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    Hay que cambiar la formación de los cascos azules para disminuir los casos de abuso sexual en las misiones de paz

    El entrenamiento “no es cultural y contextualmente tan específico como debería ser”, opina la investigadora Susan Bartels, una de las autoras del estudio que detectó explotación sexual en Haití de militares uruguayos

    Los resultados de la investigación que llevaron adelante Sabine Lee y Susan Bartels dejaron mal parados a los cascos azules uruguayos. En diciembre, las investigadoras divulgaron los resultados de un trabajo que buscaba responder a la pregunta de cómo era para las mujeres y niñas de Haití vivir en una zona controlada por militares desplegados por las Naciones Unidas.

    Para el estudio, Lee, de la Universidad de Birmingham, y Bartels, de la Universidad de Queen, entrevistaron a 2.500 haitianos y les pidieron que contaran historias sobre cascos azules. Hubo 265 relatos sobre niños surgidos de una relación entre haitianas —mayores o menores de edad— y personal de la misión de paz. En ese contexto, soldados uruguayos fueron vinculados al 28% de los casos (75), seguido de Brasil (58), pese a que los brasileños tuvieron más militares desplegados en la zona.

    En una entrevista telefónica con Búsqueda, Bartels, que vive en Canadá, dijo que hubo reacciones diversas a la divulgación del estudio. Así, mientras Chile, cuarto en la lista, inició una investigación, Brasil sostuvo que ninguno de sus soldados había mantenido relaciones sexuales con haitianas a lo largo de los años.

    Cuando fue consultado acerca del estudio, el ministro de Defensa, José Bayardi, dijo que “cualquier situación de abuso y explotación sexual” era “absolutamente condenable”, pero pidió poner los datos en contexto: “De los 47.500 uruguayos desplegados en misiones desde la década de los noventa, apenas hubo 36 denuncias por presuntos actos de este tipo, de las cuales 24 se registraron en Haití”. Y agregó que eran “muy pocos” casos y que eran producto de la “condición humana”.

    Bartels dijo que cualquier número de abusos sexuales “es demasiado”. A partir de los resultados de la investigación, opinó que es necesario mejorar la formación de los cascos azules que viajan a misiones de paz para que puedan reconocer cuándo hay explotación sexual. Porque, si a los militares les preguntan si violar a una mujer está mal, todos dirán que sí; pero “si una niña o una mujer se acerca a un soldado, que les propone intercambiar sexo por comida o dinero, quizás no necesariamente reconozcan que es explotación sexual, pueden pensar que ‘está haciéndolo por su propia voluntad’”, ejemplificó.

    —¿Cómo fue la reacción de los gobiernos cuando divulgaron los resultados de la investigación?

    —Creo que ha sido, de algún modo, variada. Chile, por ejemplo, inició una investigación sobre abuso sexual y explotación de algunos de los soldados chilenos en Haití, y ha habido interés en los medios chilenos acerca de nuestro trabajo. Así que fue muy gratificante que el gobierno chileno tomara este asunto de manera muy seria.

    Por otro lado, la reacción en Brasil ha sido de negación. Me han dicho que el gobierno brasileño sacó una declaración en la que dice que hicieron su propia investigación sobre abuso sexual y explotación en Haití por tropas brasileñas y concluyeron que fue cero, no encontraron ni siquiera un caso. Concluyeron que ni siquiera hubo un caso en 37.000 soldados que estuvieron en Haití a lo largo de los años; ninguno tuvo relaciones sexuales con haitianas mayores o menores. Fue una declaración muy fuerte —no la vi, me la comentaron— que no hayan estado involucrados de ningún modo. Nosotros bromeábamos de que al menos podrían haber emitido una declaración un poco más creíble, que dijera que son pocos casos y que están lidiando con ellos. Pero no, dijeron que eran cero soldados en 37.000.

    La respuesta fue mixta. El ministro de Relaciones Exteriores de Haití reclamó a las Naciones Unidas que combatiera la impunidad y que hubiera una rendición de cuentas de quiénes lastimaron a las mujeres y niñas haitianas.

