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    En su última reflexión de fondo, Batlle reclamó “decisión”, “libertad” y “conocimiento” para transformar a Uruguay

    El 19 de setiembre, a menos de un mes del accidente que le provocó la muerte esta semana, el ex presidente Jorge Batlle hizo una reflexión de 10 minutos sobre la historia de América ante decenas de jóvenes en Durazno, durante un “festival de ideas” organizado por TEDx.

    Fue una suerte de miniclase magistral donde Batlle habló, con la memoria privilegiada que lo caracterizaba, sobre las cuatro etapas en que dividió los 500 años de historia de América, desde Colón hasta la actualidad. Y fue la última reflexión pública de fondo del ex mandatario colorado.

    A continuación, transcribimos íntegra esa exposición.

    “Yo quiero hablar de la historia de América, que es una cosa bastante simple, bastante sencilla.

    La historia de América se puede dividir en cuatro partes.

    La primera fue España: 300 años. Empezó con Colón y terminó el 21 de octubre de 1805 al mediodía. Una cosa no fácil de pensar que la historia cambie en un día, pero a veces los procesos de cambio que se van dando, hay un día en que se derrama el vaso y, bueno, ese día se cambia.

    España hizo de América un monopolio absoluto. Acá no podía venir nadie que no fuera español. Ni siquiera todos los españoles. Por ejemplo, los catalanes no pudimos venir hasta el 1800; nos pasamos 300 años no pudiendo ser indianos.

    ¿Qué hacía España en América? Monopolio absoluto. Todo lo que podía entrar de mercadería era español. ¿Y qué salía de América? Metales. ¿Cuánto salió de América? Ochenta y un mil toneladas de plata en 300 años. Con ese dinero España se transformó en el país más fuerte del mundo. Hizo un imperio donde no se ponía el sol. La plata iba de España a Génova. Como Quevedo lo dice en el cuento: nacía en América, pasaba por España y se enterraba en Génova.

    En ese tiempo, España fue el país con el ejército más poderoso. Lo pagaba la plata de América. En ese tiempo, España representó a la Iglesia e hizo el Concilio de Trento. Carlos V, que era flamenco y no hablaba ni español, fue coronado en Bologna, derrotó a los turcos en Lepanto, peleó contra los protestantes, peleó contra los calvinistas y puso a España protegida detrás de los Pirineos.

    En esos 300 años, España dijo: “No, a mí la revolución política no me interesa ni me sirve, la revolución religiosa tampoco me interesa, la revolución industrial tampoco me interesa”. Y América quedó al margen de eso. América, durante 300 años, vivió ajena a esa realidad.

    ¿Y cuándo cambió? ¿Con quién era el conflicto de España? Era en el mar. ¿Y con quién? Primero con los holandeses y después con los ingleses. Era “la Armada invencible”.

    Hasta que un buen día, el 21 de octubre de 1805 al mediodía, un señor que era manco y tuerto, llamado Nelson, en una batalla llamada Trafalgar, terminó con la flota española y con la flota francesa. Hizo una cosa que nadie imaginaba que alguien podía hacer. Los barcos eran a vela, como ustedes los ven en el cine. Se ponen uno frente al otro, se tiran por las bandas y se abordan. Nelson no. Nelson hizo una cosa completamente distinta: los pasó por el medio. Y como a proa y a popa en los barcos no hay cañones, tiró con los cañones de los dos lados para voltear los mástiles. Y cuando los barcos quedaron flotando como bañaderas, los cazaron de a uno. Cazaron 25 y terminaron con la flota. E Inglaterra se hizo dueña del mar.

    Como Inglaterra ya tenía un desarrollo industrial muy fuerte, como ya tenía a Adam Smith, como ya tenía a Locke, como ya tenía un Parlamento democrático, como ya tenía una industria del carbón (producía tres veces más carbón que el resto del planeta), como ya tenía una energía del vapor (movía locomotoras y telares con vapor de agua), ¿qué nos trajo? ¿Un mundo que era cerrado o abierto? El anterior era cerrado, era un monopolio. Este fue un mundo abierto, absolutamente abierto.

