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El segundo premio Oscar que Anthony Hopkins recibió como actor no contó con una entrega memorable. La 93a edición de los galardones de la Academia sucedió a fines de abril y Hopkins no estuvo presente. Una pandemia, una ceremonia con pocos invitados y una dirección innovadora aunque fallida a cargo del cineasta Steven Soderbergh concluyeron en un cierre insulso. A Joaquin Phoenix, el último ganador de la estatuilla a Mejor actor hasta ese entonces, le tocó presentar el premio. Hizo un pequeño discurso sobre el oficio de la actuación y presentó a los nominados. Los dos favoritos de la categoría eran los ausentes: Hopkins, quien se encontraba durmiendo en su hogar en Gales, y Chadwick Boseman, quien falleció en agosto de 2020 debido a un cáncer de colon. La estatuilla fue para sir Anthony por su papel protagónico en El padre, estrenada hoy en las salas de cine.
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El actor agradeció al día siguiente mediante un video grabado desde la campiña galesa y publicado en sus redes sociales. “Buen día. A los 83 años no esperaba recibir este premio. Realmente no lo esperaba”, dice Hopkins, retratado de forma casera en un plano medio que lo enmarca como el centro de un cielo claro y un campo verde extraordinarios. “Estoy muy agradecido con la Academia, gracias, y quiero rendirle tributo a Chadwick Boseman, quien fue quitado de nosotros tempranamente. Realmente no esperaba esto, así que me siento muy privilegiado”, concluye el actor. Un discurso sobrio, conciso y emotivo al que Hopkins carga de pequeñas gesticulaciones casi imperceptibles. Mira al horizonte antes de hablar de su colega para luego nombrarlo con su mirada fijada hacia la cámara. El golpe de gracia del discurso está a los 30 segundos del video, cuando aparece su pequeño atisbo de risa característico que oscila entre la gracia y el cuestionamiento: “¡Ha!”. Para finalizar, una sonrisa de oreja a oreja.
Aunque la posible victoria de Boseman parecía contar con una mayor aceptación dentro del Hollywood actual debido a su muerte temprana (tenía 43 años) y su papel al frente de uno de los últimos tanques cinematográficos en Estados Unidos (Pantera Negra, 2018), la victoria de Hopkins también es motivo de celebración.
La imagen prestigiosa del actor de teatro y la del caballero británico al que solo le bastaron 17 minutos en escena en El silencio de los inocentes (1991) para obtener su primer premio Oscar se contrapone con lo que Hopkins hace hoy de su imagen personal en Internet. Seguir a @anthonyhopkins en plataformas como Instagram significa verlo rebosante de alegría, pintando, cocinando, leyendo poesía y tocando el piano ante la atenta mirada de su gato Niblo. También, cada tanto, Hopkins publica videos delirantes frente a cámara, riéndose de sí mismo y buscando provocar la risa entre sus espectadores. “Millones y millones de personas no pueden salir de su entorno. Por eso trato de enviar mensajes alegres”, dijo a la revista TheNew Yorker en febrero al explicar sus andanzas digitales. “Por más jodidos que estemos como seres humanos, podemos encontrar una salida a esto. Vivo con optimismo”.
La nueva presencia de Sir Anthony Hopkins, más vivo y optimista que nunca, también hace que El padre se convierta en una experiencia aún más devastadora de lo que la película ya resulta.
En esta adaptación que el director francés Florian Zeller hizo de su propia obra de teatro, Hopkins interpreta a Anthony, un octogenario viudo que vive solo en un lujoso apartamento en Londres y se niega a aceptar a los cuidadores que su hija, Anne (Olivia Coleman), pretende contratar para que se encarguen de él. La ayuda, si bien orientada al padre, rápidamente es develada como un mecanismo de soporte para la hija una vez que se comprende que el entendimiento de Anthony sobre su realidad se está desmoronando.
La película está fundada en la idea de lo subjetivo. Comienza siguiendo el trayecto de Anne a lo de su padre en una secuencia sin diálogo. Esos exteriores son de los pocos presentes en esta historia antes de convertirse en una recolección de ambientes domésticos que ofrecen, a manera de laberinto, una experiencia en primera persona sobre la demencia.
Empieza, entonces, con una claridad visual que incluye tomas amplias y un sentido del espacio, centrándose en Anne y no tanto en Anthony, para luego revertirlo. A medida que la condición de Anthony comienza a hacerse notoria en la narración, desde sus confusiones mundanas hasta alteraciones del espacio imperceptibles a primera vista, la memoria del pasado de la propia película comienza a trastabillar. Cada vez que se vuelve a un lugar o un momento, algo ha cambiado.
La escala y naturaleza de la película se vinculan irremediablemente con lo teatral, pero uno de los principales hallazgos de Zeller es cómo plantea trucos más que ingeniosos desde el montaje, los escenarios, los sonidos y un relato no lineal para oscurecer la realidad de su protagonista y, por lo tanto, del espectador. No hay una realidad absoluta en El padre, más que la del presente. La condición de Anthony no puede vivirse como una experiencia de un tiempo que avanza, sino como una recolección de estados alterados, tiempos que se asemejan o diferencian de otros sin anunciarse del todo.
Hopkins es quien, con su arsenal de gestos, posturas y, especialmente aquí, miradas, habita el horror de perderlo todo: el sentido de uno mismo, la realidad que lo rodea y a quienes uno ama. Hay escenas que el actor ejecuta como si habitara en una película de terror sobre una invasión hogareña. En otras, da rienda suelta hacia una confusión que le avergüenza pero que no quiere hacer notoria, porque es más fácil mentir que mostrar miedo.
La subjetividad de Anthony (el personaje) está sujeta ante misterios infinitos que el espectador debe compartir. No es posible saber si Anne se va a París o se viene de allí. Si está viviendo junto con su padre o si ya se mudó. El apartamento de tonos amarillos luego irá dando lugar a los azules. Una pintura sobre la estufa desaparece y deja una huella, en uno de los simbolismos más claros para ilustrar la memoria del protagonista. Sobre el final hay una escena demoledora, y probablemente la encargada de convencer a la Academia, que exuda dolor pero que a fin de cuentas habla sobre la compasión como el último de los sentimientos a los que aferrarse cuando ya no queda nada.
El padre es, a fin de cuentas, un trago amargo. Vale la pena probarlo para ver una actuación simplemente fenomenal al servicio de un narrador prometedor como Zeller, que ya se encuentra encaminado en futuros proyectos de cine. Hopkins, por su parte, continúa con su vida, barajando roles dramáticos, apariciones en franquicias y en su uso más que envidiable del tiempo libre.
A la hora de analizar este último y emocional trabajo, Hopkins ha mencionado como, a medida que los años pasan, cada vez le resulta más fácil actuar. “Con el paso de los años he incorporado en mi conjunto de habilidades un medio rápido para hacerlo”, analizó en una entrevista. “Hay que hacer el trabajo algo simple, relajado, y conocer el texto. Una vez que se aprende el texto, es como subirse a un automóvil después de años de experiencia. Es automático”. La humildad de los grandes, de Gales para el resto del mundo.