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    Fazenda da Esperança, la organización de inspiración católica que rehabilita jóvenes adictos y apoyan Manini Ríos y Bolsonaro

    Apadrinada por el cardenal Daniel Sturla, esta “comunidad terapéutica”, creada en Brasil en los ochenta, es a la que el líder de Cabildo Abierto dona “parte de su sueldo”

    Es mediodía de un lunes de verano y la calle Géminis del barrio montevideano de Punta de Rieles está casi tan vacía como un domingo a la madrugada. En la esquina un hombre rebusca entre la basura, junto a un perro consumido que espera las sobras, cerca de un cartel que avisa que allí, tras un cantero arbolado, funciona la Fazenda da Esperança Monte Carmelo, sede local de una red de “comunidades terapéuticas” para la rehabilitación de jóvenes —especialmente de la drogadicción— creada en Brasil y con presencia en una veintena de países.

    En Uruguay, esta asociación pública de fieles de la Iglesia católica cuenta con tres comunidades, una en la localidad de Cerro Chato (entre los departamentos de Treinta y Tres, Florida y Durazno), otra en la ciudad de Melo (Cerro Largo) y la de Punta de Rieles, que funciona en un convento donado por las Hermanas Carmelitas Descalzas, y que fue inaugurada en 2020 por autoridades religiosas con la presencia de integrantes del gobierno.

    En el convento todo es silencio, sobriedad y una escenografía franciscana. Desde lejos llega el eco de unas carcajadas juveniles que inundanla capilla. De algún lado llega una música alegre y movida, lo que resulta algo desconcertante en este espacio de introspección y recogimiento, apadrinado por el cardenal y arzobispo de Montevideo, Daniel Sturla, quien, preocupado por “el avance de la drogadicción” en la sociedad uruguaya, en 2017, junto a un grupo asesor, resolvió abrir un centro de internación de personas adictas.

    La misión de la Fazenda (‘hacienda’ en portugués) es recibir a “toda persona que desee abandonar el consumo de drogas o cualquier otra adicción, siempre que no tenga una enfermedad psiquiátrica grave, basado en el llamado ‘trípode’ de trabajo, convivencia y espiritualidad”, explica a Búsqueda con acento nordestino Afonso Boueres, psicólogo brasileño que trabaja desde hace 16 años en esta obra social.

    “Venciendo su propia repulsión, Francisco de Asís abrazó a los leprosos. Hoy los leprosos son los drogadictos, ¿y quién quiere convivir con ellos?”, dice este religioso de 37 años, mientras extiende un folleto institucional que reza: “Nuestra misión es ayudar a los jóvenes a dejar las drogas”. Esta misión se vio potenciada luego de que en 2007 el papa Benedicto XVI la visitara y encomendara a sus fieles “llevar la esperanza al mayor número de personas posible”. Actualmente hay casi 150 fazendas repartidas por 22 países de América, Europa y África para la rehabilitación de unas 4.000 personas.

    Las fazendas uruguayas se sustentan básicamente en los aportes de la Iglesia católica, de las familias de los internos y de donaciones privadas. Entre otras, las del senador y líder de Cabildo Abierto, Guido Manini Ríos, quien destina “parte de su sueldo” de legislador a Fazenda, confiaron a Búsqueda fuentes religiosas y allegados al militar retirado. Manini Ríos es católico y en su pasaje por las Fuerzas Armadas abrió el juego a la Iglesia. Como director del Hospital Militar reinauguró su capilla, mientras que en 2016, siendo comandante en jefe del Ejército, asistió vestido con su uniforme de gala a una misa en la Catedral de Montevideo en conmemoración del aniversario de esa fuerza.

    “El combate a la drogadicción juvenil” también ha sido bandera electoral del expresidenciable cabildante durante su campaña política, y llegó a visitar la fazenda de Punta de Rieles cuando el proyecto aún era una “tapera abandonada” de monjas de clausura. Por entonces, dijo desconocer el alcance internacional de la obra, hoy “muy ligada” al mandatario brasileño, también católico y militar retirado, Jair Bolsonaro, promotor de las “haciendas terapéuticas” a las que su gobierno destina dineros públicos.

    “Un país tan laico”

    Bolsonaro recorrió tiempo atrás “la fazenda madre” de Brasil cuando se dirigía a una actividad de la escuela militar de aeronáutica de San Pablo, invitado por las hermanas clarisas de la ciudad de Guaratinguetá. La congregación fue creada en 1983 en el barrio de Pedregulho de esa ciudad paulista, donde hay un monasterio que integra esta obra fundada por el fray Hans Stapel, párroco franciscano de origen alemán,y Nelson Giovanelli, quien en 2009 también inauguró la primera fazenda uruguaya, en Cerro Chato.  

    Pese al “gran impulso” que le ha dado Bolsonaro a las fazendas, la congregación no apoya a ningún partido político o ideología, anticipa Boueres. Al hablar de los aportes económicos a la fazenda en Uruguay, este referente lamenta que se trate de “un país tan laico”. De hecho, casi la totalidad de los jóvenes acogidos en Montevideo se declaran independientes de toda confesión religiosa. Nadie está obligado a creer, dice, pero considera “esencial” la transmisión de los valores cristianos.

    Un 80% de los adictos “terminan el tratamiento con éxito”, destaca Boueres, en respuesta a críticas sobre la ausencia de personal técnico especializado en adicciones en estas haciendas de cura. En diálogo con Búsqueda, el cardenal Sturla sostuvo que la metodología de trabajo de esta asociación pública de inspiración católica involucra los “tres pilares” de formación y acompañamiento de los jóvenes: “la vida comunitaria, el trabajo y la fe”. “Y esto a veces resulta mucho más eficaz y de sentido común que ciertas respuestas ‘profesionales’ al drama de las adicciones”, dijo.

