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    En el auto de papá

    “A 60 km/h”, la vuelta al mundo en una Méhari celeste

    “El viaje fue resultado de la situación existencial de mi viejo, un laburante de toda la vida, que hacía electricidad y mantenimiento, tenía una empresa desde hacía 20 años, con su buena cartera de clientes. Pero se le juntaron varias cosas, se separó de mi madre, llegó a los 50, estaba cansado de hacer todos los días lo mismo, trabajando solo para pagar las cuentas, y se empezó a quemar con la vida”, cuenta Matías Sabah sobre la génesis del viaje por todo el mundo en una Méhari de 1977 que hizo con su padre, Mario Sabah, y su hermano Ismael, entre 2007 y 2010. En el living de la casa, en Parque Rodó, un planisferio colgado en una de las paredes permite repasar con un vistazo la demencial odisea de 150.000 km, 1.000 días y noches y 45 países. La idea estaba desde mucho antes, cuando el papá llevaba a sus hijos adolescentes los domingos de mañana a recorrer los bañados de Carrasco en la Méhari que había comprado en 1995. “Era como ir de safari por tierras salvajes, pero atrás del aeropuerto. Aventura total. Una vez logramos cruzar un arroyo bastante profundo y cuando llegamos al otro lado, después de vencer el escollo, mi viejo se dio vuelta y nos dijo: “¡Con esto nos damos la vuelta al mundo!”.

    Casi dos décadas más tarde de aquel anuncio temerario, hoy jueves 17 se estrena en el circuito comercial montevideano (Movie Montevideo Sho­pping y Portones) la película A 60 km/h, dirigida por Facundo Marguery, que narra la vuelta al mundo de la familia Sabah durante cuatro años en una precaria pero noble camioneta a motor de dos caballos de fuerza y cuatro velocidades.

    Es curioso el dato y no deja de ser simbólicamente atendible: la Citroën Méhari fue presentada en Francia en mayo de 1968, en plena revuelta estudiantil parisina —la mayor huelga general de la historia francesa— y rápidamente se transformó en un éxito automotor entre las clases medias y trabajadoras europeas y latinoamericanas. Una cuatro por cuatro para pobres que permitió cumplir el sueño de la aventura a mucha gente, y aún sigue rodando.

    Durante años el viaje de los Sabah fue solo un sueño loco que animaba a los varones de la familia a poner un mapamundi sobre la mesa y trazar derroteros, investigar datos de países, rutas posibles e imposibles. “Era todo un juego muy divertido. No lo pensábamos como algo real, pero era en parte lo que nos movía a arrancar para los bañados, con calor o frío, con sol o lluvia, a estar ahí dando vueltas hasta que algo nos detuviera”. La emoción y la adrenalina pintan su rostro. “Mis amigos nos decían que estábamos locos. Pero nosotros estábamos ligados con mi viejo y él aprovechaba eso para potenciar el cuelgue”, recuerda.

    Los 50 años de Mario, en 2006, fueron el detonante, el clic en su cabeza para comenzar a proyectar el viaje real. “El viejo estaba en el laburo y veía la Méhari estacionada desde la oficina. Así se decidió”. Los hijos estaban en un impasse de los estudios, así que cuando el padre les planteó la posibilidad de hacer realidad aquel delirio, no dudaron. “¡Vamo’ a darle, Gordo!”, le dijeron y salieron a la ruta. “Cuando aceptamos le volvió la alegría al cuerpo. Y mi madre siempre nos dio para adelante. Nunca nos frenó. Primero definimos todo el recorrido: América, Europa, Asia, Oceanía, Indonesia y la vuelta por Sudáfrica, pero no teníamos ni idea de cómo hacerlo, ni plata para invertir”. Salieron en febrero de 2007 por Argentina, subieron por Chile, cruzaron el Atacama y ya en Perú se les acabó el dinero por primera vez. “Varias veces tuvimos que pedir un rescate”, ríe Matías. Aún no se habían planteado lo de la película. Sacaban fotos y tomaban algunas tomas de video, como en cualquier viaje.

