Las plagas han sido históricamente uno de los mayores problemas para la agricultura, tanto en la producción como en la conservación. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el 40% de los alimentos se pierde por el impacto de las plagas.
En Uruguay, expertos y autoridades trabajan y debaten desde hace años sobre distintos enfoques para combatir este problema, con una preocupación cada vez mayor por el control del uso de agroquímicos, que tienen consecuencias medioambientales y sanitarias.
Pero de acuerdo a un estudio reciente “no se ha logrado modificar en forma sustancial el universo del control de plagas, donde mayoritariamente predomina un manejo inadecuado de los insecticidas químicos”.
El trabajo Foundations and developments of pest management in Uruguay, a review of the lessons and challenges, escrito por los autores César Basso, exprofesor titular de Entomología de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República, y Ximena Cibils-Stewart, investigadora adjunta del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria, analiza el uso de insecticidas químicos, el control biológico, la agroecología y la resistencia genética en las distintas áreas de producción como la horticultura, fruticultura, cultivos y forestación.
Publicado el 13 de octubre en la revista Agrociencia Uruguay, en el marco del “Año internacional de la sanidad vegetal”, según nombró la FAO al 2020, el estudio afirma que la creciente preocupación de los consumidores por acceder a alimentos inocuos y producidos de manera sustentable “transforma esta demanda en atributos de diferenciación y valorización”, por lo que es de esperar “nuevos hitos que contribuyan a mejorar la inserción internacional de Uruguay como productor de alimentos de alta calidad”, bajo parámetros de protección social y ambiental.
Según explicó Basso a Búsqueda, la sanidad vegetal siempre se visualizó como un problema de pérdida de alimentos, por lo que cuando surgieron los insecticidas químicos se pensó que el tema estaba resuelto. Sin embargo, estos productos trajeron aparejados impactos negativos en el ambiente y la salud.
Una de las alternativas vinculadas al control de plagas más amigables con el ambiente es el control biológico, técnica que se basa en el uso de enemigos naturales para controlar los organismos que dañan los cultivos. Sin embargo, la práctica es mucho más costosa que una solución sintética, ya que implica una mayor investigación y recursos debido a su alta complejidad, sostuvo.
“La virtud que tienen los químicos es la simplicidad, pero hay que ver a qué costo. Por eso, la idea es que el productor pueda utilizar el control biológico a costos similares. Algo que en los países desarrollados pasó de ser una herramienta casi romántica a ser algo accesible”, indicó Basso.
Uruguay fue pionero en Latinoamérica en el uso de este tipo de técnicas y hoy los insecticidas biológicos están disponibles comercialmente en el país. Pero aún son muy pocos y su elevado costo hace que sea difícil que puedan competir con las alternativas químicas.
Hoy en Uruguay hay cuatro insecticidas biológicos habilitados que se utilizan en horticultura y en cultivos de soja. Para Basso esto refleja un gran retraso respecto a Europa, donde el uso de este tipo de controles está extendido.
“Por eso entendemos que necesariamente tiene que haber una política pública que tienda a favorecer ese tipo de métodos, ya sea con deducciones fiscales a las empresas que utilizan esas prácticas más amigables o compensar de algún modo el beneficio que otorgan. Es muy difícil para un productor asumirlo, pero el Estado puede contribuir a compensar esa diferencia de costos”, afirmó Basso.
Un complemento, no un sustituto
Leonardo Olivera, titular de la Dirección de Servicios Agrícolas del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), dijo a Búsqueda que si bien “todo el mundo quiere avanzar en el tema del control biológico” una empresa va a adoptar lo que es económicamente viable.
“También me gustaría que se usen menos fertilizantes, que todo sea orgánico. Pero lo orgánico, que significa movimiento de suelo, libera CO2 al ambiente y provoca la erosión de los suelos y la presencia de excedentes de nutrientes en cursos de agua”, dijo Olivera. Así, aclaró que no siempre el control biológico significa cero toxicidad ni que sea un método inocuo en todos los casos.
Según el jerarca, las autoridades del MGAP y las personas vinculadas a la producción siempre van a preferir una alternativa efectiva, viable y económica, por eso la idea es avanzar en el menor uso de químicos mediante un manejo integrado de buenas prácticas. En ese sentido, afirmó que si bien están “muy a fin a buscar alternativas para crecer en ese aspecto” también están enfocados en algo más amplio como es el manejo integrado, ya que si se implementan buenas prácticas —un correcto manejo de dosis en tiempos acordes— el producto también puede lograr una calidad excepcional sin ningún riesgo.
“Lo que permitiría que eso aumente no es solamente un estímulo fiscal, sino el hecho de que haya un mejor desarrollo. Porque hoy todavía no se puede sustituir (el tratamiento químico). Además, la relación de costos es de 5 a 1”, indicó.
Olivera afirmó en que el método biológico contribuye a la valorización vegetal, es un complemento que es positivo que se generalice, pero hoy no lo ve como algo sustitutivo.
“No hay que irse de un lado al otro, pero sí complementar todo lo que tenemos en ese marco de buenas prácticas y manejo integrado. No buscamos cambiar una cosa por otra, pero sí estamos reevaluando los productos que puedan tener algún tipo de toxicidad o riesgo ambiental”, explicó Olivera.
Valorizar los productos
Según Basso, la inversión extra en apoyar las técnicas de control biológico se recuperaría en los beneficios para salud o en una producción agrícola más valorizada, algo a lo que en su opinión debe apuntar el país para tener un mejor acceso a los mercados internacionales. Así, además de la preocupación por la salud y el ambiente, hay un componente económico que puede ser favorable para un país pequeño como Uruguay, que podría apuntar a la calidad y no a la cantidad. “Apostar a la sanidad vegetal y al manejo racional de las plagas es favorable a nuestros intereses. Hay sectores donde eso está presente, pero no está en la opinión pública y en la agenda de las autoridades con la fuerza que se merece. Y el tiempo se acorta”, sostuvo.
Basso sostuvo que el vínculo con las autoridades gubernamentales es fundamental para impulsar este tipo de herramientas, pero que no han logrado un diálogo fluido con las nuevas autoridades de gobierno. Contó que si bien conversaron con el titular de la Dirección de Servicios Agrícolas, que se mostró abierto a seguir esa línea de trabajo, solicitaron una entrevista con el ministro que aún no se concretó.
Actualmente, existe una mayor preocupación de los consumidores acerca de la forma en cómo son cultivados los alimentos que consumen. Las personas están más informadas y la demanda de productos de buena calidad es creciente. Sin embargo, la preocupación por la presencia de residuos químicos en los alimentos todavía no está tan presente en la mente de los consumidores, opinó Basso.
En cuanto a los productores, el especialista aseguró que se trata de un proceso, que existen sectores cada vez más sensibles a estos aspectos, pero explicó que si el mercado no lo exige los avances son más lentos. “Se precisa el mercado y la regulación respecto al control de los residuos y sus consecuencias”, dijo.
El académico afirmó que Uruguay necesita más apoyo para la investigación, la innovación y la difusión respecto al control de plagas y se mostró preocupado acerca de la política de austeridad impulsada por el gobierno. En esa línea, dijo que si bien entiende que Uruguay ha madurado en diversos aspectos, el país se encuentra en un “cruce de caminos”, ya que para avanzar más es necesario destinar más recursos a las instituciones científicas que estudian la temática.
Ciencia, Salud y Ambiente
2020-11-11T18:13:00
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