Bernardine Dohrn es una activista y profesora norteamericana, defensora de los derechos de niños, jóvenes y mujeres.En su juventud fue líder de un grupo radical llamado Weather Underground, que le declaró la “guerra” al gobierno de Estados Unidos, y estuvo en la lista de los 10 más buscados del FBI.Hoy enseña en la Escuela de Leyes de la Universidad de Nort-hwestern, en Chicago, y fue directora del Centro de Justicia de Infancia y Familia de la Facultad.
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Dohrn, que aboga por la abolición de la prisión como castigo para los menores que cometen delitos, fue invitada por Unicef a participar en el seminario internacional sobre “Derechos de la infancia, seguridad ciudadana y penas no privativas de libertad”, que se realizó en Uruguay el 30 y 31 de agosto.
Por otra parte, señaló que hay “estereotipos” contra los menores infractores, pero que muchas personas violan la ley durante su juventud. “Suelo pedirles a mis alumnos que me digan algún crimen que ellos o sus conocidos hayan cometido en su juventud y por el cual no hayan sido arrestados, o una ley que hubieran violado. Y todos tienen una historia. Y todos, por supuesto, tuvieron el apoyo de una familia que pudo sacarlos del problema”, contó.
—Durante su exposición dijo que más que un problema con el crimen, Estados Unidos tiene un problema con el encarcelamiento. ¿Por qué la sociedad responde de esa manera contra los menores infractores?
—He estado pensando en eso por 30 años y no puedo explicarlo. A veces pienso que hay una profunda idea de castigo embebida en la vida americana, o que es nuestra historia de esclavitud y de abolición no resuelta, dando un trato desigual a los niños de color comparado con los niños blancos. A veces pienso que es solo un tema de los empleos: personas con empleos que no quieren retirarse. Cerrar una prisión es muy difícil, incluso habiendo excarcelado a casi todos los menores detenidos. No sé cuál es la razón profunda. A veces pienso que son adultos que no recuerdan que fueron adolescentes. En la primera clase suelo pedirles a mis alumnos que me digan algún crimen que ellos o sus conocidos hayan cometido en su juventud y por el cual no hayan sido arrestados, o una ley que hubieran violado. Y todos tienen una historia. Y todos, por supuesto, tuvieron el apoyo de una familia que pudo sacarlos del problema, que estuvo presente de inmediato, que usó sus recursos para recurrir a un programa de rehabilitación, o para reparar el daño hecho. Hay muchas formas en que la clase media soluciona el problema. Entonces no es que solo los chicos que están en el sistema penal violaron la ley; la mayoría de las personas lo hicieron cuando eran jóvenes. Incluso si fue solo robar mercadería en una tienda, es importante verlo, porque de lo contrario está esa noción de que están ellos y nosotros, de superioridad moral, de que eso nunca les pasaría a mis hijos.
—La rigurosidad del sistema penal recae sobre los jóvenes de las clases más bajas, que no tienen recursos para defenderse…
—He dado un millón de discursos diciendo que en Estados Unidos hay dos formas de justicia, basadas en la raza. Pero también está basada en la riqueza. Tengo hijos adolescentes que tienen amigos que han sido arrestados. Ninguno de ellos pasó la noche en prisión, ninguno terminó sentenciado, excepto con penas alternativas, que luego fueron borradas de sus antecedentes. ¿Y por qué? Porque sus padres contrataron a un gran abogado, los inscribieron en un centro de rehabilitación, usaron sus posiciones y recursos para mantener a sus hijos fuera. ¿Por qué no es así para todos? Con esto tenemos un ejemplo que funciona, justo enfrente de nosotros. Que no es dejarlos que se salgan con la suya, pero sí usar otros remedios. Si ves lo que la gente con medios hace cuando sus chicos se meten en problemas, y tratas de construir políticas sociales en torno a esas misma ideas...
—¿Es posible abolir el castigo de la prisión para los jóvenes que infringen la ley?
—Cambiar la forma en cómo vemos a los niños es la primera tarea importante. Y tiene que haber un debate público, con historias alternativas. Los números son importantes, pero también la narrativa sobre quiénes son los jóvenes, y de recordarle a la gente que ellos fueron niños y que son padres y hermanos de personas en conflicto con la ley. Es sobre nosotros que estamos hablando, no sobre ellos. Hay que humanizar a la adolescencia en la narración de las historias. En segundo lugar, hay cambios sencillos que podemos hacer: no podemos encerrar a los chicos por ofensas menores. Es ridículo, si es una ofensa menor, nunca el castigo debe ser la privación de libertad. Puede haber una supervisión, reportarse o ir a la escuela y el involucramiento con la familia. Lo tercero es que realmente tenemos que dirigirnos hacia la abolición. Si no, terminas dañando el sentido de por qué los niños y jóvenes deben ser tratados de forma diferente que los adultos. Su desarrollo es diferente, sus cerebros son diferentes, ellos no pueden evitar su impulsividad, muchos crímenes son en grupos. Hay muchas razones para ir hacia la abolición.
