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    En un siglo las mujeres pasaron de pedir el voto y el derecho a trabajar a cuestionar las horas que dedican a tareas de cuidados

    En las últimas semanas los hogares uruguayos comenzaron a aprontarse para el comienzo del año escolar. Listas de útiles, uniformes y mochilas recuperaron su lugar en el presupuesto familiar. Lo mismo en Argentina. Y en un intento de visibilizar las disparidades de género en el reparto de esas tareas, la politóloga y miembro del grupo Economía Feminista Florencia Freijo habló sobre el acompañamiento educativo de los más pequeños.

    “Nos preguntan qué expectativas tenemos para el primer grado de nuestros hijos. Digo que sea una decisión institucional generar jornadas donde los padres varones asistan, al menos un cupo. Se ríen ‘no hay que obligar a nadie’. Así estamos”, escribió en su cuenta de Twitter.

    No es un tema trivial. Las uruguayas dedican casi 38 horas semanales al trabajo no remunerado, relacionado con el cuidado de niños y ancianos y las tareas del hogar. Los hombres apenas 20. Ese reparto desigual impacta luego en el tiempo que pueden dedicar a su carrera y por ende en su inserción laboral. Eso se refleja en menores remuneraciones, incluso para iguales puestos, en una brecha que persiste hasta sus jubilaciones. Hoy jueves 8 la proclama es un paro femenino en el ámbito laboral pero también en el hogar.

    Son sombras que persisten en un camino de conquistas sociales. Más de cien años atrás las proclamas eran por obtener derechos básicos políticos y económicos. En Alemania, Austria, Dinamarca o Suecia las primeras proclamas del Día de la Mujer pedían votar y ocupar cargos públicos. Querían educación y trabajo, ámbitos entonces reservados a hombres.

    Uruguay se sumó a esa ola: en 1916 Paulina Luisi, la primera mujer médica del país, fundó el Consejo Nacional de Mujeres, apenas una de las organizaciones feministas que surgían. En 1907 se aprobó la primera ley de divorcio y casi tres décadas después el sufragio femenino.

    Pero el mundo de las mujeres seguía siendo el del hogar. En 1908 la tasa de participación femenina en el mercado laboral era 16,7%, según un estudio de las economistas Alma Espino y Paola Azar. La de los hombres superaba el 96,2%. Entonces ellas contraían matrimonio a los 24 años en promedio, y luego las pocas que trabajaban abandonaban el mercado.

    “Siempre hubo mujeres obreras. Las mujeres pobres y de clase media-baja algún empleo tenían. Eran mal vistas, ‘fabriqueras’ se les decía. Pero también había enfermeras y maestras, profesiones típicamente femeninas. Eran las que tejían las capas para los soldados del Ejército y luego las fundas para la licuadora de la General Electric. Una mujer con una máquina de coser era un puesto de trabajo”, comentó Espino en diálogo con Búsqueda.

    En 1912, dos décadas antes de lograr el voto femenino, se creó la primera “universidad de las mujeres” para estudios secundarios. Para 1929 la participación femenina en ese nivel educativo alcanzaba 43%, más de 10 puntos porcentuales debajo de la masculina. En la universidad, la participación de las mujeres pasó de 41% en 1960 a 64% para 2014. Pero las elecciones siguen siendo desiguales: casi 46% de la matrícula en Ciencias Sociales es femenina pero apenas 13% en Ciencias Básicas o Tecnológicas.

    De “fabriqueras” a universitarias.

    La legislación del 1900 tuvo en cuenta esos problemas femeninos. La “ley de la silla” pedía cupos de sillas en las empresas que contrataran mujeres para asegurarles el reposo y luego se concedió un día de descanso semanal y jornadas reducidas tras el parto. Pero eran un paraguas de protección, más que medidas que promulgaran la igualdad.

    “La legislación presumía que las mujeres que trabajaban eran ‘víctimas’ que eran ‘forzadas’ a ingresar al mercado laboral. Consecuentemente la primera obligación de las instituciones era ayudarlas a criar de manera apropiada a sus hijos y encargarse del hogar, asegurando un acortamiento en sus horas de trabajo”, afirman Espino y Azar.

    El boom se dio en 1970 con la necesidad como motor. En un contexto de alta inflación y reducción del salario real, las familias precisaban un sueldo más para subsistir. Para 1975 la jefatura de casi 21% de los hogares era femenina y para 1987 el salario de las mujeres representaba 27% del ingreso del hogar.

    “Uno de los primeros hechos relevantes es la consolidación de las mujeres en el mundo público. Es el ingreso creciente en el mercado de trabajo pero también en la participación política, sindical y social. Es de las primeras señales de transformación, porque a las mujeres siempre les correspondió la casa, puertas adentro, y a los varones el puertas afuera. La población activa femenina pasa de 40% en 1985 al 55% en 2016. Es un crecimiento sostenido e importante aunque todavía está 20 puntos porcentuales debajo de la masculina”, explicó la socióloga Karina Batthyány.

    Según una investigación que realizó para la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), esa participación aún está sesgada. Ellas son más en el servicio doméstico o entre las cuidadoras de niños y ancianos. Por eso el salto en la cobertura femenina en la seguridad social se da con la formalidad del servicio doméstico. Para 1990 las mujeres recibían en promedio casi 30% menos que los hombres. Y esa brecha persiste: ayer el estudio Ferrere la situaba en casi 24% para 2017.

