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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn la edición de Búsqueda de fecha 6 de agosto, en la página 13, se explica con detalle que “…la Iglesia investiga un presunto milagro”, que se atribuiría a Jacinto Vera, fallecido hace 134 años y que fue el primer obispo de la Iglesia Católica Apostólica y Romana del Uruguay.
En los comentarios siguientes no me anima ningún sentimiento antirreligioso, aunque mi agnosticismo es condenado por la Iglesia: “La negación agnóstica de la capacidad de la razón humana para conocer a Dios está directamente en oposición a la Fe Católica. El Concilio Vaticano* solemnemente declara que ‘Dios, principio y fin de todo, puede, a la luz natural de la razón humana, ser conocido con certeza a partir de las obras de la creación. El Agnosticismo reciente es también antirreligioso, criticando adversamente no solo el conocimiento que tenemos de Dios, sino también los fundamentos de la fe en Él”.
La concepción católica de la fe es la de un firme asentimiento, por la autoridad de Dios, a las verdades reveladas. Presupone la verdad filosófica de que existe un Dios personal que no puede engañarse ni engañarnos, y la verdad histórica del hecho de la revelación”. (Enciclopedia de la Iglesia Católica Apostólica y Romana).
En breve: mi punto de partida es que no he intuido la existencia de algo por encima de mí, excepto la naturaleza, que era el Dios de Baruch Spinoza, por lo cual se le aplicó una “cherem” que lo expulsaba de la comunidad judía (excomunión para los judíos).
Realizadas esas precisiones por respeto a los lectores, transcribo lo que entiendo sustancial del artículo de referencia, sobre el que realizaré mis comentaros: “…antes la Iglesia hizo un estudio en profundidad para saber si había vivido heroicamente las virtudes humanas —que son las clásicas del mundo griego: prudencia, fortaleza, justicia y templanza— y las cristianas de la fe, la esperanza y el amor”.
Mi comentario comienza reconociendo que los seres humanos somos, generalmente, individuos de un determinado “espacio y tiempo históricos”; al decir de José Ortega y Gasset, “el hombre y sus circunstancias”.
Bien entendido lo del párrafo anterior me permito hacer una brevísima referencia al tiempo histórico que le tocó vivir a Jacinto Vera. El obispado de Jacinto Vera coincidió con la Presidencia de Bernardo Prudencio Berro Larrañaga, confeso católico apostólico y romano1, época en la que existían graves problemas para el Uruguay, desde el pago de la “deuda externa” a Inglaterra y Francia hasta las relaciones tirantes entre la Iglesia y el gobierno, que incluso determinó la absurda expulsión de los jesuitas, lo que también sucedió en España (1767, Carlos III). La causa visible de las tensiones era el ejercicio del “Derecho de Patronato”, es decir el derecho del gobierno de la época a presentar candidatos para los cargos vacantes en la Iglesia. Las tensiones llegaron a un grado tal que, en 1862, el presidente Berro dictó un decreto disponiendo el destierro de Jacinto Vera.
Antes del destierro de Jacinto Vera, pero en ese marco histórico político, en el año 1861 había muerto, en la ciudad de San José, Enrique Jacobson, católico y masón. El cura de la ciudad se negó a enterrarlo en el cementerio local debido a que no había abjurado de su condición de masón, y el cuerpo de Jacobson fue llevado a Montevideo.
Entonces Jacinto Vera prohibió que el cadáver fuera conducido a la Catedral o que se le diera sepultura eclesiástica a pesar de la fe católica del difunto. Ante esos hechos, el presidente Berro autorizó el entierro en el cementerio de Montevideo (hoy Cementerio Central). Como respuesta, Jacinto Vera ordenó la exhumación del cadáver porque consideró que el cementerio había sido “escandalosamente violado” y los fueros eclesiásticos invadidos. Berro respondió el 18 de abril con un decreto de secularización de los cementerios, que pasaron a ser administrados por el Estado.
Concomitante a estos hechos y confirmados posteriormente, Jacinto Vera tuvo el firme apoyo del incalificable Venancio Flores, quien, el 19 de abril de 1863, con el apoyo del “unitario” Gral. Urquiza, invadió el país para derrocar al presidente Berro. Uno de los objetivos proclamados por Flores era el “defender los derechos de la Iglesia Católica”.
En síntesis, la santidad o no de Jacinto Vera es un tema estrictamente interno de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, sobre lo cual carezco de formación y de información para comentar. Eso no me impide afirmar que la vida de Jacinto Vera no cumplió con varias de las virtudes humanas, clásicas del mundo griego: a saber, la prudencia, la justicia y la templanza. Ello sin perjuicio de dudar, como mero espectador, de que haya cumplido con la virtud cristiana del amor.
Ariel Callorda Salvo
CI 1.206.841-4
* Sobrino de Dámaso Antonio Larrañaga, quien fue su tutor educacional, abandonó su casa de comercio para presentarse como voluntario de la Cruzada Libertadora de 1825. Durante y luego de su presidencia continuó viviendo en su chacra de la zona de Manga y labrando su tierra (El “Pepe” ha sido un mal imitador).