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“El viejo sabio observaba a los jóvenes que vociferaban y entonces se le ocurrió que él era el único en la sala que tenía el privilegio de la libertad porque era viejo —cuando uno es viejo ya no tiene que prestar atención a la opinión de su pandilla ni a la del público ni al futuro. Está solo con su muerte cercana y la muerte no tiene ni ojos ni oídos y a ella no hay por qué gustarle; puede hacer y hablar lo que le apetezca”. La cita es del libro La vida está en otra parte (1973), y ese “viejo sabio” bien podría haber sido su autor, el escritor checo, nacionalizado francés, Milan Kundera, quien murió el martes 11 a los 94 años en París.
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Hacía muchos años que no se sabía nada de Kundera, que vivía recluido en su apartamento parisino. A fines del siglo XX, la traducción de sus libros a varias lenguas habían impactado a los lectores occidentales por su mensaje escéptico e irónico, su denuncia contra la opresión comunista que vivía su país, su visión de la pareja, el matrimonio y el erotismo y el amor. Con una narración reflexiva, a veces cercana al ensayo, en sus novelas ejerció el arte de la estructura narrativa, con varias voces intercaladas y personajes que vivían miedos, exilio y ansias por la libertad perdida. Era el “viejo sabio “que hablaba a través de sus creaciones.
Había nacido en Brno, actual República Checa, en 1929. Sus años jóvenes estuvieron marcados por la situación política de su país, que marcó su destino. En esos inicios fue miembro del Partido Comunista, pero ya en 1950 lo habían acusado de “actividades anticomunistas”. En 1968 fue una de las voces de la Primavera de Praga, a la que sucedió una fuerte represión. Después vino su destitución del Instituto Cinematográfico de Praga, y su viaje a la Universidad de Rennes en 1975 donde fue profesor visitante. Había comenzado entonces su exilio. Cuatro años después, le quitaron la nacionalidad checa, y entonces Kundera adoptó el francés como su lengua literaria y Francia como su lugar de residencia.
En el grueso de su obra está presente el fracaso de los ideales que tuvo en su juventud. Escribió poesía y cuentos, incursionó en la música, influenciado por su padre, el pianista Ludvik Kundera, fue guionista de cine, pero el mundo lo conoció por sus novelas. En todas hay un trasfondo político y también un trasfondo amoroso o de algo parecido al amor.
Hay que detenerse, entonces, en La broma (1967), su primera novela. Allí contó la vida de Ludvik Jahn, un joven universitario que, para conquistar a una de sus compañeras, le envía una esquela en la que se burla del optimismo político del momento. Pero su compañera no tiene el mínimo sentido del humor, su esquela llega a la dirigencia del Partido Comunista y el joven Ludvik termina expulsado del partido y de la universidad. “Empezaban a espantarme aquellas frases y tenía miedo de que, con la excusa de la broma, evidenciaran algo realmente muy grave: que yo nunca había llegado a identificarme por completo con el partido hasta llegar a ser con él un mismo cuerpo, que nunca había sido un verdadero revolucionario proletario, sino que sobre la base de una mera (!) decisión me había ‘sumado a los revolucionarios’”, piensa el personaje.
Otra novela para detenerse: El libro de la risa y el olvido (1979), sobre la identidad nacional y la memoria histórica. La trama cuenta la relación entre una mujer casada y un hombre casado con dos hijos. El tema principal es la libertad, el destino y el poder del pasado. Aquí las sabias palabras de uno de sus personajes: “La gente grita que quiere crear un futuro mejor, pero eso no es verdad, el futuro es un vacío indiferente que no le interesa a nadie, mientras que el pasado está lleno de vida y su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo. Los hombres quieren ser dueños del futuro solo para poder cambiar el pasado. Luchan por entrar al laboratorio en el que se retocan las fotografías y se reescriben las biografías y la historia”.
Pero la más famosa de sus novelas fue La insoportable levedad del ser (1984). El escenario es la Praga del 68. Los personajes: dos parejas cuyas vidas se entrelazan. El tema: el amor, los celos, el sexo, las traiciones. Fue llevada al cine por Philip Kaufman, protagonizada por Juliette Binoche como Tereza y Daniel Day Lewis como Tomás. Una frase de esa novela: “Delante hay una mentira comprensible y tras ella reluce una verdad incomprensible”. Y otra frase del propio Kundera sobre esta historia: “No es una confesión del autor, sino una exploración de lo que es la vida humana en la trampa en que hoy se ha convertido el mundo”.
Kundera dejó también ensayos, entre ellos, El arte de la novela (1986), donde reunió sus pensamientos sobre el género literario, que ya habían aparecido en entrevistas, escritos o conferencias. Allí habla del Quijote y de Cervantes como fundador de la Edad Moderna y de la actitud “frívola” de quienes anunciaban la muerte de la novela. Y le dedica un capítulo especial a su otro gran y querido autor, su compatriota checo Franz Kafka: “Hay períodos en la historia moderna en los que la vida se asemeja a las novelas de Kafka. Cuando yo vivía todavía en Praga, cuántas veces habré oído llamar a la Secretaría del Partido (una casa fea y más bien moderna) ‘el castillo’. Cuántas veces habré oído mencionar al número dos del Partido (un tal camarada Hendrych) con el apodo de Klamm (lo mejor era que klamen en checo significa ‘espejismo’ o ‘engaño’). El poeta A., una gran personalidad comunista, fue encarcelado tras un proceso estaliniano en los años cincuenta. En su celda escribió una serie de poemas en los que se declaró fiel al comunismo a pesar de todos los horrores que le habían sucedido. No se trataba de cobardía. El poeta vio en su fidelidad (fidelidad a sus verdugos) la señal de su virtud, de su rectitud. Los praguenses que tuvieron conocimiento de esos poemas los titularon con hermosa ironía: La gratitud de Josef K.”
Kundera llamó a este apartado sobre la obra de Kafka En alguna parte, ahí detrás. Y por ahí detrás andarán ambos checos compartiendo su risa amarga por el mundo que les tocó y que un día dejaron.