Fue bautizado como Gualberto José Antonio Rodríguez Larreta Ferreira, se hizo llamar Antonio Larreta y sus amigos le pusieron Taco, pese a que no le agradaba demasiado.
Fue bautizado como Gualberto José Antonio Rodríguez Larreta Ferreira, se hizo llamar Antonio Larreta y sus amigos le pusieron Taco, pese a que no le agradaba demasiado.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáActor, director, dramaturgo, crítico, adaptador, traductor, escritor, ensayista, productor teatral, cineasta, guionista de cine y TV fueron los oficios más notorios de este auténtico renacentista.
Desde su muerte, ocurrida el miércoles 19 a los 92 años, se multiplicaron los nombres y fechas de su peripecia, iniciada como actor a los 23 años y como crítico de cine y teatro en “El País”, a los 26. Club de Teatro, Comedia Nacional, Teatro de la Ciudad de Montevideo, El Curro Giménez, Volavérunt y La ventana, son algunos de los mojones de las siete décadas de Taco Larreta por el camino del arte.
Emir Rodríguez Monegal firmó su semblanza más conocida: “El hombre de teatro más completo que ha producido el Uruguay”. Pero hay muchos otros testigos y cronistas de la historia teatral uruguaya que lo tienen entre sus mejores páginas. Es imposible abarcar tamaña vida en este espacio. Apenas entran algunas viñetas.
El crítico Juan Carlos Legido repasa en su libro El teatro uruguayo, de Juan Moreira a los Independientes 1886-1967 (Ediciones Tauro, 1968) el origen de Club de Teatro, fundado en 1949 por Larreta y Susana Pochintesta, por cuyas filas pasaron José Bergamín, Pepe Estruch, Sergio Otermin, Laura Escalante, Roberto Fontana y Dahd Sfeir. El autor señala las diferencias de “El Club” con grupos como El Galpón, Teatro del Pueblo y Teatro Libre. “Fue la expresión de la alta burguesía que se manifestó en toda su estética: buen gusto, refinamiento, amplitud en la línea temática y predominio de lo formal sobre el fondo. (…) Esa línea ecléctica se manifestó en puestas en escena muy cuidadas, en espectáculos de calidad”, afirma, y destaca como “memorables” Doña Rosita la soltera (de García Lorca), Los hermanos Karamazov (Dostoievski) y Los cuernos de don Friolera (Valle-Inclán). Sobre el estilo de Larreta, decía Legido en 1968: “Logró culminar su estilo pulido y apuntalar su aguda intuición teatral con una larga práctica de sus conocimientos escénicos aprendidos en Europa”.
En su libro Historia del teatro uruguayo 1808-1968, editado por Banda Oriental en 1969, Walter Rela, uno de los más reconocidos historiadores de las tablas orientales, traza una descripción escueta pero rotunda de Larreta: “Cabal hombre de teatro, ha jugado importante rol en el proceso de estas últimas décadas”. Señala el debut como autor y director con Una familia feliz (1948), con la Comedia Nacional, y destaca el “gran éxito de público” de la comedia de costumbres Un enredo y un marqués, representada con el Teatro de la Ciudad de Montevideo en el Odeón en 1963, con música de Jaurés Lamarque Pons. Rela ubica a Larreta entre las “excepciones notorias” de calidad autoral, junto a Jacobo Langsner, Juan Carlos Legido, Carlos Maggi, Luis Novas Terra, Mauricio Rosencof y Héctor Plaza Noblía.
Jorge Pignataro, incansable notario del teatro vernáculo que ha catalogado la obra de cientos de teatristas, acredita a Larreta unas 50 entradas como actor y 45 como director. En Directores teatrales del Uruguay (Editorial Proyección, 1994), consigna que Larreta accedió a la dirección artística de la Comedia Nacional en 1959, gracias a sus experiencias operísticas como asistente de régie de Giorgio Strehler en Milán, “a través de quien recibiría la herencia estética del gran Luchino Visconti”.
También explica por qué Larreta duró solo un año en el cargo: “Abandonó indeclinablemente el 5 de mayo de 1960 tras luchar en vano contra la politiquería imperante en la Comisión de Teatros Municipales, que trababa todos sus planes. Y de inmediato fundó, junto a Enrique Guarnero y China Zorrilla, el Teatro de la Ciudad de Montevideo (TCM), asentado en el Teatro Odeón y multiplicando a partir de allí una infatigable labor (…) que lo mantuvo siempre en la primera línea del teatro uruguayo”.