    —El ministro de Defensa de Uruguay dijo que el número de soldados uruguayos denunciados era bajo para la cantidad de soldados que fueron desplegados en Haití a lo largo de los años y que la explotación sexual está en la “naturaleza humana”.

    —Mi respuesta sería que me alivia que no sea una negación completa, y de que hay ahí un asunto a trabajar. Argumentaría que quizás podría haber una tendencia a que, como dicen los norteamericanos, haya unas “malas manzanas”, de que haya personas que no tiene las mejores intenciones. Si bien puedo aceptar eso en un gran número de soldados, que haya unas pocas manzanas podridas, argumentaría que cualquier cantidad de casos de abuso y explotación sexual son demasiados. Y creo que los países contribuyentes y los militares tienen la responsabilidad de manejar apropiadamente casos y denuncias de abuso y explotación sexual cuando suceden. Acepto que quizás sea inevitable que haya unos pocos casos, pero creo que las Fuerzas Armadas que desplegaron esas tropas tienen que hacerse responsables.

    —¿A qué atribuye que Uruguay haya sido el país más denunciado?

    —No lo sé. No decimos que este es el número de niños con padres soldados uruguayos. En la investigación le pedíamos a las personas que nos contaran cómo era ser mujer o niña viviendo en comunidades que reciben cascos azules. Entrevistamos hombres, mujeres, adolescentes, y nos podían contar cualquier historia que quisieran; algunas historias eran positivas, había muchas sobre la epidemia de cólera —sobre la que las Naciones Unidas aceptó su responsabilidad, aunque todavía no proveyó la reparación que prometió—. Hubo, claro, historias de abuso y explotación sexual. El reporte que publicamos mira los casos de abuso sexual y explotación en los que nació un niño y fue dejado atrás luego de que el soldado volvió a su país. Sin importar el tipo de historia que contaba el entrevistado, al final se le hacía una pregunta múltiple opción en la que se le preguntaba de qué país era el soldado de su historia. Listamos a casi todos los países que habían estado en Haití y ellos tenían que elegir. Solo podemos decir que hubo 75 que marcaron Uruguay. Así que 75 de nuestros participantes dijeron que el soldado de su historia, que involucraba el nacimiento de un niño, es de Uruguay. Brasil fue 58. Dado el número de soldados brasileños, uno esperaba que fuera al revés.

    Estoy especulando, pero me pregunto si, como Uruguay estuvo asociado al caso infame del niño haitiano abusado cuyo video estuvo en Internet, que recibió mucha atención, Uruguay venía a la mente de los entrevistados por más que podría haber sido otro país. No lo sé.

    —¿Puede ser producto de que los soldados uruguayos habían creado una cultura interna en la cual se justificaban las relaciones sexuales con haitianas?

    —Puede que tenga razón. Una de las cosas que queremos hacer es hablar con cascos azules. Hasta ahora tenemos un solo lado de la historia. También queremos preguntarles a los cascos azules cómo es estar en el extranjero e interactuar con mujeres y niñas. No sé si van a compartir historias de abuso y explotación sexual. Como hacemos la investigación, las historias que cuentan pueden ser de un tercero, así que, como imagino que muchos soldados dudarán en compartir historias personales, aunque la información que se recolecta es anónima, quizás estén dispuestos a hablar de otros soldados, o de otros países.

    —¿Cree que la divulgación de su investigación va a cambiar algo la situación de abuso?

    —Espero que sí. Era el propósito de la investigación. Lo que podemos hacer es hacer saltar las alertas, que la gente sepa lo que sucede, y hacer recomendaciones. Espero que llegue a los oídos correctos. Soy optimista, honestamente, por cómo fue recibida la investigación en países como Chile, y espero que Uruguay también. No es negación completa, y parece haber un interés en hablar del tema. Creo que ese es el primer paso.

    —¿Qué recomendaría a los países que envían soldados a las misiones de paz?

