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    Falso espejismo

    Por E.A.L.

    N° 1691 - 06 al 12 de Diciembre de 2012

    No es habitual pero cada tanto sucede: los dueños o los inquilinos se resisten a abandonar el sitio donde siempre vivieron, pelean durante un tiempo una indemnización con el Estado y no les importa que los agrimensores digan que la construcción de una nueva carretera debe pasar justamente por allí. También es frecuente que este empecinamiento kafkiano ocurra en China, una tierra de sueños imposibles y pesadillas comprobables. Les llaman “casas clavo” porque quedan adheridas a una represa, a una fábrica, a un complejo de rascacielos o en el medio de una arteria asfaltada. Así ocurrió con una casa de cinco pisos de Wenling, en la provincia de Zhejiang, que permaneció de pie un año en el centro de una autopista antes de ser demolida.

    Más allá de que los habitantes de estas casas se transformen en héroes por atreverse a enfrentar valientemente al férreo y disciplinado Estado chino, lo que hay que considerar son las nuevas situaciones que plantea la vida cotidiana, día a día y noche a noche, en el medio —literalmente— de una carretera.

    Aquello de retornar al hogar y descansar luego de una ardua jornada de trabajo se invierte: se descansa en el trabajo para luego volver a casa y escuchar los automóviles que pasan como bólidos hacia un lado y el otro. Los temores se centran exclusivamente en no ser arrollado cuando uno sale de su casa o vuelve a ella; y los deseos inmediatos en que el gobierno diseñe algún día vehículos absolutamente silenciosos y, si es posible, inmateriales.

    Por las noches el mundo onírico se compone de neumáticos sobre asfalto seco o mojado, aceleraciones y frenadas de distintas intensidades y camiones de carga de diversos tamaños. Y no sería extraño que el reposo del durmiente que se interpone al tráfico sea a su vez interrumpido por un automovilista que se estrella contra la pared, porque ni en sueños es fácil concebir que una casa se levante como un árbol exactamente en el medio de una autopista.

    Las costumbres también pasan a ser otras: aquel verde que rodeaba la casa y le otorgaba un agradable olor a campo, ahora se ha convertido en una nube de gasolina y llantas quemadas que entra por la ventana de la cocina y se mezcla con el arroz y las verduras del almuerzo y de la cena, mientras que el automovilista que pasa fugazmente recibe a cambio un aroma a frito, a ropa sucia o a cuarto de baño, depende del momento.

    Y qué decir de la sexualidad, de la excitación y los juegos previos de la pareja que resiste en la casa del centro de la carretera: el orgasmo ahora está sincronizado con el camión de gran tonelaje que se aproxima a la misma hora de la madrugada o con el grupo de motociclistas que se escucha a lo lejos y que llega como un enjambre de abejas hasta el borde mismo de la cama.

    La tele puede cambiar de canal: deportes, documentales, noticieros, películas de acción, dibujos animados, recetas de cocina y conciertos. Pero la banda sonora será siempre la misma: ruedas, ruedas y más ruedas que pasan y pasan y pasan y no dejan de pasar.

    Antes de volver a discutir una mejor indemnización con los burócratas de turno, al dueño de casa le queda otra opción: sacrificar la planta baja y tal vez el primer piso de la vivienda y construir un túnel, de modo que los autos y camiones ni siquiera tengan que aminorar la marcha debido a un cuerpo extraño. Los habitantes de la casa viven atravesados por un tráfico que no se detendrá nunca; pero los conductores también deben aprender a sortear ese falso espejismo, esa presencia que parece irreal pero que es real y concreta: la casa en el medio de la carretera. El túnel mejora considerablemente la calidad de vida de los conductores y el sueño del dueño de casa y su familia.