En su exilio madrileño, Larreta se ganó la vida como guionista de cine y televisión. El Curro Giménez, su primera creación para la pantalla —la más mencionada por los medios españoles en sus obituarios—, fue un encargo de su amigo Sancho Gracia, actor uruguayo que desarrolló gran parte de su carrera en España, gracias al cual Larreta se habituó a trabajar con la efervescente generación de cineastas que parió la España posfranquista. Según ha contado, Los santos inocentes, de Mario Camus, y Gary Cooper que estás en los cielos, de Pilar Miró, son sus guiones preferidos. Por esos tiempos escribió la novela Volavérunt —thriller ambientado en la España napoleónica, con Goya como personaje protagónico—, ganadora en 1980 del Premio Planeta.
Como consecuencia de tantas líneas para la pantalla, el teatro perdió terreno en su agenda: “En general la gente me identifica con el teatro, pero en mi carrera fue algo más lateral. Hubiera querido seguir haciendo teatro todo el tiempo porque me hace mucho bien. Cuando lo hago, siento que se convierte en una forma incomparable con ninguna otra de mantenerme joven”.
Su regreso a Uruguay no lo desconectó de la cultura ibérica: desde Montevideo compuso los guiones de Las cosas del querer —vaya teletrabajo—, Juana la Loca y El maestro de esgrima, que se alzó con el Goya al mejor Guion Adaptado en 1990. Luego fue perdiendo rodaje y contactos con las nuevas camadas de cineastas españoles y de a poco dejó de ser un guionista de referencia.
En setiembre de 2008, a los 86 años, Larreta ya estaba bastante disminuido físicamente y crecía su necesidad de cuidados. Sin descendencia directa, y ya viviendo con una de sus hermanas, decidió rematar su valioso mobiliario, obras de arte y otros objetos que vistieron su casa de Pocitos, para afrontar esos últimos años. Lo que podría ser una mera anécdota en una vida cualquiera, adquiere sentido por el pragmatismo con que el hombre atravesó la circunstancia. Se armó un pequeño revuelo y no faltaron quienes alzaron su voz en contra de la iniciativa. “La gente está bastante sorprendida con esta situación, pero yo no. Tengo una muy larga experiencia en asuntos de remates”, declaró a Búsqueda en una nota titulada “Despedida sin lágrimas”.
“Hay un cierto escándalo con que yo remate mis cosas, pero no pretendo que se comparta o entienda mi decisión. ¿Por qué la gente iba a suponer que ese actor o escritor es además un hombre que se puede desprender de todo lo que lo rodea? (…) Me desprendo de todo lo que ves y que nos está rodeando, de las sillas en las que estamos sentados, de esta mesa que tiene el numerito del lote. Sé que han sido mis cosas hasta hace pocos días —algunas me gustan, otras no tanto—, pero no me siento extraño, yo mismo decidí desprenderme de ellas”.
El trance no era nuevo para él, que desde chico había aprendido a desprenderse de casas y cosas queridas. A los diez años, al morir su abuelo, su familia debió rematar aquella casona de la Ciudad Vieja. “Ese remate, que duró tres días porque había muchos y valiosos objetos, me familiarizó para siempre con la fragilidad y la movilidad de las cosas que uno cree que va a poseer para siempre. Desarrollé una capacidad casi deportiva para cambiar de ámbito, mudarme de casa, desprenderme de las cosas. No puedo creer cuántas veces he armado y desarmado una casa. Solo en España me mudé ocho veces en veinte años”.
Entre los lotes más valiosos estuvo su pinacoteca con varios Gurvich, Damiani, Cúneo y Pailós, y su colección de esculturas de Broglia y Podestá. Lo único que preservó con celo fue su biblioteca, aunque la redujo bastante de los 5.000 volúmenes que llegó a tener: “Me llevaré los libros que quiero que me acompañen el resto de mis días”.
Las raíces nacionalistas de Larreta —hijo de una notoria familia vinculada al Partido Nacional, fundadora del diario “El País”— afloran en un extenso reportaje de César Di Candia publicado en Búsqueda en 1998, en tres entregas: “Mis genes blancos de alguna manera reclaman su sitio, pero nunca me atrajo la política”. Allí se definió como un “chico hipersensible”, “un estudiante escandalosamente brillante”, “un montevideano incurable” y “una persona apolítica, salvo en la dictadura, cuando sentí la necesidad de jugarme”. Taco recuerda la depresión en la que cayó a mediados de los años 80 como “un momento de vacío, de ausencia de proyectos, de no saber lo que vas a hacer mañana, ni siquiera si vas a hacer algo”.
El final de la entrevista es fiel reflejo de su rotunda vocación intelectual.
—¿Cómo te gustaría morir?
—Sabiéndolo antes. La mayoría de la gente prefiere lo contrario, pero yo pienso que uno no se puede perder ese último gran acto de la vida. No comparto las opiniones románticas de algunos colegas que imaginan que la mejor manera de morir para un hombre de teatro es arriba del escenario. No me importa donde sea, pero quiero estar bien lúcido para presenciar el tránsito para el otro lado.