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    En las buenas y en las malas

    Nuestras mujeres, en el Notariado

    Los tres se reúnen semanalmente en la casa de Max (Franklin Rodríguez). Sin mujeres, para poder hablar de ellas y justificar el título de la obra. Paulo (César Troncoso) llegó temprano y comienza la picada. Paulo y Simón (Diego Delgrossi) son casados. Max no. Es el típico cuarentón que va y viene con mil mujeres y no se decide a formalizar. Simón no llega y la cena se demora. Los amigos se inquietan. Los personajes se despliegan en escena. Hasta que el hombre aparece, desencajado, fuera de sí, y confiesa la razón de su demora: “Maté a mi mujer”.

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    La comedia está servida. Con las cartas sobre la mesa, empieza el juego. Durante el resto de la madrugada, el trío deberá resolver el entuerto. Entrarán en juego los códigos universales de la amistad: ayudar al amigo, encubrirlo, ayudarlo con la coartada, marcarle la cancha, poner un límite o decir hasta acá llegamos, lavarse las manos, o llamar a la comisaría. Pero por más chistes, algunos buenos, otros regulares y también de los más flojos, gags de humor físico y escenas del más puro golpe y porrazo, subyace bajo el escenario la tremenda potencia del crimen que nos acaban de contar. La clave del interés de esta historia radica en la contradicción, en la distancia entre lo trágico y lo cómico, que la dirección y los actores deben acortar para capear la tormenta y llevar el barco a puerto seguro.

    El golpe argumental hace arrancar la pieza con punch. El mayor caudal humorístico proviene de lo inesperado y grotesco del incidente. Del shock en el que entran los amigos del femicida. “Discutimos, la agarré del cogote y no la solté hasta que cayó”. Mientras va asimilando la trama, es imposible no pensar en la realidad, al menos esta realidad cercana de la región, saturada de casos como este. Por eso resulta interesante que una comedia se la juegue a llevar al plano del humor un asunto tan denso y tan vigente como el de la violencia doméstica y especialmente la de género. En ese sentido, la bienvenida incorrección del planteo recuerda, por ejemplo, a la reciente El nombre (Le prénom), en la que la decisión de bautizar Adolf a un niño desata un crudo enfrentamiento entre dos amigos de toda la vida por su asociación con el nazismo.

    Esta obra del francés Éric Assous sigue la centenaria tradición molieriana de la comedia francesa de poner el dedo en la llaga de los valores morales y del comportamiento del individuo aislado y en sociedad. Arrasó con la taquilla en Francia, con Jean Reno al frente del elenco teatral y Daniel Auteil en el protagónico de la versión cinematográfica. El año pasado se estrenó en Buenos Aires con Guillermo Francella y Arturo Puig y el público porteño acudió en masa. En la escala montevideana, no está nada mal cuatro funciones por semana en una sala de casi 300 butacas.

    Sin embargo, a diferencia de otras comedias globalizadas en los últimos años, como la mencionada El nombre o Un dios salvaje, de Yasmina Reza, aquí se extrañan esos brillantes contrapuntos, esos diálogos filosos, donde el autor aprovecha para destilar su visión del mundo, para contraponer personajes enfrentados moral o ideológicamente. Ese rubro en el que un Woody Allen o un Alan Ayckbourn en el Norte o un Jacobo Langsner en el Sur se han aburrido de dar cátedra. Aquí el asunto se limita a resolver el entuerto que compromete el futuro inmediato, a entretener a la platea con un humor efectivo pero bastante trillado y sin demasiado vuelo textual, a pesar de la certera versión de los argentinos Fernando Masllorens y Federico González del Pino, más cercana al Río de la Plata. Yendo de más a menos, el desenlace destila un tufillo a moralina y a una sensiblería de bajo precio que contrastan bastante con aquel comienzo desafiante y vertiginoso.

    No hay nada que objetar a la dirección de Mario Morgan y al desempeño del trío protagónico: Franklin Rodríguez se mueve como pez en el agua en este género, su feudo natural. Su experto manejo gestual, corporal y del juego de tonos de voz es el mayor generador de carcajadas. Troncoso aparece apropiadamente corrido de su zona de confort, de su lugar natural, y encarna con precisión un personaje difícil, el de un tipo bastante conservador y tradicionalista, poco arriesgado y bastante insulso, ingenuo, sin chispa ni gracia, lo que provoca justamente mucha gracia. No es sencillo mantener ese tonito bastante más agudo que su habla natural durante la hora y media. Y Delgrossi es el clown, el principal encargado del humor físico, para lo que ayuda su menuda anatomía, de la que saca buen provecho, así como de su habla naturalmente payasesca.

    Las funciones del sábado 20 y el domingo 21 se agotaron con cinco días de anticipación, lo cual es buen augurio de éxito, por lo que es menester avisar al público que planifique con tiempo su asistencia a esta comedia veraniega.

    Nuestras mujeres (Nos femmes), de Éric Assous. Dirección: Mario Morgan. Elenco: César Troncoso, Franklin Rodríguez y Diego Delgrossi. Teatro del Notariado (Guayabos 1727, tel. 2408 3669). Jueves, viernes y sábados, 21 h; domingos, 20 h. $ 480.