se recuerda que en otro tiempo se consideraba peligroso el baño, pues el agua traspasaría la piel dañando el interior del cuerpo.
Otro libro de esta colección es Las mujeres que escriben también son peligrosas, con prólogo de la editora catalana Esther Tusquets y textos del escritor y editor Stefan Bollman. Incluye fotos y pinturas de mujeres de las letras y parte de las precursoras de las escritoras, como lo fueron la mística Hildegard von Bingen o la novelista francesa nacida en 1607 Madeleine de Scudéry.
El nombre del libro juega con la afirmación que hizo el poeta y ensayista Heinrich Heine: “Sí, las mujeres son peligrosas”. Heine opinaba que los hombres escribían por amor al arte, en tanto que las mujeres de letras tenían “un ojo fijo en el papel, el otro en un hombre” y que tenían, además, predilección por “el cancán y la camarilla, que trasladaban también a la literatura”. Heine se refería, concretamente, a la autora francesa Madame de Staël (1766-1817), que afirmó que el genio existía más allá del sexo de su portador y tenía que ver con la capacidad de experimentar grandes sentimientos y convertirlos en obras artísticas. Madame de Staël defendió el concepto de “entusiasmo”, entendido como “el amor por lo bello, la elevación del alma y el placer de la devoción” que juntos aportan dulzura y fuerza.
Muchos nombres se suman a los perfiles destacados aquí: Mary Wollstonecraft (defensora de los derechos de la mujer y madre de Mary Shelley, la creadora de Frankenstein), George Sand (escribía ocho horas diarias de noche, consumiendo café y tabaco), Jane Austen y las hermanas Brontë.
Hay espacio también para escritoras de literatura infantil y para autoras no europeas. Resulta muy atractivo el capítulo “Trayectorias excéntricas”, donde aparecen en escena las célebres y geniales Sidonie-Gabrielle Colette, de labios finos y rojos y pluma en mano, junto a su gato; la enorme y melancólica Virginia Woolf; la praguense Milena Jesenská (a quien Kafka definió como “un fuego viviente”), la británica Agatha Christie, autora de 66 novelas policíacas y la poeta suicida Sylvia Plath.
Escribir para no enloquecer. Escribir para no morir. Escribir para recordarlo todo. En “Audacia” aparecen algunas mujeres que produjeron sus textos en situación de guerra o encierro. En este cuadro juegan Irène Némirovsky y Anna Frank. La letra aparece para transmitir el dolor y la vida al límite. “Seguiré siendo valiente y apretaré los dientes, pensaré en vosotros, por muy difícil que sea”, escribió Lilli Jahn, madre judía de cinco niños que pocos días después murió en Auschwitz.
En “La invención de la vida” aparecen otros nombres pesados, como Dorothy Parker, Carson McCullers, Marguerite Yourcenar, Anaïs Nin, Simone de Beauvoir y Marguerite Duras.
La diversidad de tópicos, la brevedad de los textos, así como la calidad de las imágenes, hacen que recorrer las páginas de esta colección sea un verdadero disfrute.