• Cotizaciones
    domingo 08 de septiembre de 2024

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    Hugo Fattoruso celebra sus 80 años con un doble concierto en el Teatro Solís, junto con sus cuatro hijos, sus tres nietos, más de 25 músicos invitados y la reunión de varias de sus formaciones

    “Siempre he sido un estudiante del cordón de la vereda”

    El 29 de junio Hugo Fattoruso cumple 80 años y lo celebrará con dos conciertos en el Teatro Solís, el martes 20 y miércoles 21. Acompañado por decenas de músicos —su descendencia completa incluida—, reunirá varias formaciones en las que ha participado en estas últimas décadas. Al comienzo de la primera noche habrá ocho músicos de apellido Fattoruso en escena. Dirán presente sus cuatro hijos, todos radicados en el extranjero. Francisco vendrá desde Los Ángeles, donde desarrolla su carrera como sesionista y solista. Alex, el Ciruela, también, bajista y compositor, llegará desde Ámsterdam, donde trabaja en una empresa de comunicaciones satelitales, con 40 personas a su cargo. “Toca muy poco, es una persona hiperresponsable, es la camisa planchada de los Fattoruso”, dice su padre. También estará Cristian, radicado en Seattle, quien para su padre es un “muy buen guitarrista y bajista, tiene mucha facilidad, compone bárbaro, se gana la vida tocando de todo, jazz, pop y rock”. Y desde Río de Janeiro volará Luanda, su hija carioca que tuvo con la cantante brasileña Maria de Fátima y que se dedica a la producción audiovisual. Además subirán a cantar y tocar sus tres nietos, Nicolás, Santiago y Donatello.

    Entre las grandes figuras de la música uruguaya que estarán presentes brillan con luz Ringo Thielman, el histórico bajista de Opa, quien también llegará desde Estados Unidos, donde reside desde hace más de medio siglo, y Daniel Gordo Maza, otro bajista uruguayo de fuste, establecido desde hace décadas en Buenos Aires. Desfilarán por el escenario los percusionistas Tomohiro Yahiro y Albana Barrocas, con quienes forma Dos Orientales y HA Dúo. Se reunirán los grupos candomberos Rey Tambor (junto con Ferna y Noé Núñez y Diego Paredes) y Quinteto Barrio Sur (con Wellington y Mathías Silva, Guillermo Díaz Silva y Barrocas). También tendrán su momento Laura Canoura, Lobo Núñez, Nico Ibarburu, Leo Maslíah, María Bentancur, Pitufo Lombardo, Mateo Ottonello, Rolo Fernández, Fabián Miodownik, Enrique Pelo de Boni y el Coro de Niños del Sodre, dirigido por Víctor Mederos. Con producción de Montevideo Music Group, quedan pocas entradas en venta en Tickantel, pero quedan.

    Desde que regresó a Uruguay en 1990, tras 22 años de periplo constante entre Estados Unidos, Brasil y Europa, Fattoruso no para nunca. Vive grabando, publicando (entre uno y dos discos por año de promedio), girando, ensayando y estudiando. Su último trabajo, publicado en 2022, es un disco de rarezas llamado Maquetas y borradores (con temas hechos con secuenciadores digitales).

    Una mañana soleada de mayo, Fattoruso recibió a Búsqueda en su casa de la calle Justicia, en la que vivió siempre. La charla tuvo lugar en el pasillo, bajo la claraboya, junto a la habitación donde hace 70 años los hermanos Hugo y Osvaldo tocaban sus primeras notas y que hoy funciona como estudio y sala de ensayo.

    —El 29 de junio cumplirás 80 años. ¿Cómo lo vivís?

    —Para mí es miércoles, como siempre fue. En mi profesión no hay Navidad, no hay Año Nuevo ni nada. Trabajo cuando tengo trabajo y tengo vacaciones cuando no tengo trabajo. Esta reunión es fruto del número redondo. Es lo que nos llevó a organizar esto con Albana (Barrocas). Está claro, en el 79 no lo hubiera hecho. Estamos acá por los 80.

