Invitación por redes, ubicación secreta y códigos internos: los trucos de las fiestas clandestinas para evadir los controles

escribe Florencia Pujadas 

El grupo de WhatsApp estalló con mensajes de preocupación. Cuando el Sistema Nacional de Emergencias (Sinae) anunció un récord de 64 nuevos contagios de Covid-19, el miedo y la culpa invadió a los jóvenes. Era martes por la tarde y, por primera vez desde marzo, el Ministerio de Salud Pública (MSP) aún no conocía la ruta epidemiológica de 24 casos. Las familias en Rivera pasaron la noche preocupadas y a la espera de las indicaciones de las autoridades sanitarias, que resolvieron suspender cirugías coordinadas, consultas médicas, limitar el flujo por la frontera y evitar encuentros innecesarios. Pero estos jóvenes de entre 20 y 25 años no tenían miedo por las nuevas medidas; sentían remordimiento porque ya habían ido a dos fiestas clandestinas —una en la chacra de un conocido y otra en un local de Santana do Livramento— y no sabían si decirles a sus padres. Salvo uno, el resto optó por callarse. Así, pasaron a formar parte de lo que en el MSP llaman la cadena silenciosa, que dificulta el rastreo de los casos de coronavirus en el territorio.

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