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    Juntos en la madrugada

    Cordón Soho, una novela de Natalia Mardero

    Valentina es una veinteañera que se independizó de sus padres y alquila con una amiga un apartamento. Trabaja en una agencia de publicidad por un sueldo que, cuando llega en fecha, es de sobrevivencia. Fuera de su trabajo, frecuenta los bares del Cordón, tiene fiestas con sus amigos, se levanta con resaca, visita a sus padres los domingos, usa medias con dibujos de ositos y a veces descubre libros raros, como el de un escritor llamado Roberto de las Carreras. Y además se enamora de Carolina, una joven que tiene novio, pero que le da entradas esporádicas en su vida, sin definirse, sin demasiadas esperanzas. Cordón Soho es una novela breve que transita por una Montevideo reconocible en sus calles y en sus boliches de moda, y también en los otros, en esos que tienen una televisión grasienta y banderines de viejos equipos de fútbol.

    Con una escritura directa y precisa, Mardero construye a sus personajes en pocos trazos y a través del diálogo. “Cuando escribía me iba dando cuenta de que me estaba imaginando lo que sucedía como si fueran escenas”, comenta durante la entrevista. Y su novela se lee con la agilidad de un guión cinematográfico, y tal vez en algún momento llegue a serlo. A los 23 años, Mardero tenía algo para decir de su generación, la de finales del siglo XX, y entonces escribió Posmonauta. Ahora, a los 39 años, observa a los jóvenes de la era Twitter y Facebook, a los que viven su sexualidad o la indefinición sexual sin grandes conflictos, y escribe sobre ellos, o más bien sobre algunos de ellos. Pero sobre todo escribe de algo tan antiguo y compartible como el amor y el desamor.

    —“Como escritora hoy prefiero cuidar las palabras, la forma, y no detenerme tanto en lo anecdótico”, dice el prólogo de la edición 2010 de Posmonauta. ¿Ocurrió eso al escribir Cordón Soho?

    —Puede parecer que tengo una forma sencilla de decir, pero cada párrafo me llevó mucho más tiempo que una página de Posmonauta. En esos relatos quizás canalicé sentimientos más juveniles en una escritura más verborrágica. Después crecí, leí más y, si bien trato de mantener cierta frescura, soy más cuidadosa con las palabras. También mantengo una temática juvenil, pero ya no soy partícipe, la veo más de afuera. No es mi generación y no soy yo; en Posmonauta sí lo era. Me siguen surgiendo las historias de gente joven. Siempre me interesó la literatura o el cine que se enfoca en este tipo de personajes que están saliendo de la adolescencia y entran en la adultez. Me parece una etapa rica en historias, que se vive con mucha intensidad. Es ese momento en el que hay que enfrentar al mundo adulto. Ahora lo sigo abordando pero desde otro lugar.

    En la película 25 watts los protagonistas tienen más o menos la misma edad que los de Cordón Soho, pero con vivencias y actitudes muy diferentes. ¿Qué fue lo que cambió?

    —Yo pertenezco a esa generación que muestra 25 watts, pero la que yo retrato pertenece a otra época. Los años pasaron y Montevideo cambió mucho. Me llama la atención cómo varió la ciudad en la zona del Cordón en poco tiempo. Siempre fue un barrio tranquilo, pero ahora a determinada hora se transforma y lo invaden los jóvenes.

    —¿El título es una ironía porque Cordón es el anti Soho?

    —Es un guiño a lo que siempre vemos en la vereda de enfrente en Buenos Aires; allí adaptan todo lo que sea extranjero a la ciudad. También quise que los personajes deambularan en el Cordón de noche, donde se dan encuentros en los bares, los jóvenes van de uno a otro, hay muchos artistas, muchos intelectuales. Entonces un poco de Soho hay. Claro que suena extraño eso de Cordón Soho, pero es gracioso. Me encanta que ese fenómeno suceda.

    —Los personajes consumen música, cine, alcohol, drogas. Lo que no consumen es política o asuntos sociales. ¿Por qué?