    —Comenzaste tu carrera escuchando y tocando estilos muy emparentados al jazz, tocando piano, guitarra, bajo, pero siempre incorporaste a tu música todo lo que la tecnología te permitió, como Charly García y tantos otros. Siempre fuiste pianista pero también siempre te llevaste bien con los sintetizadores...

    —Mirá, los sonidos están ahí y los tomo. Pero yo no sé grabarme en la computadora. A esa parte no le doy bola. El primer sintetizador que usé fue un Moog en Estados Unidos. Y flasheé. Lo que un tecladista puede hacer con un piano no lo puede hacer con el sintetizador. Y viceversa. Entonces, para mí son dos pinceles diferentes. Pinto algunas figuras con uno y otras con el otro. Algunos temas piden piano y otros sinte.

    —Empezaste a tocar el piano en esta misma sala cuando eras niño. ¿Sos totalmente autodidacta?

    —Soy prácticamente autodidacta. Lo que aprendí del jazz y el candombe lo puedo llevar al piano, pero lo que aprendí escuchando música clásica no lo puedo aplicar. Mi música no está en esa línea, es más simple. Aprendí escuchando temas que me gustaban y llevándolos al piano. Si un pianista aprende el Que los cumplas feliz y se queda ahí lo único que va a saber tocar es Que los cumplas feliz. Pero si aprendés un día un tema y al otro día otro te va guiando, vas conociendo cómo se mueve una armonía de aquí para allá. Siempre he sido un estudiante del cordón de la vereda. Mismo, simple.

    —Has definido al piano como “el gran maestro”…

    —Y... es un instrumento interesante (ríe), desde el cual podés salir a cualquier otro. Está casi todo ahí. Le da al músico una noción muy abarcadora del sonido. Los graves, los agudos, la mano izquierda para el soporte armónico, es percusión, armonía y melodía. Es un instrumentazo. También me gusta mucho el acordeón, pero en mi nivel; lo que puedo tocar en el piano no lo puedo tocar en el acordeón. Entonces con el acordeón hago mis piecitas en un estilo simple, que es lo que puedo encarar. Le dediqué dos discos al acordeón (Acorde on y Recorriendo Uruguay).

    —Luego de esa primera etapa de aprendizaje vienen los años de Los Shakers. ¿Cómo los recordás?

    —Mirá, nosotros como músicos empezamos a proponer a partir de Opa. Antes lo que hicimos fue un intento de copia de algo no local, anglosajón, nada que ver. Queríamos copiar la ropita, el pelito, las botitas. Fue algo imposible. Es inexplicable cómo funcionó ese grupo. Así que hasta los 26 años yo no propuse nada.

    —Sin embargo, pilares del rock argentino como Spinetta y Charly siempre los mencionan como una semilla fundamental para lo que hicieron después...

    —Et voilá, como dicen los franceses. Agradezco el cariño pero no sé qué decirte. Son canciones de dos minutos. Cancioncitas. Pa pa-papa-papa-pa.

    —¿Pero no aparece en seguida una fusión latina de jazz, candombe y música brasileña?

    —Algo se cuela pero muy poco. Lo intentamos, sí. Pero recién en Opa aparece nuestra música y es lo que llama la atención fuera de Uruguay. Allá por el 75, 76. Ahí sí que tocábamos lo que se nos ocurría, con toda libertad. Porque también para sobrevivir en Estados Unidos, en los restaurantes italianos de Nueva York tocábamos la música de la radio. No podíamos vivir de Opa. Nunca sucedió que el sello intentara colocarnos como teloneros de alguien o meternos en un circuito universitario o algo así, a ver si pasaba algo con la propuesta musical del grupo. Sobrevivíamos como podíamos, tocando lo que estaba de moda. Primero anclados en Nueva York y después en Florida. Y después nos desparramamos cuando cambiaron las costumbres de los clientes y los clubes y nos quedamos sin trabajo.

    —Pero se las ingeniaron para grabar esos discos que perduraron y que llegaron a oídos de músicos de todo el mundo, que después te convocarían a tocar con ellos, como Djavan, Airto, Milton y Chico Buarque. ¿En esos discos ponían lo mejor que tenían?

    —Sí, no sé qué decirte... Cuando nos invitaron a grabar teníamos tres temas. African Bird y alguno más. Y allí inventamos el resto. Compusimos en el estudio, prácticamente. Madrugadas de música.

