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Tras la colorida y musical remake de Aladdin, el realizador británico Guy Ritchie regresa a las fuentes, al material que mejor maneja. Es decir: los personajes pintorescos, siniestros y seductores, los matones impecablemente vestidos que disparan en tiempo y forma líneas de diálogo filosas e ingeniosas, los estallidos de violencia, las persecuciones a toda máquina, los pasos de comedia, el ritmo frenético y urgente de algunas escenas, los sobreimpresos chistosos, las historias cruzadas, el juego del engaño dentro de un engaño dentro de otro engaño, y así. Con un gran elenco, además. Guy Ritchie puro, sin diluir. Más o menos todo lo que define su estilo y que alcanzó su pico de creatividad y gracia en Juegos, trampas y dos armas humeantes (1998) y Cerdos y diamantes (2000), sus mejores obras.
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Ritchie utilizó y adaptó algunos de sus trucos, personajes y escenarios recurrentes (los giros inesperados, los criminales, las persecuciones callejeras) para revitalizar a Sherlock Holmes, adaptar una serie televisiva de espionaje (El agente de C.I.P.O.L.) y meterse en las leyendas medievales (Rey Arturo). En Los caballeros se sumerge directamente en el mundo del hampa para contar la historia de Mickey Pearson (Matthew McConaughey), un estadounidense astuto que construyó un imperio a partir del cultivo y tráfico ilegal de marihuana en Londres. Pearson quiere retirarse a tiempo, decide poner en venta su negocio, lo que deriva en negociaciones, enredos, chantajes, peleas que involucran a Ray (Charlie Hunnam), su eficiente mano derecha, otros gángsters (Tom Wu), ambiciosos aspirantes a sucesores (Henry Golding), el editor de un periódico sensacionalista (Eddie Marsan), un samaritano entrenador de boxeo (Colin Farrell) y sus alumnos youtubers, un investigador privado con aspiraciones cinematográficas (Hugh Grant) y que se encarga prácticamente de ir narrando casi todo lo que sucede (porque lo que sucede es un poco entreverado). Y adictos a la heroína, gente rica e hijos de gente rica. Y apodos curiosos como Primetime o Dry Eye y nombres chistosos como Phuc. Y todo así.
Funciona. McConaughey hace bien su trabajo con un papel que no le ofrece demasiado; lo mismo Hunnam, que interpreta a su fiel asistente. Grant ofrece un espectáculo unipersonal. Y todos vienen de la misma fábrica de la que salieron algunos de los personajes más jugosos de aquellas buenas películas, bocetos reconocibles, más o menos cool, más o menos extravagantes, funcionales al enredo y la comedia violenta, que al fin y al cabo resulta entretenida a pesar de lo reiterativa.