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De todos los géneros que produjo la música popular en el siglo XX, desde los más genuinos hasta los más artificiales, el blues estadounidense del delta del Misisipi fue el más influyente. En sí mismo el blues es la amalgama de un montón de influencias que van desde (y principalmente) los ritmos africanos traídos consigo por los esclavos secuestrados hasta la música y los instrumentos de sus esclavizadores. Se supone que como ritmo se forjó en las décadas finales del siglo XIX, y llegó a su forma definitiva en los años 20 del siglo XX. En los años 30 tuvo un pico de popularidad inmenso gracias a productores, etnólogos y antropólogos que recorrieron el sur del país registrando las canciones de un sinfín de artistas que practicaban el género en diversos estilos. Esos registros se volvieron discos comerciales que vendieron millones de copias, sobre todo entre negros de clase obrera (y en la época había poquísimos negros que pertenecieran a otras clases sociales), pero también entre blancos, lo que dio comienzo a un mestizaje musical tan acelerado como único.
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La hibridación más célebre del blues fue la que dio lugar al rock ’n’ roll en los años 50, pero desde antes y mucho después su influencia se hizo notar en casi cada género popular. El jazz, por ejemplo, no fue el mismo luego de su impacto. El blues alcanzó y alteró innumerables corrientes musicales, cuando no generó sus propias variantes. Y al día de hoy es la raíz de un árbol genealógico sorprendente y frondoso, cuyas ramas más extremas e irreconocibles van desde algún grupo de black metal finlandés hasta lo que esté grabando Wos en este momento en Buenos Aires. Es que, por ejemplo, el blues dio origen a multitud de géneros de música negra en Estados Unidos como el rythm and blues, el soul o el funk, que fueron retroalimentándose y mutando hasta llegar a la música disco en los 70. En algún momento de esa década estos géneros descubrieron la música electrónica alemana de Kraftwerk, y un nuevo maridaje dio inicio al rap y al hip hop, además de a un centenar de corrientes diferentes de música bailable. La evolución no se detuvo ahí, ya que en años los 90 el hip hop neoyorquino se encontró con la música bailable derivada del reggae jamaiquino, y así nacieron el reguetón, el trap y lo que sea que venga a continuación. Cuando Bizarrap graba una de sus sessions con Shakira, Residente, Nicky Nicole o quien sea, está dando un nuevo fruto a un árbol de incontables ramificaciones cuyas raíces, muy abajo y mucho antes, están en el blues del delta del Misisipi.
El blues se desarrolló en varias vertientes, urbanas o rurales. Luego de la Segunda Guerra Mundial siguió el éxodo de la población negra desde los campos del sur a las ciudades del norte y se convirtió en un género masivo, pero mucho antes de eso, en los inicios de su desarrollo, fue una movida casi secreta, música exclusiva de una comunidad pobre y segregada. Los negros estadounidenses estaban (y siguen estando) muy lejos de cubrir la brecha que los separaba de la población blanca luego del fin de la esclavitud, y su vida cotidiana fuera de sus comunidades transcurría, por lo que a los blancos del norte respecta, en otro país. Por eso para rescatar esta nueva música (y otros géneros) fue que un pequeño ejército de estudiosos universitarios y otro de productores especuladores se dedicaron a recorrer las paupérrimas comunidades negras del delta del Misisipi y otras zonas del país, de manera no muy diferente a si se internaran en las profundidades africanas con la misma intención, y grabaron con equipos portátiles a cuanto músico con guitarra se cruzaran.
Uno de estos estudiosos fue el folclorista John Lomax (1867-1948), que desde los años 30 comenzó a recorrer Texas y otros estados recogiendo tradiciones musicales, incluyendo cantos de labor forzada en prisiones. Casi toda su familia se vio involucrada en el asunto, notoriamente sus hijos John Jr. y Alan, que lo acompañaban en sus expediciones y a su muerte continuaron sus carreras en la misma área.
