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    Investigadores uruguayos publican una obra de teatro inédita de Roberto Arlt

    El manuscrito original había sido vendido por la hija de Arlt al Instituto Iberoamericano de Berlín

    La figura de Roberto Arlt no deja de sorprender. Aún asombra su literatura audaz sobre los rincones marginales de la ciudad, sobre los buscavidas y los olvidados. Una literatura llena de sonidos y voces callejeras, muy alejada de lo que se publicaba en los años 30, en su momento incomprendida, cuando no rechazada, hasta que fue reivindicada por otros escritores y críticos, como lo hizo Ricardo Piglia, quien consideró a Arlt como pionero de la novela moderna argentina.

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    Mucho antes de subir al podio de los grandes escritores de su país, Arlt fue un sobreviviente en las calles de Buenos Aires, un autodidacta que dejó muy temprano la educación formal y vivió siempre en una situación económica precaria y en un vértigo constante de trabajo en trabajo, algunos ruines. Había nacido en abril de 1900 en Buenos Aires en una familia de inmigrantes empobrecida (padre prusiano y madre austrohúngara) y murió tempranamente a los 42 años en la misma ciudad.

    El nombre de Arlt regresa ahora con una nueva sorpresa y relacionado con otro nombre de sonoridad tan extraña como su propio apellido. Ursaverio se titula una obra de teatro de 1934 que había permanecido inédita y conservada en el Instituto Iberoamericano de Berlín, junto con otros manuscritos y documentos, que Mirta Arlt, hija del escritor, vendió a la institución en 2002. En 2014, los investigadores uruguayos Ignacio Gutiérrez y Oscar Brando se pusieron en contacto con el instituto (que había puesto en línea los documentos) para conseguir la pieza inédita, que finalmente obtuvieron completa y fotocopiada del original. Como resultado de ese periplo, se acaba de publicar esta obra en la editorial HUM, con edición, prólogo y notas de Gutiérrez y Brando. Además de la minuciosa investigación y del análisis de los editores, la publicación va acompañada de ilustraciones del músico, escritor y dibujante Pedro Dalton. En conjunto, el ejemplar es una pequeña obra de arte y un tesoro para la literatura y sus estudiosos.

    Pero para llegar a esta obra, conviene repasar la trayectoria de Arlt. Sus peripecias vitales y su talento lo acercaron en los años 20 al periodismo, que lo ayudó a mantenerse día a día. En el diario El Mundo publicó sus famosas Aguafuertes porteñas, crónicas que registraban la ciudad cambiante, violenta y desigual. En una de ellas, Yo no tengo la culpa, enumera las burlas que provocaba su apellido impronunciable, que le hacían dudar de su propia identidad, como si fuera una firma prestada por otro.

    En su primera novela, El juguete rabioso (1926), dejó rastros de su biografía y de su estilo. Se inicia con las palabras de Silvio Astier, su narrador y protagonista: “Cuando tenía catorce años, me inició en los deleites y afanes de la literatura bandoleresca un viejo zapatero andaluz que tenía su comercio remendón junto a una ferretería de fachada verde y blanca”. Tanto su literatura como sus notas periodísticas se nutrieron de la oralidad, del decir porteño más popular, y también de los folletines que leyó desde niño. Por este motivo, críticos y colegas catalogaron de “mal gusto” su prosa y directamente le pusieron la etiqueta de “mal escritor”. Él les contestaba, como lo hizo en el prólogo de su novela Los lanzallamas (1931): “Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia”.

    Los siete locos (1931) y El amor brujo (1932) completan el total de sus novelas. También escribió cuentos publicados en El jorobadito (1933) y El criador de gorilas (1941), y obras de teatro elaboradas a partir de su vinculación con el Teatro del Pueblo. La más conocida y representada en Uruguay es La isla desierta (1937), pero también escribió, entre otras, Trescientos millones (1932), Saverio el cruel (1936) y El fabricante de fantasmas (1936). En estas obras, Arlt despliega sus temas recurrentes, entre ellos, la locura y el cruce entre la creación artística y la realidad. Y esto lleva a la nueva sorpresa. A Ursaverio.

    Archívese y recupérese

    Además de inédita, la obra de Arlt carecía de título. Los editores cuentan en el libro que fueron los bibliotecarios del Instituto Iberoamericano de Berlín que comenzaron a llamarla Ursaverio por la posibilidad de ser antecesora de la obra Saverio el cruel. Y ese título decidieron mantenerle Gutiérrez y Brando, aunque dan sus argumentos para no considerarla como precedente de aquella obra. “El inédito de 1934 podría catalogarse como su obra más ilegible: tanto lo fue que quedó archivada durante treinta años”, señalan los investigadores en la introducción.

    También analizan el interés de Arlt por los temas relacionados con la locura, que, entre otras situaciones, podría haberse originado en su conocimiento personal con el psicoanalista Ernesto Pichon-Rivière cuando era un estudiante de Medicina y en el trabajo que realizó con Gonzalo Bosch en el Hospicio de las Mercedes, donde se realizó el primer electroshock con presencia de la prensa a comienzos de los años 40. El propio Pichon-Rivière explicó en una entrevista que en aquellos años la escasez de enfermeros los había obligado a utilizar internos para esa función.

    Justamente en ese contexto hospitalario se ubica Ursaverio. Antes de que se levante el telón, el director del Instituto de Enfermos Mentales llama a la prensa para que presencie un experimento psiquiátrico que consiste en la representación por los pacientes de una obra de arte. “Los actores que integran el elenco han sido seleccionados entre los más conspicuos enfermos mentales que alberga el instituto. La escenografía es creación de un demente a quien lamentamos tener hoy con chaleco de fuerza. El electricista es un maniático temible, como que ha intentado degollar tres veces a su abuela”, cuenta el director.

    Con tal elenco, al levantarse el telón se desarrolla una obra con un demente que se cree rey de la Antigua Grecia (Hutten) y su esclavo (Catón). El médico y su asistente alimentan la locura de Hutten como si realmente fuera un rey, y su esposa y sobrina miran todo con pavor. En esta especie de obra dentro de la obra aparece de pronto Saverio para ser “cuidador, amigo y quizás salvador de Hutten”, pero todo terminará con una cabeza cortada, en forma literal y representada. Porque en esta obra los planos entre la realidad y la ficción se mezclan, la famosa “cuarta pared” del teatro no solo se rompe, sino que se traspasa, entonces es difícil distinguir la vida de la creación. Así, periodistas, tramoyistas, apuntadores y personajes se entrecruzan, salen y entran de la ficción hasta que llega un “Por fin”, en lugar del tradicional “Fin”.

    Ursaverio es un gran y bienvenido hallazgo

    No es una obra fácil de leer, mucho menos de representar, pero allí se encuentran además de sus preocupaciones de siempre (por ejemplo, la situación de los desocupados), su humor tragicómico, sus dislates surrealistas con rastros del grotesco y, además, su escritura de la urgencia que aparece en la conjugación de los verbos (“escuchastes”) y en sus erratas. En una de sus aguafuertes escribió sobre su afán de construir un idioma “sonoro, flexible, flamante, comprensible para todos, vivo, nervioso, coloreado por matices extraños y que sustituirá a un rígido idioma que no corresponde a nuestra psicología”. Y claro que lo logró.