    “Hay sectores muy feminizados como el de servicios, incluyendo la enseñanza, y otros masculinizados, como la construcción y el agro. No hay una inserción equivalente y vemos brechas salariales que alcanzan 16% o 20% según cómo se mida. Paulatinamente las mujeres aumentan su nivel de educación hasta superar al de los varones. Hoy por cada hombre que egresa de la Universidad de la República, se reciben dos mujeres. Nos educamos más, ingresamos más al mercado de trabajo pero tenemos menor remuneración”, agrega Batthyány.

    Los espacios femeninos.

    Las primeras legisladoras accedieron a una banca en 1942 (dos senadoras y dos diputadas) y en 1968 se nombró a la primera ministra. Pero ellas siguen lejos de los ámbitos de poder: son 40% de los cotizantes patronos, 34% de los docentes grado 5, y 24% de los altos cargos en órganos y entes autónomos, servicios descentralizados y empresas públicas, según un estudio de Inmujeres. Además, la representación parlamentaria femenina sigue por debajo de los niveles que alcanza la región.

    “Tenemos luces y sombras en las relaciones entre varones y mujeres. Mirando los últimos 50 años desde que el tema de género se empezó a hacer visible incluso para las estadísticas, hay un proceso de avance en sus dimensiones económicas, sociales, políticas y culturales. Pero estamos muy lejos de llegar a un nivel equitativo y paritario en los lugares de toma de decisión. Ahí se requieren medidas activas o afirmativas”, agregó Batthyány.

    “Hay ciertas prácticas que no invitan a participar a jóvenes ni a mujeres. Por un tema de horarios, lugares y formas de hacer. En los 90 se veía a varios políticos en reuniones un sábado al mediodía en un famoso bar donde no iban a hablar de la vida. Iban a hacer política. Son prácticas muy masculinas que dificultan el ingreso de las mujeres. Cualquier mujer sindicalista te dice, aunque ahora ha cambiado, que no se puede quedar en un secretariado hasta las tres de la mañana”, apuntó Espino.

    Es que el rol de cuidados sigue siendo femenino. Según el estudio de la OPP, para 2013 el 37% de las jóvenes y adolescentes mujeres y casi 27% de los varones estaba de acuerdo con la afirmación “criar a los hijos es una tarea primordialmente femenina”. Entre 2010 y 2014 el 26% de la población creía que, si los puestos eran escasos, los hombres tienen más derecho a trabajar. Y para 2015 el 33% de los varones creía que ellas pueden trabajar “solo” si su pareja no gana lo suficiente, algo con lo que 21% de las mujeres concordaba.

    “No es la única barrera el tema de los cuidados. Los estereotipos de género, no solo los que tienen los hombres sino los que nosotras tenemos, son también muy difíciles. Puedo estar rodeada de instituciones que me cuiden a los nenes, pero mientras siga pensando que la obligación es mía, no los mando. Hemos visto en focus group las tensiones psicológicas que surgen cuando las mujeres hablan de la significación de la maternidad o de lo que implica tomar una decisión orientada hacia lo profesional. ¿Y qué pasa? Que las más educadas no tienen hijos o los tienen de forma muy tardía. Quienes tienen altas tasas de participación laboral tienen más de 16 años de estudio”, apuntó Espino.

    Mientras que en 1950 la tasa de fecundidad rozaba los tres hijos, hoy apenas alcanza los dos. Batthyány recuerda cómo la maternidad impacta en lo profesional: aquellas con más de tres hijos bajan su participación laboral más de 25 puntos porcentuales. La licencia de medio horario es una posibilidad también para ellos, pero solo 1,5% de quienes cobraban el subsidio en diciembre eran hombres. El número está estático desde 2015.

    “Hay una clara consecuencia de la maternidad sobre la actividad de las mujeres, y no sobre la de los varones, donde la inserción incluso crece un poco. Lo que está detrás son dos barreras muy importantes. Una es la vinculada a los cuidados, porque mientras sigamos pensando que las mujeres somos responsables prioritarias de lo que pasa en la casa es imposible la incorporación en condiciones de igualdad. El día tiene 24 horas. Y el segundo factor son las representaciones sociales de género. Cuando medimos esto encontramos niveles de tradicionalismo muy altos: una de cada cuatro personas opina que los varones tienen más derecho al trabajo remunerado. Eso tiene consecuencias en la actuación de los empresarios, porque si viene una crisis ¿a quién se despide? Y sin embargo, en cuatro de cada 10 hogares el ingreso principal es el de la mujer”, agregó Batthyány.

    Según un estudio de Silvana Maubrigades y María Magdalena Camou, de la Facultad de Ciencias Sociales, la desigualdad por género bajó en el país desde 1920. Basadas en niveles de pobreza, cobertura educativa e ingresos femeninos, elaboraron un índice de desarrollo por género que registra una mejora hasta el fin de la investigación, en el año 2000. Y aunque la educación es lo que más pesó en ese camino, las investigadoras advertían la falta de un correlato en los salarios. “Por el contrario, a mayor nivel educativo de las mujeres, mayor divergencia” entre los ingresos, señalaban, y ya entonces apuntaban a inequidades con “raíces más profundas de tipo cultural que están lejos de ser superadas”. Quizás sean las mismas que 18 años después hicieron que las fotos del regreso a clases de estos días en las redes sociales fueran sobre todo de mamás y sus niños.