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    Inaudita fidelidad

    Bette Davis, ¿estás ahí?, de Domingo Milesi, en la Zavala Muniz

    Azucena (Martha Vidal) y Graciela (María Elena Pérez) son dos jubiladas solitarias que se acompañan, se consuelan y se rezongan.

    Extrañan a sus seres queridos y reclaman desesperadamente algún resquicio de afecto y de sentido para sus vidas decadentes. Algo de eso es lo que encuentran en el viejo y desvencijado cine de barrio que visitan a diario. Allí ven los clásicos de la época de oro del celuloide. Allí es donde ven las películas de Bette Davis. Y allí es donde conocen a Aníbal (Carlos Sorriba), un cinéfilo que, como ellas, asiste acompañado por su soledad, a unas pocas butacas de distancia. Cuando se conocen, comienza este risueño triángulo otoñal en el que se borronea la frontera entre la realidad y la ficción, en el que los personajes de esa sala que cruje a cada paso se entrelazan con los que habitan la pantalla. En este cóctel servido con maestría por Domingo Milesi (autor y director de la obra) solo falta un inesperado ingrediente sobrenatural. Cuando aparece el componente esotérico, explota la comedia, desbordante de teatralidad, y el público disfruta un excelente espectáculo teatral, que se nutre sabiamente del suspenso, el drama puro y duro, y esa mezcla artesanal llamada melodrama, tan linda de ver cuando está bien hecha.

    Estrenada a fines de 2021, Bette Davis, ¿estás ahí? estuvo entre lo mejor de la última temporada y ahora vuelve a la Zavala Muniz en siete funciones, desde hoy jueves 24 al jueves 3 de marzo (entradas en Tickantel a $ 600). A las notables virtudes interpretativas que exhibe el trío actoral, a la delicia de esa teatralidad alejada del presente que propone en sus trabajos Milesi —uno de los creadores más interesantes que han aparecido en la escena teatral en los últimos tiempos—, y a la notable ambientación escenográfica que nos transporta a uno de esos legendarios biógrafos ya extinguidos completamente del paisaje urbano, esta propuesta suma un atractivo de índole tecnológica que potencia aún más la calidad de lo que vemos… y oímos.

    Precisamente, el rubro sonoro resulta un espectáculo en sí mismo, puesto que el diseño de sonido de la obra fue concebido con tecnología binaural, un sistema de microfonía de avanzada que permite al público, que escucha la obra a través de auriculares envolventes, percibir el sonido de la escena con una inaudita fidelidad y una gran espacialidad. Un micrófono situado en el medio del escenario capta todos los sonidos y permite emular la recepción auditiva como si estuviéramos allí, entre los actores. Es así que lo que escuchamos tiene un carácter tridimensional: proviene de todas las direcciones (derecha, izquierda, adelante, atrás, arriba, abajo, y todas sus combinaciones posibles), lo que vuelve a este formato sonoro ideal en términos de inclusión para público no vidente. La producción de la obra pudo acceder a este recurso mediante un proyecto seleccionado por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, en la modalidad Innovación Inclusiva.

    A su vez, esta sonorización potencia la expresividad de los intérpretes, que pueden ampliar su paleta vocal hasta el mínimo. Cualquier susurro es perceptible y la recepción se multiplica exponencialmente. El diseño de sonido de Gustavo Fernández aprovecha al máximo las posibilidades de esta nueva herramienta, en combinación con una magnífica y omnipresente banda sonora orquestal, a tono con el melodrama y el suspenso imperantes.

    Por todo esto, el atractivo estético de Bette Davis… es superlativo, la puesta fluye como un perfecto entramado narrativo y plástico, para redondear una experiencia teatral que merece perdurar en la cartelera montevideana.