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    Haciendo boca

    El verano es una buena oportunidad para atestiguar el esfuerzo que hacen algunas personas en este país por instalar el concepto de farándula. Uno ve personajes con el firme propósito de actuar de la manera en que lo haría una estrella, omitiendo el detalle crucial de que después uno se los encuentra en cualquier almacén y les puede ver el contenido de sus compras; rompen así con la primera regla del Star Sistem: la no visibilidad de la estrella fuera del firmamento. ¿A qué alude la metáfora “sistema de estrellas”? Entre otras cosas, a la condición de inalcanzables, e incluso invisibles fuera de ese lugar específico a una hora premeditada en la que ellas deciden dejarse apreciar, tan luminosas, con su brillo propio fulgurante, lejano, inaccesible. Pero una vez que cualquiera las puede encontrar en cualquier lugar, en cualquier circunstancia, a cualquier hora, y sin que (pre) exista la voluntad de la estrella de dejarse admirar, ahí mismo dejan de ser estrellas y pasan a ser promotoras de cosméticos, porteros de edificio, semáforos, paradas de ómnibus, o fogatas para quemar hojas al borde de la cuneta.

    En este país se ignora esa regla básica del Star Sistem, y entonces, a pesar de no cumplir con la condición, cada tanto se juntan todos a simular que son estrellas y tratarse como estrellas (o como ellos suponen deberían tratarse las estrellas entre sí), y a vestirse como estrellas y sacarse fotos; a negar la realidad, bah, digámoslo claramente, y un poco a dar lástima también. Cuanto más burda sea la negación de la realidad, más vergüenza ajena produce el evento y, por ende, más diversión para el espectador. Por eso a mí una de las cosas que más me divierten en la vida es ver las premiaciones, en general. Tengo fascinación por los discursos de la gente al recibir un premio, creo que ahí sale a relucir la megalomanía más ridícula del ser humano que estuvo la vida entera esperando para ganar cualquier porquería que se asemeje a un premio (en general otorgado por sus pares o sus empleadores, lo que transforma cualquier premiación en un gran autohomenaje corporativo) y poder expresar con solemnidad y públicamente lo maravilloso que es como persona, al tiempo que agradece a todos los que tuvieron algún tipo de incidencia en la confección o mantenimiento de ese ser humano excepcional, que por algo está ahí arriba recibiendo una poronga de algún metal y hablando en un micrófono. Lo lindo es que esto se da en el Premio Nobel de Medicina o en el Premio de la Excelencia en la Fabricación de Felpudos para Puertas de Calle (dos categorías: interior y exterior), casi por igual. La gente es loca por hablar de sí misma delante de otra gente que no le interesa nada más que la potencial oportunidad de hablar de sí misma delante de otra gente que no le interesa nada más que la potencial oportunidad de hablar de sí misma y agradecerle a la madre por haberlo hecho un individuo único, y ya de paso también nombrar a la pareja que tiene la suerte de tener (la pareja es la que tiene la suerte de tener a quien habla, por supuesto), y al perro, que se murió hace una semana, y desde arriba lo estará mirando con su platito de pastillas sabor frutos del bosque, y andará con Lassie correteando a Chatrán, junto —por qué no— al perro del reclame de “El País”, aquel dálmata que le iba a buscar el diario a su dueño hasta el quiosco y sabía cruzar en los semáforos solito. El perro uruguayo más famoso de la historia, ese sí que era una estrella y cumplía con el requisito esencial: sólo se lo vio en la tele; jamás me lo encontré meando en un árbol a ese perro.