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Mi hipótesis es que los argentinos disfrutan de la ineficiencia uruguaya, en el fondo les resulta placentero. A veces, cuando en algún informativo pasan las imágenes de los autos argentinos atascados en los puentes, donde se pasan hasta cinco horas al rayo del sol más furibundo, con gente que sale y se para al costado de su vehículo para poder respirar (respirar en los dos sentidos, el literal y el metafórico, los 40 grados adentro del auto con el sol pegando en el techo dificultan la correcta oxigenación del organismo, lo que empeora desde el aspecto psicológico por la presencia de la familia a pleno en un espacio tan reducido y con el tiempo detenido, un círculo infernal de los difíciles, de los que va después del quinto o sexto círculo), y también para poder putear y hacer ademanes, que es una de las actividades predilectas del argentino. Se me dirá que la ineficiencia en los puentes es compartida; está bien, pero a los que les interesa el tráfico fluido es a nosotros y no a ellos, para sus objetivos —promocionar el turismo interno— cuanto más tortuoso sea el pasaje, mejor.
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Entre medio les arrancamos las muelas con los precios sin que se nos mueva un pelo. Ojo, no hay nada de xenofobia, el robo se ejecuta así el turista sea uruguayo, brasileño, argentino o finlandés. Como sabrá cualquier montevideano que haya ido al Este en los últimos 5 o 6 años, no se hacen diferencias; un poroto a favor del ciudadano esteño: tanto te esquilma a un extranjero como a un compatriota, sin distingos. Habría que estudiar y calcular bien si hay giles que pagan eso más de una temporada, y en caso de que así sea, cuántas resiste el gil antes de desertar, dependiendo de su nacionalidad o perfil psicológico. Yo por ejemplo, que me considero parte de esa gilada, llegué a mi tope hace dos o tres temporadas y no me sacan un peso más en la costa uruguaya. Ya está, me echó Lescano; después lo echaron a él, pero yo no vuelvo.
No hacemos más que triturar a cada argentino que viene, desde antes de pasar el puente. Encima ahora también los afanan de manera tradicional y abrupta, a la vieja usanza, con ladrones que entran a la casa y la desvalijan; otra prueba contundente de que uno de los sectores de la sociedad uruguaya que más se han perfeccionado es el de los chorros. Insisto en que son un ejemplo para todos desde su determinación a ser mejores en lo suyo cada temporada. Así, les ofrecemos los peores servicios de la región, nuestro habitual e involuntario aburrimiento, el abierto desprecio por su moneda (justificado pero desprecio al fin), y la ineficiencia en todas sus formas. Sin embargo, en mayor o menor número, no se dan por vencidos y reinciden.
Ellos de alguna manera adoran nuestra ineficiencia, no sé si consciente o inconscientemente. Al argentino si hay algo que le fascina en la vida es sobreactuar, es un ser intenso, dramático, y acá se puede expresar a sus anchas. Empezar y terminar sus vacaciones bajándose del auto, semi calcinado, a putear a una entelequia, un enemigo invisible y burocrático que lo tranca evitando el comienzo de sus vacaciones o destruyéndole las últimas horas de las mismas, es una recompensa; al igual que protestar ante su familia por lo que demoró el mozo en traer la cuenta, por el posterior monto de la cuenta, por la avería en la máquina que lee la tarjeta de crédito, el futuro recargo, y la incapacidad del personal para explicarle cómo hace para acceder al reembolso del famoso 15%.
Parafraseando al mejor argentino que ha pisado el mundo: no nos une el amor sino la ineficiencia.