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La gran mayoría de quienes compran una entrada para un recital no presta atención al nombre de la empresa productora que lo organiza. Hasta que se enteran de que el concierto se posterga, se suspende o se cambia de lugar —algo lamentablemente muy habitual en la música uruguaya— y se anuncia el canje de las entradas para la nueva fecha o el nuevo escenario, cuando no directamente la devolución de las entradas. O llega el día y resulta que hay más entradas emitidas que butacas disponibles, algo que también sucedió más de una vez. Ahí sí que se vuelve importante quién es el productor, cuál es su trayectoria y qué credibilidad tiene en el medio. En cualquiera de esos casos, es menester para el cliente que la producción sea identificable y fácilmente contactable. Algunos nombres se mantienen durante décadas, otros cambian de firma cada pocos años y otros aparecen y se esfuman al poco tiempo, como golondrinas o —hay que decirlo— como aves rapaces.
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En el gran ecosistema cultural, los gestores, productores y difusores suelen estar fuera del alcance de los focos. Detrás de la popularidad, el talento y los aplausos están los que hacen posible que la sala esté llena. Pese a que la gestión cultural es un rubro que suele pasar por debajo del radar, es imprescindible. En Uruguay, el nombre de Gerardo Grieco es el común denominador de la gestión cultural durante los últimos 35 años. Y este libro cuenta su historia en primera persona.
Por su participación protagónica en organismos públicos, este exestudiante de ingeniería montevideano de 57 años entra en una lista de hacedores que incluye nombres como Adela Reta, Thomas Lowy y Gonzalo Carámbula, en gran medida por la trilogía de salas públicas que no solo dirigió sino que, en buena medida, construyó o reconstruyó desde los cimientos. Luego de iniciarse como productor, a fines de los años 80 y principios de los 90, con artistas como Eduardo Darnauchans (produjo el concierto Ámbitos, en el Solís, un trabajo que según sus palabras marcó el rumbo de su carrera) y Laura Canoura (produjo su primera gira nacional), Grieco encabezó los tres proyectos de infraestructura cultural más importantes del siglo XXI en Uruguay: la sala Zitarrosa (1999-2001), el Teatro Solís (2002-2012) y el Auditorio Nacional del Sodre (2012-2016). En los tres tuvo a su cargo el diseño, desde cero, de la estructura humana y de producción. Incluso, en el caso de la Zitarrosa, Grieco estuvo en la cocina desde bastante antes: participó de la creación del Departamento de Cultura de la Intendencia y fue decisivo para la compra del viejo Cine Rex, donde en ese momento funcionaba una feria de ropa, para refaccionarlo y transformarlo —con el Solís cerrado y el Sodre como un sueño inconcluso— en el principal escenario de la música popular de la ciudad.
En Para los que se sueñan (Aguilar, 2021), escrito con Elena Firpi, quien fue una de sus estrechas colaboradoras en el Solís, Grieco describe cómo se volvieron realidad sus ideas, algunas tildadas de imposibles. Este relato condensa su visión conceptual, basada en la gestión público-privada que ejecutó en esos proyectos. Presupuesto público, más ingresos por recaudaciones, más apoyo de patrocinantes, más creación de fundaciones de amigos del teatro, encargadas de captar fondos y mecenazgo (el sistema anglosajón por excelencia), institucionalidad pública y administración por derecho privado, con instrumentos relativamente novedosos para el sector, como los fideicomisos: esa es la fórmula que defiende. También desarrolla su mirada pragmática en lo económico-financiero, basada en que para que la cultura sea una actividad virtuosa en sus logros debe ser sostenible en lo económico. “A un teatro como el Sodre hay que darle de comer”, solía decir Grieco cuando dirigía el Solís y el Sodre. Sobre la puesta en funcionamiento del Auditorio Adela Reta, es célebre su expresión “fue como hacer despegar un transbordador espacial”.
Esta concepción le costó duros enfrentamientos con los cuerpos estables, tanto municipales como estatales, que estaban acostumbrados desde siempre a disponer a piacere de las salas públicas como su casa propia: la Comedia Nacional y la Filarmónica en el Solís o la Ossodre y el Ballet en el Auditorio. Esas fricciones, derivadas de conflictos de intereses naturales en el mundo de la gestión cultural, son relatados desde la visión de Grieco (capítulo Adeom y después). De hecho, no son pocos en el ambiente quienes se han enfrentado y enemistado con Grieco, especialmente en ámbitos sindicales y en lo profundo del funcionariado de los organismos culturales. Por supuesto que no está la otra campana. Este no es un libro periodístico sino un ensayo autobiográfico centrado en su rol como gestor cultural y enmarcado en la evolución que esa función ha tenido en Uruguay.
El libro repasa desde ideas de marketing cultural como regalar jazmines a los transeúntes en el Parque Rodó, la génesis de Montevideo Capital Cultural Iberoamericana, en 1996, o iniciativas para favorecer la accesibilidad, como las audiodescripciones, hasta ambiciosos proyectos de formación de público como Un pueblo al Solís, que durante años permitió que habitantes de decenas de pequeñas localidades del interior accedieran a una jornada completa en el teatro, con visitas al edificio y asistencia a una función. Son reveladores los pasajes donde Grieco cuenta cómo hasta mediados de los 90 campeaba en los teatros públicos una especie de microcorrupción basada en prebendas a los funcionarios para conseguir que se hicieran las cosas. O cómo desde el poder político se manejaban a voluntad los teatros departamentales sin el más mínimo criterio artístico. O cómo resultó clave, para gestionar una gira nacional, contar con un encargado de producción local que conociera el paño, a los que llama “los Felipes” en honor al nombre del primero que reclutó, en la primera gira de Laura Canoura. Resultan interesantes también los capítulos sobre la “tipología” de los teatros (de producción o de exhibición), los criterios y variables para tener en cuenta a la hora de programar una sala y diseñar una temporada y la descripción del vínculo entre los gestores y los políticos, con las tensiones y rispideces que se generan un día sí y otro también.
En los últimos años retomó la producción privada desde la agencia Tinker y se volcó al plano académico, a cargo de la carrera de Gestión Cultural en el Claeh. Desde allí, a considerable distancia de la gestión a gran escala, es que está enmarcado este testimonio, fruto de la experiencia y del paso del tiempo, que bien puede aprovechar quien quiera atravesar las bambalinas y meterse en la cocina de los espectáculos.