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Detesto la discusión sobre la ley de medios y la televisión digital, casi al mismo nivel que la de cubasí-cubano y la del decanato del fúbol uruguayo. Es el tema que más les interesa a periodistas, sociólogos y políticos (después de cubasí-cubano y el decanato del fúbol uruguayo). Todos —sumen a los publicistas y docentes— fieles creyentes de una religión que tiende a ver al individuo como un recipiente vacío al que se lo puede rellenar con los valores-normas-inquietudes-deseos-conductas que uno más o menos diseñe y crea conveniente, para el bien de la sociedad o un particular, una empresa o el sistema. El político cree conseguir mediante su retórica que la gente lo quiera, el sociólogo fantasea con forjar desde el adoctrinamiento y el control una sociedad hermosa y justa (traducción: una sociedad que actúe como piensa él con la escala moral que él profesa), el publicista le hace creer a las empresas —también a los cargos gerenciales del Estado— que sus mensajes moldean la conducta del consumidor, y el periodista supone que sin sus verdades e información el hombre moriría atrapado en el oscurantismo.
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El juego es funcional a los intereses de todos: los periodistas preguntan acerca de la ley de medios como si fuera lo más importante de cualquier proyecto país de acá a cien años, así los medios aprovechan para hablar de sí mismos, algo que les fascina; los políticos al hablar de los medios saben que salen en los medios y la gente los ve y después los reconoce de la tele o el diario; las sociedades civiles, cuyo objetivo último es tener algún medio para poner en práctica todos los sueños felices de adoctrinamiento social dulce y aromático y de paso hablar de sí mismas también, sacan comunicados para que sean leídos en los medios y ganar visibilidad. Las partes tratan el asunto como si fuera el tema medular para la creación de una nación sana y próspera, como si hubiera que discutir, planificar y legislar toda una sociedad alrededor de la televisión. Ni siquiera sabemos si dentro de 10 años va a seguir existiendo como tal.
Habría que explicarle a los políticos que están ayudando a poner a la tele como el eje de discusión más importante en una sociedad, algo muy funcional para la tele que ellos mismos tienden a demonizar. Hablo de los políticos porque son los únicos a los que se les puede exigir que entiendan; no le vamos a pedir ni a los periodistas ni a los sociólogos que entiendan, no se puede pedir tanto a esos dos colectivos cuyas actividades en esta vida son: a: confirmar que la realidad es como ellos ya saben que es desde antes de conseguir el sustento teórico y documental para probar que tenían razón, y b: confirmarse a sí mismos la importancia que tienen en este mundo como sujetos que logran entender y modificar la realidad gracias a su acceso a los círculos elitistas del poder y la masa al mismo tiempo.
El último nivel en este infierno es del de los dueños de canales privados. Son como las mujeres demandantes y los niños chicos: tienen todo y quieren más; canales de aire para siempre, cable, toda la señal del canal digital y la renovación como concesionarios infinitos. Cualquier restricción ataca su libertad, esa libertad imprescindible para que a uno no le importe nada y pueda poner un programa infantil de Claudia Fernández en el aire con el riesgo de que desnuque a algún botija con un golpe de seno en la cabeza. Reconocen que el Estado tiene facultades pero mejor que las aplique con la gente mala, los fumadores, los delincuentes, o DirectTV.