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    Ese sonido ancestral

    POR

    Una tremenda odisea cinematográfica. Una película concebida desde el sonido, y más específicamente desde la experiencia íntima y casi intransferible de un sonido. Una madrugada —el momento en el cual el ritual del silencio por lo general se cumple— Jessica (Tilda Swinton) se despierta porque ha escuchado algo, una especie de bang seco, tal vez metálico. ¿Fue en su propia habitación? ¿Fue al lado? ¿Afuera? Los sentidos están dislocados y el espacio se vuelve indefinido. No es infrecuente escuchar en soledad un sonido que no sabemos de dónde proviene. Y buscar su origen es, entre otras cosas, lo que nos despierta la inquietud. Jessica se levanta, se dirige lentamente hacia la ventana e intenta ver si hay algo afuera, en la oscuridad, que lo haya generado. El ritual lo realizaría cualquier ser humano: estás durmiendo, sentís un ruido y te levantás con la intención de descubrir qué lo causó, cuál es la explicación. El disparador es la curiosidad, y hasta no saber nos enfrentamos con el misterio.

    Las tomas son parsimoniosas, duran un tiempo al que el espectador no está acostumbrado. Un tiempo tipo Tarkovski o Béla Tarr, digamos, que hay que saber moldear y no es para cualquier cineasta, pero el tailandés Apichatpong Weerasethakul (Bangkok, 1970) lo sabe hacer. Debemos ser pacientes. Los planos casi siempre son fijos pero encierran la potencialidad de la sorpresa, nos mantienen expectantes. Late una levísima tensión. Y al permanecer expectantes descubrimos detalles. Y los detalles siempre hablan. Un consejo: es tan importante la banda sonora de Memoria (2021, Premio del Jurado en Cannes, actualmente en cartelera en Mubi y Cinemateca) y son tan ricos y significativos sus sonidos ambientales, hasta los más leves, que se hace necesario el silencio absoluto para su adecuada contemplación. Sí, es una película para la madrugada y para los insomnes.

    En la siguiente escena vemos un estacionamiento, también a la madrugada. Los autos duermen. Silencio total. De pronto se dispara la alarma de un coche con las luces concomitantes; luego la alarma de otro auto —que son notas diferentes— y así el contagio hasta desatar un concierto de alarmas y luces que duran lo suyo y se van apagando paulatinamente. Está claro: no es un caos de sonido, es un concierto de alarmas, con diversas escalas pero un orden. El sonido en Memoria tiene los contornos trazados. Toda la película está perfectamente ordenada, enmarcada, despejada. Solo hay que disfrutarla, verla crecer y sentir los significados que se abren ante nuestros ojos y oídos sin ansiedad ni urgencia explicativa.

    La protagonista cultiva orquídeas y ama la fotografía. Ha llegado a Colombia, a una lluviosa Bogotá para visitar a una hermana que es actriz y que está en el hospital. Weerasethakul declaró que ama los hospitales. Sus padres eran médicos. AW creció y vivió en los hospitales y con frecuencia en sus películas son un escenario esencial, una escenografía cotidiana como en Syndromes and a Century (2006) y en Cemetery of Splendour (2015).

    En una espaciosa habitación las hermanas conversan. Jessica le muestra fotos en su celular. La convaleciente le cuenta que ha soñado con un perro al que han abandonado herido. Inmediatamente el relato deriva en la crueldad humana. Más adelante, cuando Jessica le recuerde el sueño del perro a su hermana, esta le responderá: “¿Qué perro?”.

    Durante toda la película Tilda Swinton alterna el inglés con el español, un español dubitativo, pausado pero muy claro, con el que se hace entender al visitar en un estudio de grabación a un ingeniero de sonido, a quien intenta describirle ese bang que la tiene obsesionada y cada tanto se repite en la calle, en un restaurante. Lo escucha ella y lo escuchamos los espectadores, pero no el resto de los personajes. El ingeniero atiende su pedido y le presenta en la consola sonidos similares. Desde las teclas recrea, da forma, pone más o menos graves a ese bang hasta llegar a uno muy aproximado al que siente Jessica. Mejor es decir siente y no escucha, porque el sentir trasciende el terreno perceptivo para entrar en el emocional y existencial.

    Hasta aquí tenemos el comienzo de la historia, la búsqueda de ese misterioso bang. Cuando se lo describe al sonidista, Jessica no tiene más remedio que acudir al inglés: “More earthy”, le dice, aludiendo a un golpe más terrestre, de tierra y de aquello que viene dado por la tierra. Difícil de sacar, ¿no? Ese sonido que la desvela y que tendrá repercusiones primigenias, se irá extendiendo a través de una delicada imbricación narrativa hacia otros ámbitos que incluyen aspectos antropológicos, milenarios y metafísicos, hasta llegar a un desenlace de prestidigitación que si bien es abierto, todo lo puede trastocar, incluso el género mismo de la película. Un truco visual y sonoro que en cierta forma había practicado Jia Zhangke en Naturaleza muerta. Vamos hacia allá, vemos esto y lo otro, y de pronto el director, como un mago ante una audiencia boquiabierta que lo observa hipnotizada, tira del mantel y muestra otra cosa. El cine puede generar los mejores trucos.

    Meditativo sería el adjetivo que describe más adecuadamente el ritmo de Memoria. AW nos aconseja detenernos ante las cosas: una plaza, el espacio interior soleado de un edificio, una calle en la que puede ocurrir algo imprevisto, una selva tropical que por lo general es la asiática pero en este caso es la colombiana. AW es arquitecto y sus primeros trabajos fueron en arquitectura antes de dedicarse al cine. Sabe presentar los volúmenes y volverlos una experiencia visual, en este caso con la estupenda colaboración del director de fotografía Sayombhu Mukdeeprom. Pero también tiene un máster en Bellas Artes y nos aconseja tomarnos un tiempo para contemplar una exposición de fotografías, como lo hace el personaje de Tilda Swinton, o escuchar un cuarteto de jazz que ocasionalmente suena en un estudio de grabación. Digamos que AW nos invita a conservar lo bello, a pensar poéticamente y a descubrir los misterios y no temerles si se alojan en nuestro interior.

    Cine de lo ligeramente extraño, como eran Tropical Malady (2004) y Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (2010, Palma de Oro en Cannes), de lo removedor que tiene el duermevela y su difusa frontera, de lo esencial que hace reverberar el fondo de nuestras sensibilidades y de la parsimonia, porque debemos seguir paso a paso la minimalista actuación de Tilda Swinton y el delicado juego que nos propone este maravilloso cineasta que es Apichatpong Weerasethakul.