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Un parricidio cometido con un tenedor, la mayor tragedia de Sófocles, la obra cumbre de Truman Capote, la cárcel, la escritura de una obra teatral, San Martín de Tours, la tecnología aplicada a la vigilancia y las comunicaciones en tiempo real, los mecanismos de recepción en las redes sociales y el teatro, la decadencia del cine como medio. Todo eso se condensa en Tebas Land, obra inspirada en el mito de Edipo que el dramaturgo uruguayo Sergio Blanco, radicado desde hace casi 20 años en París, desde donde proyecta su carrera a Europa, Latinoamérica y Japón, estrena mañana viernes 2 en la sala Zavala Muniz.
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Un dramaturgo (Gustavo Saffores) escribe una historia sobre un hombre que mató a su padre y desarrolla con un actor (Bruno Pereira) la posible pero muy compleja representación teatral del episodio. Esa es la síntesis de la pieza escrita por encargo para el Teatro San Martín de Buenos Aires, con la que Blanco vuelve a dirigir en Uruguay luego de casi una década. El autor de “Calibre 45”, “Kiev” y “Kassandra”, el director que a los 19 años ganó el Florencio Revelación en 1991 por su versión de “Ricardo III” en el Castillo del Parque Rodó, conversó con Búsqueda sobre su nueva obra, la relación del teatro con el “mundo de la mirada” y sobre su concepto del cine como un “sistema fascista”.
“El parricidio está en el ADN de la literatura y del teatro occidental. Además de ‘Edipo Rey’, que para Aristóteles es la obra trágica modelo, está en el cuento ‘Un parricida’, de Maupassant, en Kafka, en Dostoievski, es el soporte de una gran parte de la escritura analítica de Lacan y Freud, especialmente en su prólogo de ‘Los hermanos Karamazov’. Es la metáfora que permite superar la ley paterna y regocijarse, lo cual es muy interesante para un creador, que está permanentemente trabajando contra las leyes que rigen el universo, para desobedecerlas”, afirma.
La creación de una obra teatral y el choque entre dos galaxias son asuntos centrales en esta pieza. El protagonista es un dramaturgo que vive en París y se llama S., pero Blanco aclara que la obra no es autobiográfica: “Hay elementos míos, está mi preocupación al cumplir 40 años por la inexorable cercanía de la muerte de mi padre, pero la obra no es una autobiografía. Uno trabaja con sus vísceras pero S. no soy yo. Me interesó hacer colisionar esos dos mundos: el del asesino de su padre, encerrado en la cárcel, y el del escritor que lo vampiriza. El encuentro entre dos personas siempre es fascinante de ver, con lo que implica de violento, de erótico, de disputa, de miedo; los mecanismos de atracción, de distanciamiento y de separación; los vínculos de poder, sometimiento, manipulación, humillación. El encuentro es el gran problema de nuestra contemporaneidad porque cada vez más nos movemos en circuitos que anulan la posibilidad de encontrarnos. Las redes sociales virtuales son extraordinarias, pero suplen el encuentro real. En sistemas fantasmagóricos, enmascarados detrás de una pantalla, volvimos al gran baile de máscaras del siglo XVIII en Venecia”.
El cine, un arte fascista.
El espectáculo es filmado por cinco cámaras y el espectador puede ver esas proyecciones en tiempo real en el escenario, más conexiones directas con las 32 cámaras del Solís, y enlaces en vivo con las cámaras de vigilancia de algunos centros penitenciarios uruguayos. Además de los dos actores, el público accederá a un sistema de pantallas controlado desde el teatro por Miguel Grompone, que transmite lo que sucede en el escenario, dentro y fuera del teatro y dentro de las cárceles. El espectador es filmado permanentemente desde que entra hasta que sale. A su vez, reclusos y policías podrán presenciar el espectáculo desde las penitenciarías. “Queremos reflejar ese panóptico permanente en el que vivimos y como la cárcel está en la ficción, quisimos que estuviera también en el plano real”, explica.
Más en el plano filosófico que en el puramente artístico, Blanco desarrolla su idea del encuentro y dispara munición gruesa. “El verdadero frente a frente es fundamental para el ser humano. Y el teatro es en cierta forma un encuentro en ese espacio de ‘convivio’ (concepto acuñado por el crítico argentino Jorge Dubatti) entre la escena y la sala. El encuentro está en el ADN del teatro, palabra que viene del griego teatron, que se traduce como ‘mirador’. Es el lugar donde se viene a mirar, donde se traza un eje de ida y vuelta entre el espectador y el escenario. Es la gran diferencia con el cine, que es un arte fascista, un arte asimétrico que impone imágenes a la mirada y somete al ojo a imágenes dadas, sin permitirle elegir”.
Puede sonar exagerada, tremendista y hasta temeraria la acusación al responsable de prodigios como “El ciudadano”, “El Padrino” y “2001, odisea del espacio”. ¿Por qué fascista? es la repregunta obvia a esa provocación a la patria cinéfila. Blanco reconoce la bendición de conocer a Bergman, pero arremete: “Creo que el fascismo no impide decir algo sino que obliga a decir algo. El cine te obliga a mirar. No te permite un campo visual donde tú puedas optar con tu mirada. En el cine el montaje te presenta y te corta imágenes. Se detiene y se acelera la imagen, y todos vemos lo mismo, estemos donde estemos. Fascismo puro. Sin embargo en el teatro el espectador decide dónde y cómo mirar y maneja los tiempos y la velocidad de su mirada. El espectador hace el montaje. Y cada mirada es distinta. Kafka decía algo bellísimo: ‘El cine es el uniforme para el ojo’”.
Imagen vs mirada.
“El cine está muriendo”, profetiza Blanco. No solo alude al circuito de proyección, “desesperado porque la gente vaya a ver siempre las mismas historias”, sino al medio expresivo. “Admiro profundamente a Pasolini, Bergman, Fellini, Welles, la nouvelle vague y el cine americano de la posguerra. Pero eso no me impide ver que ese sistema discursivo no funciona más. El cine fue algo típico del siglo XX, que es el siglo de la imagen y de los totalitarismos: del fascismo, del nazismo, del estalinismo y del capitalismo a ultranza. El cine es un paréntesis en el siglo de los horrores: de Auschwitz, de los Gulag soviéticos, de las dictaduras latinoamericanas, de llevar el capitalismo a la explotación del hombre por el hombre”.
Por el contrario, sostiene que el siglo XXI “es el siglo de la mirada, muy distinta a la imagen, y por eso mismo creo que el cine está condenado a morir”. “Hoy las redes son de ida y vuelta, las aplicaciones satelitales como los GPS, los sistemas endoscópicos que nos miran por dentro. Somos mirados permanentemente. El Solís tiene 32 cámaras internas de control, un ciudadano europeo es observado por cámaras unos 15 minutos por día. Y creo que si el arte de la imagen es el cine, el arte de la mirada es el teatro”.
Asegura que con su juicio no se posiciona sobre si el cine es bueno o malo. “No es un juicio moral. Planteo que en el siglo XXI el cine pasa a ser un sistema obsoleto de manifestación de discursos porque utiliza mecanismos de recepción que no funcionan más porque en el mundo de la mirada funciona lo que puede ser mirado en un juego de ida y vuelta, sabiendo que yo estoy mirando a quien me está mirando y que está siendo visto. Eso el cine no lo permite”.
Serán nueve únicas funciones, los viernes y sábados a las 21 h. y los domingos a las 19, en la Zavala Muniz, entre el viernes 2 y el domingo 18, con entradas a $ 300, en venta en Red UTS.