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El panorama exterior, relevante para una pequeña economía como la uruguaya, no es el mejor. La pandemia de Covid-19, que parecía controlada en algunos países, tuvo nuevos brotes que pueden dar lugar a un repliegue en la reactivación. Es una amenaza que por estos días los uruguayos sentimos en carne propia con los casos surgidos en Treinta y Tres.
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Ayer miércoles, el Fondo Monetario Internacional (FMI) presentó la actualización trimestral de sus proyecciones sobre la economía mundial. Previsiblemente, ahora estima un panorama más pesimista respecto a lo que estimaba en abril, ya que se espera una contracción más profunda para este año (4,9% frente al 3% proyectado en abril) así como una recuperación más lenta para 2021 (la expansión sería de 5,4% y no de 5,8%). De acuerdo con estos nuevos pronósticos, el Producto Bruto Interno mundial el próximo año será unos 6,5 puntos porcentuales inferior al que se había proyectado en enero, antes de que el Covid-19 se transformara en pandemia.
Este deterioro en las perspectivas económicas globales se da a pesar de que las medidas de apoyo fiscal anunciadas en varios países han continuado creciendo —alcanzando un total de US$ 11 billones, en lugar de los US$ 8 billones que se habían estimado en abril— y de que los bancos centrales también han seguido inyectando liquidez y estímulo monetario, lo que ha causado una bienvenida flexibilización en las condiciones financieras globales en el corto plazo (más allá de que, como el propio FMI advierte, la actual “desconexión” entre los precios de los activos financieros y la economía real puede llevar a condiciones financieras más restrictivas en el futuro).
Pero está claro que hasta que no haya una vacuna efectiva contra el Covid-19 en cantidad suficiente como para inmunizar a la población mundial el tener que “convivir” con el virus llevará a un nivel de actividad deprimido, tanto por el impacto directo sobre todos aquellos sectores que se ven afectados por el necesario “distanciamiento físico social” (hasta ahora la única forma aparentemente efectiva de reducir la velocidad de propagación del virus) como por la incertidumbre general respecto a la capacidad de mantener los niveles de empleo y de ingresos. Todo esto lleva a una mayor cautela en el gasto de consumo y de inversión.
Según el FMI, la tendencia a una caída más profunda de la actividad en este año y una recuperación más débil el próximo es bastante generalizada, alcanzando tanto a las economías avanzadas como a las emergentes. Y, más concretamente, la región sudamericana está sumergida en todo el problema. En el caso particular de los dos grandes vecinos de Uruguay, ahora proyecta contracciones de su PBI de 9,9% en el caso de Argentina y de 9,1% para Brasil este año (y recuperaciones de 3,9% y de 3,6%, respectivamente, en 2021).
Claramente, la región estará harto complicada en el corto plazo, y otro tanto el resto del mundo. Más allá de la cuestión sanitaria, la demanda por bienes y servicios uruguayos desde el exterior, y en particular desde la región, se mantendrá muy deprimida durante varios trimestres, al tiempo de que es difícil anticipar mejoras en los precios de los commodities. Mantener un tipo de cambio alto y competitivo parece ser una necesidad en este contexto, ya que la salida de la actual crisis, como ocurriera luego del 2002, comenzará con la exportación.
El único aspecto positivo del actual escenario externo parece ser la ventana de oportunidad que se vuelve a abrir desde el punto de vista financiero, algo que el gobierno debe aprovechar al máximo. Ayer miércoles se concretó una emisión y recompra de deuda que permite despejar —al menos parcialmente— el panorama financiero por un tiempo. Pero quizás incluso podría pensarse en financiar un plan de mejora de la infraestructura del país emitiendo deuda a 30 o 50 años a las actuales tasas de interés, siempre que un análisis objetivo de la rentabilidad de los proyectos a financiar eventualmente lo justifique. Acciones de ese tipo pueden ser claves para acompañar la recuperación económica.