—¿No cree que hay casos en que la prisión pueda justificarse?
—La prisión debería ser la última opción, pero creo que si no estás intentando abolirla, se mantiene como una opción muy importante, porque es rápida. Está ahí. Entonces tienes que tener una estrategia para reducirla y al mismo tiempo tener en cuenta el panorama general: no necesitamos encerrar a los niños para tener una sociedad segura. Usualmente, en mis charlas, cuando digo que hay que abolir la prisión, siempre enloquezco a alguien. Entonces siempre digo: hay un asesino serial muy famoso en Illinois que se llama John Wayne Gacy, que mató a 28 chicos, y se lo condenó a la pena de muerte. Ok, solo una celda para él. Y otra para Dick Cheney (vicepresidente de Estados Unidos durante el gobierno de George Bush). Pero paramos ahí (risas). Bromeo con eso, pero el punto es que son casos excepcionales.
—¿Cómo se logra convencer de eso a una sociedad que en general pide que encierren a los delincuentes?
—Humanizar a las personas sobre las que hablamos es un trabajo interminable pero esencial. Hay personas que estuvieron presas, incluso en sentencias muy largas, que fueron liberadas y se han convertido en grandiosos voceros sobre este tema. Porque los ves y ves personas maravillosas, inteligentes, no ves los estereotipos, el miedo, el matón, el miembro de la pandilla. Y creo que los números nos han ayudado, porque los programas alternativos que mantienen a los chicos en sus comunidades, han sido muy importantes en la discusión. Porque podemos decir que esos chicos que pasan por ese tipo de intervenciones, no reinciden. Recuperan su salud, consiguen trabajo, retoman su educación. Hay números concretos que lo demuestran.
—Pero no solo la prisión fracasa, también hay programas alternativos que no dan resultados…
—La parte fácil es probar que las medidas más severas no funcionan. Pero creo que si aceptas el hecho de que eso no funciona, tienes que argumentar que las otras opciones sí funcionan. Tienes que encontrar las opciones que funcionan y dejar de hablar de las que no funcionan. Para eso tienes que ser riguroso, y decir la verdad. Debes poder decir: Ok, por décadas ha habido programas de tutoría, donde a un joven se le asigna un adulto para darle seguimiento. Suena bien, pero no hay ninguna evidencia de que funciona, ¡ninguna! Tienes que deshacerte de las alternativas que no sirven, y ser honesto. La evidencia que se muestra hoy revela que la gente está confundida respecto a qué pensar. Y no tanta gente está convencida de las soluciones más duras. Las mencionan porque las escuchan en la televisión y demás, pero no están seguros.
—¿Los indicadores son mejores en comparación con los que van a prisión?
—Probar el daño que provoca la prisión es la parte fácil. Tenemos números terribles que lo muestran, es muy obvio que la cárcel produce más crimen. Hay cientos de años de experiencia y no importa que tan agradable y limpia sea la prisión. Los daños de remover a un chico de todo lo que conoce, de su familia, de su comunidad, de sus pares… Es de locos pensar que eso va a funcionar.
—¿La alta tasa de prisionización en Estados Unidos ha tenido algún impacto en la reducción de los delitos?
—No soy una experta en eso, pero nadie realmente sabe qué es lo que mueve los índices de delitos. Hay todo tipo de teorías, incluso entre los académicos, criminólogos, fiscales. Realmente no lo sabemos. El crimen no sigue patrones obvios. En Estados Unidos tuvimos una caída de los delitos desde el 2000, es difícil explicar por qué. Los criminólogos han estudiado la situación en New York y New Jersey, que están a un lado y otro del río, pero tienen diferentes leyes. Y no puedes concluir casi nada, excepto que encarcelar a los jóvenes no reduce el crimen.
—Sin embargo, la idea de que la política de “tolerancia cero” funciona está bastante extendida....
—Claro, pero no funciona. Por eso las organizaciones civiles y las personas involucradas en la Justicia juvenil deben contrarrestar esos argumentos, abiertamente, con buena información, con buenas historias, con cartas a los medios, con columnas de opinión. Hay que contrarrestar la marea de información que demoniza a la juventud. Tenés que estar ahí afuera con una contranarrativa, enfrentarte a eso. Las personas que son de izquierda, progresistas, saben que las prisiones son dañinas y no resuelven el problema del crimen. Entonces deben pararse en contra de eso.
Información Nacional
2016-09-15T00:00:00
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