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Siete años atrás estrenaba la obra que tenía en mente desde hacía mucho tiempo: recrear su doble encuentro con Jorge Luis Borges, primero en Buenos Aires, en los 70, donde había iniciado su exilio político, y luego en Montevideo, en 1983, donde fue convocado por la BBC para rodar un documental testimonial (Borges el mismo) sobre el literato argentino. El autor de Funes el memorioso y Roberto Jones —en el rol del Borges juvenil— pasaron toda una tarde caminando por la Fortaleza del Cerro, conversando de la vida, el arte, filosofía y literatura. Jones dice una y otra vez que esos encuentros fueron decisivos para encarar la segunda mitad de su vida.
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En 2008, el actor que había ganado el Florencio por su composición de Alan Turing en Rompiendo códigos, tenía 66 años y se encontraba jaqueado por un mal hereditario que le producía severos temblores. Si el padecimiento físico era importante, el estrés era aún más dañino. La kriptonita en el escenario. Estrenó la obra en La Candela y con gran sacrificio sacó adelante dos temporadas, padeciendo más de lo que disfrutó. Si bien no podía evitar cierta rigidez, La memoria de Borges resultó una experiencia reveladora (ver Búsqueda Nº 1485) y le valió ese año a Jones el Florencio al Actor y a Hugo Burel el premio al Texto de Autor Nacional.
Luego de 90 funciones, en 2011 Jones colgó el traje de Borges y anunció su retiro de las tablas. Pero lejos de deprimirse, se dedicó a viajar por el mundo y a dirigir clásicos del siglo XX como Un tranvía llamado deseo, Perdidos en Yonkers, Verano y humo y La casa de Bernarda Alba. Sorpresivamente, el año pasado los temblores cesaron y volvieron las ganas de actuar. A fin de año retomó los ensayos y en marzo reestrenó la puesta original en la sala 2 del Teatro Alianza: una silla, un bastón y un traje gris.
La diferencia fundamental entre aquella versión y esta radica en el despliegue físico de Jones. Si antes la obra removía por su potencia conceptual y la riqueza textual, ahora sacude doblemente. Jones parece haber rejuvenecido siete años. Todo ha cobrado aún más intensidad, emoción y sentido: gestos, parlamentos, desplazamientos. Hasta los silencios. Como si de un cuento de Borges se tratara, las agujas del reloj anduvieron al revés para este señor, que dice en el camarín, luego de la función: “Hoy me siento mucho mejor que cuando la estrené”.
Si bien el centro de gravedad pasa más por lo conceptual que por lo meramente coreográfico, la evidente revitalización que vive Jones le ha permitido refinar su imitación del Borges anciano. Todo colabora para que el espectador viva una experiencia teatral de esas que dejan huella.
El personaje y su Dios.
En las antípodas del panegírico a un artista emblemático, del estilo de la reciente Red (sobre el pintor Mark Rothko, con Julio Chávez), La memoria de Borges es un acercamiento al escritor desde una óptica netamente teatral, a través de un duelo dialéctico entre el personaje (Borges) y el actor que lo representa (Jones). Esta dualidad resulta por demás atractiva para todo aquel que esté relacionado con el mundo del escenario, donde las reglas del tiempo y el espacio se subvierten y todo es posible, como dice Jones encarnando a Jones.
Está muy bien construido el entramado psicológico del escritor, en especial su compleja relación con su padre, su aversión a los espejos, su admiración por el guapo que anda de facón, como dice Jones encarnando a Borges. El actor como Dios del personaje dispara la reflexión sobre el vínculo entre la creación y el creador, entre la vida, la pasión y la muerte.
El actor cuestiona y acorrala al personaje, y por elevación a la figura histórica. La interpelación es cruda, sin concesiones. El muñeco ficcional devuelve el golpe con una exigencia complicada: “Mi memoria debe estar en su memoria”. De este lúcido contrapunto emerge el Borges de carne y hueso y el mito queda muy pequeño. Jones, el personaje, no resulta un mero acto de vanidad, sino todo lo contrario: el modesto relato de una experiencia singular como haber conocido de cerca a un hombre de esos quilates.
Las transiciones entre uno y otro son tan sutiles que basta un cambio en la mueca facial para reconocerlas. Todo ilustrado con oportunas citas en off a textos icónicos como Borges y yo, La lluvia, Los espejos, Una despedida, El amenazado y Descartes, entre otros.
Ahunchain aporta lo suyo con un planteo espacial que pasea al actor por todo el escenario, exige al máximo el renovado físico de Jones y logra llenar la nada solo con un cuerpo y un uso preciso de la iluminación que guía a los personajes en su laberinto.
Pero el interés de esta obra desborda lo escénico, lo literario y lo biográfico y alcanza al sentido de la vida. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Qué nos mueve a compartir la vida con una persona u otra? ¿De qué va ese asunto de la felicidad? ¿Cómo es posible que el paso del tiempo pueda volver más joven y activo a un hombre que hoy tiene la edad que tenía Borges cuando lo conoció? Bien vale dedicar 90 minutos de nuestras vidas a estas naderías y menudencias, prontas para ser preservadas en la memoria del espectador.
La memoria de Borges, unipersonal de Roberto Jones. Texto y dramaturgia: Hugo Burel. Dirección e Iluminación: Álvaro Ahunchain. Teatro Alianza, Sala 2 (Paraguay 1217). Miércoles y jueves, 21 h. Entradas a $ 360 y $ 300 en Abitab y boletería.