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    Festejado retorno de un género

    Gala de Zarzuela en la Sala Eduardo Fabini

    Fue una única función el viernes 8 que desbordó las instalaciones del Auditorio Adela Reta. Antes del número final el barítono argentino Leonardo López Linares felicitó a quienes hicieron posible que después de 30 años, la zarzuela volviera a los escenarios uruguayos. Realmente treinta años es una ausencia muy larga para que este género romántico, jocoso, divertido, que por nuestros ancestros toca muy de cerca a muchos de nosotros, haya sido olvidado en los principales teatros montevideanos. Esperemos que esta respuesta de público anime a las autoridades para que se vayan pergeñando temporadas de zarzuela junto a las sinfónicas, de ópera y de ballet.

    El concierto se armó con veintidós fragmentos de distintas obras, cinco de ellos solo instrumentales y diecisiete para voces solistas, coro y orquesta. Tratándose de zarzuela “en concierto”, la ausencia de puesta en escena fue sorteada con gracia y buen gusto por el grupo de danza nacional “Ballet Iberia”, que acompañó algunos de los números.

    Cuando tocó sola, la orquesta hizo buen papel en el “Preludio” de La Revoltosa (Chapí), en el “Intermedio” de La boda de Luis Alonso (Giménez) y en el “Fandango” de Doña Francisquita (Vives). En estos fragmentos el director español Manuel Coves demostró ser un profesional correcto aunque algo rígido en la regulación de la gama dinámica y en consecuencia mezquino con los contrastes que esa regulación habría producido. Dado su origen y lo que se ha especializado en la música de su tierra, esperábamos en ciertos pasajes otro gracejo, otra dulzura en el enfoque, más pianos y pianísimos.

    Cuando la orquesta fungió de acompañante a las voces, la cosa se complicó algo más. Muy bien en la concertación con los cantantes pero bastante deficiente en el balance del volumen de sonido. En la primera parte, Coves no supo equilibrar la ola sonora respetando la diferencia entre las distintas voces que secundaba y así varios cantantes sucumbieron ahogados en la orquesta. El director visiblemente indicaba a sus dirigidos los diminuendos, pero los músicos no le daban bolilla. En la segunda parte Coves reemplazó la indicación manual del diminuendo poniéndose varias veces en cuclillas sobre el podio, como rogando que bajaran el volumen, pero la respuesta, un poco mejor, no fue suficiente. ¿Falta de ensayos, falta de autoridad del conductor, temas acústicos de la sala? Quizás un poco de todo, pero ahí hubo un problema que no tendría que haber sido tan notorio.

    La voz que menos padeció el ahogo orquestal fue la del barítono argentino Leonardo López Linares. Estupendo en caudal, color, dicción y presencia escénica. Ya nos había regalado el año pasado un inolvidable Marcello en La Bohème. Es un cantante carismático a quien le insume segundos meterse al público en el bolsillo. Con el “Ay, mi morena, morena clara” del Coro de Vareadores de Luisa Fernanda (Moreno Torroba), el teatro estalló en el aplauso quizás más estentóreo de la velada.

    Las restantes voces masculinas fueron los tenores Dante Alcalá (Méjico) y Andrés Presno (Uruguay). Presno fue relegado a un único número solista que salvó con prestancia, fuerza y dignidad, el “No puede ser” de La tabernera del puerto (Zorozábal). Incomprensiblemente se dio mucho más trabajo a Alcalá, un hombre de voz chica, afinación vacilante, que canta todo sin soltura y con gran esfuerzo y tiene serios problemas cuando llega a la zona aguda. Nada de esto es novedoso si se recuerda su pálido desempeño el año pasado como Don José en Carmen. ¿Por qué no se dio lugar a otros tenores nacionales de mejor nivel como el del propio Presno?

    Las tres sopranos fueron Sandra Scorza (Uruguay), una voz más bien chica, a veces con exceso de vibrato, Laura Rizzo (Argentina), otra voz también chica con muy buenos agudos y graves casi inaudibles que en la Canción del ruiseñor de Doña Francisquita (Vives) fue literalmente tapada por la orquesta. Finalmente Sandra Silvera (Uruguay), a nuestro juicio la voz mejor trabajada, más expresiva, con muy lindo color en todo el registro, especialmente aterciopelado en la zona grave, se lució en De España vengo de El niño judío (Luna). Hay que decir también que su dicción no es buena, que al cantar en castellano se hace más notorio y que es este un problema importante a corregir.

    Si López Linares fue el solista que se llevó las palmas, otro tanto debe decirse del estupendo desempeño del Coro del Sodre preparado por el Maestro Esteban Louise. Un placer de sonoridad, de intensidad y de dicción en todos sus sectores, con destaque en las “seguidillas” de La verbena de la paloma (Bretón) y el Coro de los románticos de Doña Francisquita (Vives). Para el “ambiente” zarzuelero fue muy grata la presencia del Ballet Iberia, un grupo de siete mujeres y un hombre, que zapatearon y se movieron con gracia y elegancia en un área muy limitada delante del proscenio. El grupo, y especialmente su integrante masculino Luis Armando, se lucieron en una desopilante escena de Me llaman la primorosa de El barbero de Sevilla (Giménez), que cantó Laura Rizzo. El grupo hizo en todo momento gala de un vestuario variado y de un buen gusto sin fisuras a cargo de Aída Baldrich, que es también su directora y coreógrafa.