    —Tenemos la sensación de que quizás el entrenamiento de los cascos azules no es tan efectivo como debería ser. Quizás el entrenamiento no es cultural y contextualmente tan específico como debería ser. Imagino que si tienes a un grupo de soldados en un cuarto, prontos para ser desplegados en una misión de paz, y les dices “no debes violar a las mujeres y niñas locales”, todos en esa habitación van a estar de acuerdo. Pero imagina que los soldados están en la misión, en una zona rural de Haití o el Congo, donde la situación económica y educativa de las mujeres y niñas es tan limitada, donde tienen pocas opciones para alimentar a sus familias. Imagina que una niña o una mujer se acerca a un soldado, que les propone intercambiar sexo por comida o dinero, quizás los soldados no necesariamente reconozcan que es explotación sexual, pueden pensar que está haciéndolo por su propia voluntad, sin darse cuenta del poder que tiene él a su favor como un soldado extranjero con dinero, un pasaporte, trabajo. Entonces, creo que, hacer el entrenamiento más específico para que los soldados piensen las cosas que van a ver y cómo puede ser una propuesta sexual cuando están de misión, podría hacer una diferencia.

    —¿Para que puedan ver la escala de grises?

    —Sí. Para mí es un problema importante. Porque no creo que nadie vaya a estar en desacuerdo con la afirmación “no deberías violar a una mujer o niña”, o “no deberías tener sexo con menores de edad”. Creo que nadie estaría en desacuerdo con esa información, pero cuando entran los grises, las cosas cambian. Y si no has pensado en esos asuntos y no pensaste en cómo responderías personalmente, creo que las cosas pueden salir mal muy rápido.

    —¿Alguna sugerencia sobre los casos ya ocurridos?

    —En todos los casos en los que nació un niño, el soldado fue repatriado. Para mí, esa parece ser la respuesta institucional. Pero es una respuesta de negación.

    —¿Es como huir?

    —Sí. En algunos casos las mujeres nos decían que los soldados las habían acompañado durante el embarazo y las apoyaron cuando nació el bebé, pero después las Naciones Unidas se enteraron y los mandaron a sus países. Ellas hablan de las Naciones Unidas, pero imagino que las fuerzas armadas nacionales deben jugar un papel importante en esas decisiones. Para mí, es una respuesta de negación porque, una vez que el soldado está en su país, ¿qué posibilidades tiene esa mujer de conseguir manutención para su hijo? Si eres una mujer o una adolescente en el Haití rural, tienes poca educación, ¿qué chances tienes de probar la paternidad del niño y acceder a la manutención de un hombre que el Ejército repatrió? No tienes acceso a nada de eso. Y las fuerzas armadas pueden hacer cualquier cosa que quieran con ese reclamo de paternidad; pueden decir que no lo recibieron o pueden ponerlo en un armario y nunca más sacarlo, o pueden pedirle al soldado una muestra de ADN y puede decir que no. Así que esta práctica de repatriar al soldado, ni bien se descubre la paternidad, creo que va en detrimento de las mujeres afectadas y de los niños. Quizás los cascos azules deberían dar una muestra de ADN a sus Fuerzas Armadas y, si viene un reclamo de paternidad, pueden chequearlo de inmediato y después será decisión del soldado si quiere ayudar a su manutención. Es una idea que difícilmente los militares quieran.

    Aun si el soldado en particular no es identificado, creo que hay cosas que los estados pueden hacer. Estos niños que dejaron atrás están creciendo en extrema pobreza, muchos no tienen posibilidades de ir a la escuela. Entonces, la misma situación de pobreza que llevó a la madre del niño a tener una relación sexual transaccional con el soldado es la que no le permite mandarlo a escuela. El ciclo de pobreza intrageneracional continúa. Los estados podrían cambiar sus leyes migratorias y permitir que un niño haitiano que tiene un padre uruguayo, por ejemplo, migre a Uruguay y le abra oportunidades educativas. Hay varias salidas posibles.

    Información Nacional
    2020-02-27T00:00:00