    En Uruguay se hicieron 3.000 kilómetros de ferrocarril, se puso el agua potable en Montevideo en 1868, se trajo el gas, se trajo el ganado bueno, se trajeron las ovejas buenas, se hicieron frigoríficos, se hicieron organizaciones financieras y nos abrimos al mundo. Llegábamos con lo que producíamos a cualquier extremo del planeta. Y crecimos todos: argentinos, uruguayos, brasileros, chilenos, todos, durante 100 años de estabilidad económica y de mercados abiertos. El mundo atlántico creció en ese período en un mundo realmente abierto.

    Por eso (los ingleses) llegaron en 1806 a Maldonado. Porque habían tenido la victoria de 1805 en Trafalgar. Si no, no hubieran llegado a Maldonado. Y por eso llegaron en 1680 a Colonia del Sacramento. Los portugueses ponían las tropas, venían los ingleses con los barcos, bajaban las mercaderías y allí comenzó a funcionar el único y auténtico Mercosur: pasaban a remo de noche la mercadería de Colonia a Buenos Aires. ¿Con qué la pagaban? Con la plata negra que venía de Potosí, que era donde estaba la plata.

    Y ese mundo fue totalmente abierto. ¿Hasta cuándo? Hasta el Tratado de Versalles después de la I Guerra Mundial. A partir de ese día, el mundo se cerró de nuevo, con la II Guerra Mundial. ¿Y hasta cuándo se cerró? Se cerró hasta que terminó el siglo XX. Cuando terminó el siglo, primero cayó el Muro de Berlín, Gorbachov dijo que el comunismo en Rusia terminaba, Den Xiao Ping terminó con Mao Tse-tung y abrió China, y un señor, llamado Bill Gates, nos permitió manejar el tiempo y el espacio. Yo tengo una tableta con botón de pánico y de mañana, cuando me levanto, le mando una carta a un amigo que vive en Nueva Delhi. Y él me contesta enseguida. Con lo que el tiempo y el espacio lo manejamos como nunca antes el ser humano lo había manejado.

    Por tanto, el mundo es otra vez absolutamente abierto y global. Los muchachos se ponen la mochila y no precisan ni pasaporte. Recorren el mundo. El mundo es abierto de nuevo.

    En ese mundo abierto, el Uruguay tiene que estar. No puede estar encerrado con tres o cuatro más por más amigos y parientes que sean, porque eso no les sirve ni a ellos ni al Uruguay.

    Esos cuatro tiempos de América, que son tan distintos —el primero cerrado, el segundo abierto, el tercero cerrado y el cuarto abierto— tienen sin embargo algo en común. ¿Qué tienen en común? Que el destino de América se fija siempre desde afuera. Porque somos, desde que vino Colón hasta ahora, vendedores de materias primas. No somos vendedores de conocimiento. Somos vendedores de cobre, de hierro, de carne, de soja, algún producto lácteo, algodón (el peruano es el mejor del mundo). Somos vendedores de materias primas.

    ¿Cómo se cambia eso? Por supuesto que con tiempo. Las naciones no son más felices porque sean más grandes ni porque sean más ricas. Son más felices si tienen más filósofos, más científicos y más educadores.

    El problema del Uruguay, el número uno, es que el 50% de los jóvenes no están en condiciones de entender el mundo en el que viven. El 50%. Precisamos más filósofos, más científicos y más y mejores educadores. E integrarnos al mundo. Porque ese fue el camino para crecer.

    Cuando todos los veteranos como yo, que tengo casi 100 años, salimos de noche el “Día de la Nostalgia”, ¿qué es lo que estamos recordando? El tiempo de nuestros abuelos, ¡que era tan bueno!

    Eso lo tenemos que volver a hacer. Con decisión, con libertad y con un poco de conocimiento”.

    Información Nacional
    2016-10-27T00:00:00