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“Con la milonga alguno cae, ¿no?”. La señora dejó el concurrido baile del domingo de tarde en la plaza del Entrevero (Fabini) y bajó a recorrer la exposición. Arriba, las parejas de veteranos pisotean apretaditos las baldosas y hacen firuletes complicadísimos al ritmo de las orquestas de Juan D’Arienzo o Francisco Canaro. Incluso una pareja de señoras, mujer con mujer, entrevero que tanta polémica desató el año pasado. Todos en paz y animadísimos. Una pequeña multitud se agolpa alrededor de la pista, saca fotos, mira y aplaude entusiasmada. Escaleras abajo, en el Centro de Exposiciones Subte, no hay nadie, salvo la simpática señora que usa la imagen precisa. Alguien cae como desprendido de un árbol a tomar un respiro del dos por cuatro. Así como entra, sale. Da una pequeña vuelta apurada entre cuadros, alguna instalación y otras construcciones artísticas que forman parte de Esbozos intangibles. Panorama II, segunda etapa de una propuesta colectiva de 15 artistas que celebra los 80 años del Subte, y se lleva un folleto.
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Las telas cuelgan en el centro del espacio expositivo. Forman un lugar de paso, entre livianas imágenes que se superponen según dónde se ubique el espectador. Hay que recorrerla entre los espacios. También es un lugar de intensa densidad. Uno se siente atrapado entre esas largas telas que rodean el trayecto, la mirada. Hay más allí que un centro poderoso de líneas y suaves colores, de cuerpos que se adivinan al fondo, en pliegues del aire y de la luz. Es la obra de Claudia Anselmi (Autorretrato-Diálogos de vuelo), un proyecto que la artista construye en múltiples paradas y visiones. Es una especie de bosque de volátiles dibujos y transparencias. En este caso, un bosque con imágenes más fuertes que se abren detrás de cada tela. Al fondo, en los dos lados de la instalación, la figura de un águila con enormes alas desplegadas de un lado y del otro, una intrigante escena del ave que sobrevuela sobre figuras humanas en una especie de nido que vincula las dos figuras. La realización es perfecta, en tonos suaves y una gama intensa de variantes de líneas y colores. Entre ambas realidades de vuelos y cercanías terrestres, otras figuras humanas entre árboles, ramas y hojas que se van desplegando como si un viento acunara las imágenes entre vacíos. En realidad, no hay vacíos, el espacio lo llena la figura del espectador que transita como una sombra y se mantiene entre permeable y visionario. Es una instalación seductora, bella y a la que no le falta ni sobra nada.
Un poco más allá, otra instalación ofrece un acercamiento a los restos de una performance. Restos o reconstrucción, la imagen se reparte entre telas pintadas, fotos y un maniquí sin cabeza que sostiene un vestuario colorido. Tiene la impronta escenográfica de Enrique Badaró Nadal (Todo es posible y probable) y esa sutileza en la que recupera ciertos rasgos de la memoria, la fuerza de lo intangible, de lo que queda entre imágenes y materia. La composición es también sutil y tan cautivante como la de Anselmi, más definida en el uso de rostros y cuerpos, lo que permite una aproximación menos onírica, tal vez más racional. Donde Anselmi se vuelve nube, Badaró se hace tierra y cuerpo, aunque sea en una construcción donde solo quede la idea de cuerpo y la estructura física en parte vacía y apenas sugerente. Estos dos trabajos presiden el espacio y lo ocupan como dos mundos que se sostienen entre esas visiones, de las telas volátiles al peso de la tela en pliegues y colores, más gruesa de un vestido tremendamente teatral o el telón de fondo cargado de pintura. Otras telas en una instalación de Margaret Whyte (Ser y no estar) parecen culminar la escena que ocupa el espacio central. Otras telas finísimas, coloreadas suavemente, livianas pero recostadas, caídas sobre pequeños cubos. Arrugadas y apenas iluminadas, parece que recién fueron abandonadas por otros cuerpos o presencias más etéreas o tanto como las figuras pintadas de Anselmi. En este caso, queda el suspiro de una presencia, cierto calor, el misterio de lo que fue, de otra esencia.
Tres trabajos importantes, de imponente presencia y tres artistas de larga y fecunda trayectoria. Entre lo mejor del arte nacional. Como el resto de la muestra que recoge producciones interesantes de artistas consagrados como Javier Bassi (Unexpected meeting), Eduardo Cardozo (Silencio con interrupciones), Carlos Musso (S/T), Carlos Seveso (Big Brother) y Marcelo Legrand (Pájaro en la arena), en la que prima la sugerencia abstracta y el intersticio, el gesto detenido, los rastros de la figura, las líneas y la pincelada o el objeto tenso, inestable como en la obra de Marco Maggi (Máquina de dibujar). Junto a ellos y sus lenguajes y estilos más reconocibles, se encuentran los notables trabajos en acrílico de Elian Stolarsky (A través de páginas negras), donde superpone imágenes y lecturas, la sugerente manipulación del barniz escurrido en una superficie rugosa y de luz dolorosa, el cuadro como detalle de un paisaje donde se erizan alambres como pelos, peligrosos, latentes de Ana Campanella (Paisaje sin nombre) y las telas y bordados en líneas vitales de Florencia Flanagan (SubjetiVIDAd) o las construcciones revueltas como jaulas o nidos abiertos, despatarrados, desplumados de un manto secreto de Cecilia Mattos (El manto de la sirena) y la imagen extrema que planea delicadamente entre el blanco de cortes sutiles de Gerardo Goldwasser (Brillantes). El conjunto es parejísimo, interesante y plenamente seductor. Se disfruta y sostiene como un friso caprichoso pero finamente resistente del arte contemporáneo nacional. En definitiva, merece que se caiga más gente de la milonga. Y se pierda un rato entre este mundo de telas e imágenes silenciosas, plácidas, inquietantes.
Esbozos intangibles. Panorama II. En Centro de Exposiciones Subte de la plaza del Entrevero. Hasta el 18 de setiembre. De martes a domingos de 12 a 19 horas.