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El primero, McCartney, el de la portada con una mesa llena de cerezas, fue en medio de la separación de Los Beatles en abril de 1970, y casi en simultáneo con la publicación de Let It Be, lo que enfureció a sus compañeros y significó un balde de queroseno sobre el fuego. El segundo fue McCartney II, tras una gloriosa década junto con esa tremenda y subvalorada banda llamada Wings. Después vendrán 15 discos solistas más. Hasta 2020. El medio siglo de aquel debut en solitario coincidió con la pandemia, por lo que Paul no lo pensó mucho: aplicó la máxima distancia social posible y pasó varias semanas recluido en su estudio. Como en aquella granja escocesa donde grabó Junk, The Lovely Linda y Teddy Boy, ahora se dedicó a arreglar, producir y grabar todas las líneas vocales e instrumentales (piano, guitarras, bajo, batería, teclados y ornamentos sinfónicos) de esta nueva oncena de genialidad.
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Conceptual y espiritualmente unido a sus raíces, el resultado no podía ser otro que más maravilla pop. Resulta increíble comprobar que su inagotable paleta de recursos sigue siendo un fastuoso manantial de originalidad. A sus 78 años, McCartney III demuestra que su autor tiene materia prima para, si quiere, sacar un disco por año y mantener encendida la llama de la calidad. Si no me creen, o si piensan que esto es una exageración producto del entusiasmo, escuchen Lavatory Lil y traten de contener esa extremidad que se les empezará a mover al compás del redoblante.
Como en toda su inmensa y descomunal obra, resulta muy difícil encontrar dos temas parecidos en el mismo disco. Desde el extraño y machacante riff de cuerdas de acero de Long Tailed Winter Bird, que abre el disco, a la melancólica pero igualmente tensa Deep Down, pasando por Find My Way, que remite al gozo desbordante de Flaming Pie, con sus líneas octavadas en falsete, y por la ternura country de Pretty Boys, la garra rockera de Slidin’ (hola, Helter Skelter) y el grave dramatismo de Women And Wives, que habla de las mujeres del 2020 a la luz de todo lo que ha pasado en estos últimos años. Es notable cómo Paul adopta un tono vocal genuinamente solemne para esta interpretación vocal. Es notable cómo este caballero sigue revalidando, disco a disco, su indiscutible condición de artista vivo más talentoso, influyente e importante del planeta. Piensen, si no, cuál otro lo es.