    Apremiados por la necesidad, la ayuda de parientes y amigos les permitió tirar unas semanas más hasta Ecuador, y allí fue donde ocurrió “una cosa mágica” que financió gran parte del viaje. “Nos llamó un uruguayo que dirigía una cadena de supermercados y que nos había visto por televisión en una de esas notas típicas que les hacen a los que recorren el mundo en bici o auto, y nos dio 500 dólares a cambio de poner el logo en la camioneta. Era plata para nosotros, porque dormimos en carpa todo el viaje, en cualquier lado, y solo gastábamos en combustible y comida. Ahí surgió la idea de la publicidad y en Colombia fuimos derecho a la Citroën. Ahí empezó la dinámica del viaje autosustentable”. Increíblemente, el primer país que rechazó patrocinar a los viajeros orientales fue Francia: “Los de Citroën nos dijeron que no encajaba en su nueva estrategia de marketing auspiciar un auto viejo todo mugriento. Apuntaban a la innovación, y claramente nosotros no dábamos con el perfil. Nos lavaron la Méhari y nos convidaron con un café”.

    La charla sigue y Matías cuenta mil historias imposibles de desarrollar en una sola página de Búsqueda, lo cual además develaría absurdamente detalles alucinantes de la película. A vuelo de pájaro, los hermanos se vuelven a Uruguay desde Colombia y el padre sigue solo un año en Estados Unidos, donde realiza un verdadero viaje espiritual, trabaja en el puerto de Nueva York y recibe como paga el cruce del Atlántico. Se reencuentra con sus hijos en Italia, donde lo abordan por sorpresa; en Turquía, Diego Lugano les regala 30 camisetas del Fenerbahce que venden a 120 euros y así ganan créditos para cruzar Irán; atraviesan Pakistán escoltados por militares, y pasan unos días en una ciudad donde buscaban a Bin Laden; conocen la miseria extrema en la India, se embarcan a Australia, donde ganan diez mil dólares en la cosecha de frutas y disfrutan del cariño de la comunidad uruguaya. Finalmente cumplen la promesa hecha a Lugano de estar en la Copa del Mundo de Sudáfrica, y ven los siete partidos de aquella aventura celeste. “Le caímos de sorpresa en Kimberley, ¡el tipo no lo podía creer!”. De yapa, antes de llegar a Montevideo, recorren los 19 departamentos “con ojos de extranjero”.

    Entre amigos.

    La financiación y posproducción fue posible con el ingreso al equipo de U-Films, responsable de la producción ejecutiva. El director del documental, Facundo Marguery, joven con formación audiovisual y experiencia en publicidad, cofundador de la productora Videítos, cuenta cómo se vinculó al proyecto: “Tenía noción del viaje por los programas de radio, pero en el Mundial de Sudáfrica explotó. A la vuelta, a través de amigos me uní al grupo y seleccionamos el material entre más de 150 horas de grabación”.

    El realizador explica que la película se armó durante dos años. “No queríamos sacar algo a las apuradas solo para explotarlo comercialmente. El factor tiempo nunca fue un problema, y logramos la onda y la confianza para que quedara como realmente queríamos”. Sabah lo interrumpe: “Cuando volvimos, tuvimos un par de ofertas para hacer la película, pero no estábamos cómodos. Hay mucha intimidad en esas cintas y cuando las entregaba sentía que estaba mostrando demasiado a extraños. No encajaron las piezas hasta que aparecieron ellos”.

    La vida de estos locos lindos sigue rodando. Ismael vive en Berlín, casado, con dos hijos, con una alemana que conoció en Australia. Mario contó su historia en un libro y recorre Sudamérica en la Méhari con su pareja. Y Matías vive en la casa del Parque Rodó. Con 29 años, proyecta con su amigo Facundo más viajes, y más películas.