    La fazenda de Punta de Rieles se inauguró el 8 de agosto de 2020 con una misa presidida por Sturla, entre varias autoridades religiosas y del gobierno. El presidente Luis Lacalle Pou envió un mensaje para la ocasión y además asistió a la ceremonia el ministro de Desarrollo Social, Pablo Bartol.

    El reseteo

    Es hora del almuerzo y los pasillos del convento siguen desiertos y silenciosos, de no ser por las carcajadas distantes. “Aquí se trata de hacer un reseteo para encontrarle sentido a la vida, tiempo para resignificar la existencia”, insiste Boueres, mientras enseña las estancias, dos pisos de cemento y ladrillo, más una zona ajardinada, que incluye quinta, huerta, granja y un campo de fútbol. 

    El ingreso a la fazenda es voluntario y debe solicitarlo el aspirante o su familia, expresando su interés libre de recuperación del consumo de drogas y aceptando las reglas internas, además de documentos, examen médico y sobriedad. Los acogidos permanecen allí un año entero; en los primeros tres meses pierden contacto físico con sus familias, que se reduce a cartas, y solo se vinculan con sus compañeros. “El tiempo en sobriedad es importante. Ayer un hermano celebró su cumpleaños sobrio por primera vez en su vida”, relata el coordinador, y agrega que los jóvenes tienen responsabilidades diarias y horarios estipulados para las diferentes tareas de la casa.

    “Acá no llega un drogadicto, llega una persona llena de carencias emocionales, que no se siente amada, que se cree víctima, por lo que no trabajamos con la droga, sino con la persona en su dimensión espiritual, social, física y psíquica”, dice este psicólogo, para quien toda herida o trauma personal nace de un conflicto de convivencia. “Son enfermos sociales”, añade.

    La mayoría  hace su “experiencia de entrada” en Cerro Chato, desde donde son derivados a otras sedes. Además de esa fazenda, que alberga a una veintena de varones desde hace más de una década, hay otra casa para mujeres en Melo desde hace seis años; todas son coordinadas y administradas por misioneros de la Familia de la Esperanza, como asociación católica de fieles.

    Todos los recuperados reciben un diploma en una ceremonia especial junto con su familia. Una vez que salen de la fazenda mantienen un acompañamiento por parte de los Grupos Esperanza Viva en Treinta y Tres, San Carlos (Maldonado) y Montevideo.

    Sturla confió el proyecto de Punta de Rieles a monseñor Pablo Jourdan, obispo auxiliar de Montevideo, y a un grupo de colaboradores. En el área de adicciones la Iglesia católica trabaja en dos dimensiones: los centros abiertos, como alcohólicos y narcóticos anónimos, y los de internación, como el de la experiencia de Fazenda de la Esperanza, para la rehabilitación de jóvenes.

    La congregación se sostiene en parte con dinero de las familias de los acogidos, que deben hacer un aporte de $11.000 mensuales; también se venden productos de la granja y comida elaborada por los internos en una cocina industrial. Con otras donaciones se refaccionó la parte externa del convento y la planta baja, en primera instancia para alojar a 30 jóvenes y coordinadores, y queda pendiente de obra la planta superior. El vínculo con algunos vecinos es difícil, hay mucho robo, cuenta el coordinador local. “Cuando llegamos nos llevaron la instalación de agua, los cables, la cañería; otro día la ropa, las herramientas... Casi siempre para comprar droga”.

    “Aunque no se diga abiertamente, existe una epidemia de la droga en Uruguay”, afirma Boueres. “El carisma de la granja es una respuesta católica a ese problema social. Pero no solo lo hacemos para ayudar a drogadictos, es una respuesta de la Iglesia ante la falta de fe”.

    En el comedor almuerzan unos 15 jóvenes, provenientes de todo el país, la mayoría internados por adicción a la pasta base. El ambiente es de camaradería en torno a ollas de panchos y platos con lentejas y arroz. Alguien suelta algo ocurrente y todos celebran la broma. Uno niega con la cabeza, es el más “veterano” —quien eleva el promedio de edad, de 27 años; de ahí las chanzas— y hace una mueca de disgusto. Al fin muestra una sonrisa burlona y se entusiasma con las risas cómplices.

    Con el gesto algo tenso, uno de ellos dice que “todo lo que debió pasar, bueno o malo, ya pasó”, y que “el mirarse a uno mismo con sentido del humor, también te salva”. Otro agrega que “en realidad la droga es un emergente”, que “son muchas las carencias acumuladas que te marcan”. Todos coinciden en que los primeros meses son duros, “aceptar las reglas”, “recuperar la confianza en uno”, “estar limpio”. “Cuesta, a veces, dejar de pensar que ‘uno viene acá para que te cuiden’ y enseguida tener que cuidar a los otros...”.

    “Como decía el hermano, acá hay un camino viejo y uno nuevo, una oportunidad de vivir diferente”. Habla Marcos, uno de los “padrinos”, entre cabeceos aprobatorios. En otra sala vacía, donde hubo clase de “Formación humana y cristiana”, se lee en una pizarra blanca con letras rojas: “¿Estoy conforme conmigo mismo? ¿Puedo ser mejor? ¿Cómo?” Y un papel llama a cultivar “el espíritu fraterno que llevó a san Francisco a besar al leproso”.