Tras la muerte de su padre, Alan continuó su trabajo etnomusical recorriendo localidades remotas y grabando miles de canciones. Ya en 1936 fue contratado por el Archive of American Folk Song (“el archivo de la canción folk estadounidense”), una división por entonces de la Biblioteca del Congreso, para registrar y catalogar la música folk del todo el país y fuera de fronteras (Lomax también viajó a Haití y las Bahamas en busca de raíces y derivados de los ritmos negros estadounidenses). En 1950 fue hostigado políticamente por sus simpatías socialistas y terminó radicándose en Inglaterra hasta 1959. Tanto en Europa como a su regreso continuó con su labor de recopilación. En 1959 realizó otra gira por el sur recopilando canciones de artistas folk blancos, algunas de las cuales terminaron en el año 2000 formando parte de la banda de sonido de O Brother, Where Art Thou? de los hermanos Coen. En 1977 fue asesor de Carl Sagan para la selección de música incluida en el disco de oro que se adosó a la sonda espacial Voyager. Alan Lomax murió en Florida en 2002, dejando como legado un rescate colosal de las formas musicales más frágiles y auténticas del siglo.
En 1997 publicó La tierra que vio nacer el blues. Prosas reunidas de un folklorista legendario (The Land Where The Blues Began, Libros del Kultrum, 2021), recuento de sus viajes por ese otro país dentro de su país, las comunidades negras del sur. El libro es mucho más que un estudio musical o etnográfico, se trata de una serie de crónicas de viaje apasionantes que, aunque nunca pierden de vista su tema central, lo toman como eje a partir del cual retratar la vida en esas comunidades empobrecidas, sometidas a la segregación (incluso, en un delirante momento, segregación inversa legal: por ser blanco una norma estatal no permitía que a Lomax se le sirvieran bebidas en locales exclusivos para negros) y mantenidas bajo control por leyes injustas, policía brutal y prácticas laborales apenas un escalón por encima de la esclavitud.
Con pasión inmensa y una tenacidad inquebrantable Lomax rastrea músicos ciudad tras ciudad y barrio por barrio, en un ambiente opresivo en el cual ser visto dándole la mano a un negro era causal de detención. Así llegó a los que hoy son nombres legendarios, pero que en su época eran apenas cantantes itinerantes que recorrían uno o dos estados con su guitarra al hombro, tocando cada noche en un boliche improvisado en algún galpón escondido en medio del campo. Lomax no descubrió al más célebre de todos los bluseros, Robert Johnson, pero fue quien trajo noticias de su temprana muerte en 1938 porque logró encontrar la casa de la madre de Johnson poco después. En ese mismo viaje Lomax trazó la genealogía de la rama del blues más influyente en la música popular posterior: todo comenzó en los años 20 con el bluesman Blind Lemon Jefferson de Texas, cuyo estilo aprendió otro intérprete llamado Lemon (porque no era ciego), que no dejó registros grabados pero le enseñó a tocar a Son House en Misisipi, quien fue el maestro de Robert Johnson. Johnson murió muy joven para dejar discípulos, pero House también le enseñó a tocar a otra joven promesa, Muddy Waters, que en los años 50 inició la gran revolución del género al utilizar una guitarra eléctrica, y a partir de ahí influenciar a cuanto guitarrista de rock fuera llegando luego, desde Eric Clapton a Keith Richards (los Rolling Stones se llaman así por una canción de Waters) o Angus Young. El primero en grabar a Waters en 1940 fue, claro, Lomax, en la casa del músico en Misisipi.
De momentos así está lleno el voluminoso (y algo aparatoso como para leer cómodamente) La tierra que vio nacer el blues, una joya para todo amante del género pero también un testimonio inconmensurable del barrial de injusticia, segregación y pobreza de donde surgió la música emblemática de los marginados, los dolidos, los explotados, los oprimidos. No en vano el sentido del término blues no tiene nada que ver con el color azul sino con la tristeza o la melancolía. Lo que Lomax recopiló con ahínco no es ninguna música celebratoria (por más que sus lejanísimos descendientes hayan mutado hasta lo irreconocible con Rosalía cantando “Saoko papi saoko”) sino el lamento de un pueblo agobiado por la injusticia. Y sus magistrales crónicas no solo cuentan de dónde salieron esos lamentos, sino que describe con precisión y panorámicamente cuándo y por qué.