En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Se iba a estrenar en abril. Estaba todo pronto, pero en marzo se cerraron las salas por la escalada pandémica y quedó todo en suspenso. Apenas se supo la fecha del retorno, la dirección del Auditorio Nelly Goitiño la programó para los tres primeros días habilitados: lunes 5, martes 6 y miércoles 7, días raros para el teatro. Pero, para sorpresa de propios y extraños, las tres funciones se agotaron varios días antes. Con la restricción vigente (30% del aforo), la sala Héctor Tosar, otrora Brunet y Eliseo, con casi 500 butacas, puede recibir a 151 espectadores. Tras cuatro meses de silencio, escuchar un aplauso de esas dimensiones resulta una potente inyección de energía para todos: para los artistas, sin dudas, pero también para el propio público que, sumergido entre pantallas, necesitaba reencontrarse con personajes de carne y hueso arriba de un escenario. Tal fue el suceso que antes del estreno se agregaron dos funciones más, para este fin de semana (sábado 17 y domingo 18), a punto de agotarse también. Posiblemente se programará otro ciclo para las próximas semanas.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Marcel Sawchik es un director teatral a quien se le dan muy bien las grandes escenografías. Hace más de una década transformó un galpón de la Aguada en el onírico y cavernoso mundo donde transcurría El maestro del sueño, su versión de la obra maestra del cómic Little Nemo; luego llenó de vida la triste y decadente sala del Ateneo de Montevideo con una ópera rock llamada Lo fausto que electrificaba los arduos versos de Goethe en un imponente decorado que iba de piso a techo y de pared a pared. Ahora vuelve con sus gigantografías en tres dimensiones y llena el gran escenario, de unos 12 metros de boca, con las fachadas de la Londres monocromática que imaginó Orwell en 1984, una de las tres grandes cumbres de la narración distópica (junto con Un mundo feliz y Fahrenheit 451). Las puertas, ventanas, escaleras y paredes, diseñadas por Julio Tabárez, habitual escenógrafo de las obras de Sawchik, recrean el enclave urbano donde transcurre la historia de Winston Sosa, el protagonista de 2084, dirigida por Sawchik y adaptada para teatro por él y Eugenia Fajardo.
La versión traslada la acción al futuro (el año que da título a la obra); se evitan las alusiones a las circunstancias geopolíticas de una guerra entre las potencias continentales Oceanía y Eurasia, pero conserva las coordenadas de la novela original. Internet se ha transformado en una red omnipresente llamada Big Brother Net, a la que se accede mediante un aparato muy parecido al celular, que emite una luz azul, todo lo registra y todo lo envía. Esta actualización tecnológica no modifica en absoluto el sentido de la trama: el asunto aquí sigue siendo el dominio totalitario de un régimen que controla la vida cotidiana de los ciudadanos, manipula el idioma, la información y el pensamiento individual, para reescribir constantemente el pasado y castigar duramente cualquier foco de rebelión.
La historia es narrada en escena por un numeroso elenco —una docena de intérpretes— que ocupa todo el metraje con desplazamientos casi coreografiados, lo que otorga gran dinamismo y atractivo visual a la puesta. El nudo narrativo se concentra en el protagonista (¡gran nombre uruguayo, Winston Sosa!), muy bien interpretado por Franco Rilla, un actor que ha demostrado sus virtudes con sus recientes composiciones con la compañía Los Años Luz y que crece con cada nueva presencia. El relato acompaña su camino de disimulada rebelión, su vínculo amoroso con una joven miembro de la resistencia y el calvario que sufre al ser arrestado, torturado y forzado a declarar su amor al régimen.
El otro polo de acción es El Gran Hermano, interpretado con su acostumbrada solvencia por César Troncoso, quien aparece únicamente desde las pantallas, en primeros planos que estampan su rostro sobre las fachadas. Este es uno de los puntos altos de esta puesta: el juego de efectos lumínicos y el efectivo provecho de la proyección de imágenes en pantallas y sobre los decorados. Una vez más, Martín Blanchet demuestra su talento para el diseño de luces. Otro gran momento ocurre cuando la acción se traslada a la habitación donde se refugia Winston, con su interior iluminado detrás de grandes ventanales.
“Esta obra empezó a gestarse en 2017, a fantasearse en 2018 y a escribirse en 2019, cuando la pandemia por el Covid-19 no estaba en los planes de nadie”, aclara la producción en el programa de mano. “No busquen, entonces, intencionalidad ni oportunismo alguno. Es, sí, una infeliz coincidencia que tanta gente encuentre similitudes con lo que le tocó vivir a la humanidad en estos últimos meses y que el mundo se parezca hoy todavía más a la distopía orwelliana”, agregan. El periodista Darío Klein, quien tuvo la idea original de 2084, afirma en el programa que el “control social es nuestro”. Y desarrolla: “No fue impuesto. Lo pedimos y reverenciamos. Lo añoramos cuando falta y lo impulsamos a superarse. Es un sistema de autocontrol que incluye la sensación permanente de estar siendo observados o escuchados: nos controlamos entre todos. El gran hermano somos todos. Big Brother te está vigilando”.
Más allá de concordar o no con esta interpretación, la principal virtud de 1984 es que su crítica trasciende coyunturas puntuales y funciona perfectamente con todos los totalitarismos, cualquiera sea su signo. Podríamos ambientarla en las calles del Cono Sur en los 70, de Sudáfrica en los 80, de China durante las últimas siete décadas o en las de La Habana esta semana. Entonces quizá sea mejor no pretender direccionar el rayo demoledor que Orwell activó hace casi 75 años y que conserva todo su poder en forma autónoma, sin necesidad de una mano que lo guíe.