    —¿Es cierto que el dueño de un bar un día les dijo que tenía miedo de que lo mataran?

    —Sí, era el dueño de un restaurante italiano en Brooklyn y estaba conectado con gente de comportamiento extraño (ríe). Y cuando volví a Estados Unidos después de Brasil pregunté: ¿Y fulano? Ah, lo mataron. ¿Y sultano? Fah, ese también marchó de una. Ah, mirá vos. Algo pasaba ahí. Nosotros tocábamos, cobrábamos y vivíamos. Era nuestro ganapán. Y en la hora temprana, cuando no había tanta clientela, tocábamos lo que nos gustaba. Y ahí fue donde empezaron a venir músicos locales a vernos porque encontraban novedoso o quizá exótico lo que tocábamos. Los domingos a última hora, por ejemplo. Así se armaba un buen ambiente. No eran músicos pesados, eran de la vuelta. Uno que apareció cuando tocábamos en Florida, que era realmente un pesado, fue Jaco Pastorius. Muy simpático, como si nos conociéramos de toda la vida. Se sentó a tocar el piano, muy suelto, efervescente.

    —Después, en los 80, viene Brasil, donde fuiste convocado por grandes de la canción. ¿Quién te contactó?

    —Fue Geraldo Azevedo, un gran cantautor, que vino a tocar a Uruguay justo cuando nos habíamos reunido con Opa en el 81 en el Plaza. Yo no lo conocía. Con Geraldo vino Novelli, a quien sí conocía de haber grabado juntos en un disco de Milton. Y vinieron también Toninho Horta, Belchior y Joyce Moreno. Después del concierto Ringo volvió a Estados Unidos, Osvaldo se fue a Buenos Aires a tocar con Rada y yo quedé aquí, varado, sin trabajo. Geraldo me dijo: “Venite a Brasil conmigo que tenés trabajo”. Y así fue. Me fui a Río y fue un gran cambio en mi vida. El primer año fue duro, viví de prestado en casas de amigos, con Francisco recién nacido. Al principio en un apartamento vacío que tenía Milton. No fue fácil, me daba mucha vergüenza. Y de a poquito empecé a trabajar.

    —Pero con Djavan y Chico recorriste Brasil y Europa...

    —Sí, viajé mucho con Djavan y Chico. Con Buarque hicimos 88 recitales entre Brasil y Europa. Fue muy bueno para mí porque me daban piedra libre para proponer, y mucho cariño. Y disfruté de la calidad de vida que me daba Brasil con respecto a Estados Unidos. Un calor humano mucho más familiar. Mucha alegría y mucha música, todo el tiempo. Es curioso, en los ocho años que viví en Brasil nunca toqué con Milton. Llegamos a estar enemistados por un malentendido. Pero después que me fui de Brasil me empezó a llamar para hacer giras. Lo otro que me quedó para siempre de Brasil es que en una gira con Djavan por Japón conocí a Yahiro Tomohiro, que es una marca en mi vida. Con el dúo Dos Orientales hemos hecho 14 giras por Japón en las últimas dos décadas.

    —¿Es cierta esa leyenda que dice que un día, a mediados de los 80, tocaste con Djavan en París y de noche con Chico en Montreux (Suiza)?

    —De la producción de Buarque me dijeron: tocamos en Montreux tal fecha. Y les dije que ese día estaba con Djavan en París, pero que si el principal auspiciante de Montreux, que era Marlboro, me mandaba un jet, tocaba sin problemas (ríe). Y así fue. La producción de Buarque me quería ahí, son así de cariñosos. “¡Hugo, tenés que estar ahí!”. Y se movieron para conseguirlo. Era la noche brasileña, con Djavan, Bethânia y Gal Costa. Y para hacerlo posible él aceptó tocar primero. “Nao tem problema”, me dijo (ríe). Toqué a las 5 de la tarde, a las 6 y en poco estaba en una limusina rumbo al aeropuerto. El tipo entró por un portón especial y fuimos derecho a la pista. ¡Paró al lado del avión, que era un jet para 12 pasajeros! (su tono se exalta conforme avanza el relato) ¡Los motores estaban en marcha y el copiloto parado al lado de la escalera esperándome! Pregunté si íbamos a hacer migraciones y el suizo me dijo: “No te preocupes, al llegar les explicás que sos artista, vas a tocar y estás apurado. Ajustate el cinturón que ahora vas a conocer la puntualidad suiza”. No lo podía creer. Viajamos los dos pilotos, el suizo y yo. Una hora de vuelo, aterrizamos en Ginebra y al lado del avión me esperaba otra limusina en la pista, que la manejaba una mujer que me pidió el pasaporte y pasó a toda velocidad por una casilla donde lo sellaron. Agarró una autopista y fuimos hasta Montreux a 140. Llegamos al backstage y ahí estaba Chico Buarque por subir al escenario. “¡Hugo querido, qué bueno que llegaste, dale que ya tocamos!”. Son increíbles. La única vez que me pasó algo así.

    —En 1990 volviste a Uruguay, comenzó una vorágine de producción que llega hasta 2023. De tocar, de grabar, colaborar con varios músicos desde Jaime, Rada o Canoura al músico de sótano.

    —Yo siempre tuve claro que iba a volver. Yo soy de acá. El tema es que me encanta que me inviten a tocar y me cuesta decir que no. Tocar con quien sea es lo que me permite mantenerme vivo y vigente. Lo que sea, lo que venga. Quien me invita es muy cortés, y yo devuelvo la cortesía. Se trata de compartir música y de adaptarme al lenguaje musical de quien me invita. Trato de mimetizarme con lo que está pasando. Con Laura, que canta canciones, no voy a tocar del mismo modo que con el Trío Fattoruso, que hace fusión y tocamos solos bien largos. Si estoy con un cantante lo acompaño, pero no me impongo. Si es un grupo de rock trato de conversar musicalmente con ese lenguaje. Me invita Larbanois & Carrero. ¡Fantástico, me encanta el folclore! Toqué mucho con ellos.

    —Fuiste una pieza clave de la banda de Jaime durante mucho tiempo y tras el desencuentro, por el que no estuviste en su regreso, Jaime contó que se tomaron un café. ¿Cómo viviste ese tiempo?

    —Tocar con Jaime es aprender todo el tiempo. Le debo mucho. Y le he aportado lo que pude. Nos vimos y conversamos. Ojalá volvamos a tocar juntos. Es un crack. Lo admiro mucho. Soy fan de su lapicera, de la terminación de su trabajo en el estudio. Lo que pasó con Jaime últimamente fue una confusión de su producción por mi comentario de que yo no me iba a vacunar (contra el Covid), pero sí me vacuné, y con las dos dosis. Pero preferí no revolver, no me gusta molestar, andar revolviendo si yo dije esto o vos dijiste aquello. Hablamos de todo un poco pero no quedamos en nada concreto.

    —Conocés el interior de Japón casi tanto como el de Uruguay. ¿Qué sentís al tocar con Tomohiro?

    —Viajé más de 20 veces a Japón, hicimos 14 giras. Yahiro ama Uruguay. Tiene muchos amigos y gente con la que se comunica musicalmente. Él va a la casa del Lobo Núñez y a lo de los Silva, toca con ellos y aprende todo el tiempo. Este año recorrimos Uruguay juntos por primera vez. Tocamos en 17 lugares. Lo organizó todo Albana y fue una maravilla. Yahiro es un gran investigador de la percusión de todo el mundo. Fue tres veces a África, recorrió Europa y Brasil también. Tiene mucha data afro y se mimetiza perfecto con la música uruguaya, con el candombe. Y pasa que a los japoneses les encanta el candombe. Les quedan los ojitos redondos.

    —Formaste muchos grupos, con Rey Tambor también viajaste a Japón, y uno de los últimos que armaste es HA Dúo, con Albana en la percusión, con quien también compartís la vida hace un buen tiempo...

    —Albana es una guerrera. No la bajás con nada. Siempre está estudiando, investigando, y tiene mucha energía para mover todo, para producir. Y siempre está haciendo cuatro cosas a la vez. Y de taquito. No sé cómo hace. Es una gladiadora.

    —Ahora celebrás los 80. ¿Y después qué?

    —81.