    —Me interesaba que este grupo especial de personajes fuera así. No es una generalización, es un micromundo bastante particular. Son montevideanos, pero están mirando siempre hacia afuera, y salvo por la banda de uno de ellos, no hay referencias a artistas locales. Si bien no hay política partidaria, algunos discursos los pintan. La sexualidad de Valentina no es un tema, la vive con mucha naturalidad, pero cuestiona muchas cosas que ve en la sociedad. A partir de eso, uno puede sacar conclusiones de su posición política, pero no es explícita.

    —El personaje desagradable de la novela es el dueño de una agencia de publicidad. ¿Surgió de alguna experiencia personal?

    —Siempre me río de un personaje argentino, Ramiro Agujis, que ridiculiza al dueño de una agencia. Es una caricatura extrema, pero es tal cual. El mundo de las agencias de publicidad es complicado porque siempre hay que estar al tanto de tendencias, de modas, y a los redactores y diseñadores no les pagan bien, aunque se mueve mucho dinero. En la época en la que yo trabajé siempre había problemas con los pagos, pero se veía circular el dinero. Entonces mi personaje fue como una pequeña venganza. Por un lado quería contar sobre un mundo en el que yo había vivido; por otro, dejarlo en evidencia.

    —¿Por qué incluir en la edición la banda sonora del libro y una plancha con pegotines?

    —Algunos temas los estaba escuchando mientras escribía. Otros los elegí según lo que estaba sucediendo en la narración; están pensados por el estado de ánimo de los personajes. Escribiendo el libro escuché mucha música y es más o menos la que escuchan los personajes. Lo de incluir los pegotines se lo planteé al editor porque me parece que es un libro juvenil, juguetón. Como yo trabajo con ese tipo de cosas, me gustó promover el libro de otra forma, más lúdica, romper con la solemnidad de la librería. Con una amiga diseñadora hicimos los pegotines y también afiches que pegamos en los boliches del Cordón. Creo que los potenciales lectores están más en el bar Las Flores que en una librería.

    —¿Habrá leído la novela alguno de esos jóvenes?

    —Me han llegado mensajes de jóvenes que nunca leen y que la leyeron en poco tiempo. Me gusta eso, que el libro llegue a otros sectores. No escribir para un círculo de intelectuales o para mis pares escritores.

    —En la presentación del libro, Irene “Pepi” Gonçálvez hizo referencia a la definición del amor en una novela de Carson McCullers, en la que plantea que convertirse en amado resulta algo intolerable porque el amante “está siempre queriendo desnudar al amado”. ¿Sobre esta concepción se construye la novela?

    —Pepi me dio La balada del café triste a los 20 años y desde entonces cada tanto me vuelve esa definición, y me he puesto a observar a la gente y digo: “Este es amante”, “este es amado”. Yo me identifico con el amante porque he sufrido mucho por amor y me he decepcionado. Hay algo de entrega del amante que al otro le da un poco de miedo. La definición de McCullers es genial, lo que pasa que es muy triste pensar que siempre va a pasar eso con el amor. Tuve miedo de abordar ese tema, de caer en algo cursi o tipo Corín Tellado, después me olvidé y traté de ser lo más sincera posible, escribir desde la experiencia. Todos pasamos por el amor y el desamor, y todos lo van a entender.

    —¿Fue difícil escribir sobre la homosexualidad femenina?

    —Hoy los jóvenes viven la homosexualidad con mucha naturalidad. Tal vez sea un tema de moda, el tiempo lo dirá. Hace poco hablaba con una chica de 21 años y me decía que había probado tener sexo con una mujer y que se había dado cuenta de que le gustaban los hombres. Está eso de probar, incluso hay algo cool en decir que probaste. Es un mapa de la realidad más allá de mi propia experiencia y de mi sexualidad. Si hubiera escrito de mi experiencia, sería algo más conflictivo.

    —La narrativa uruguaya parece estar viviendo un momento de especial impulso. ¿Tienen algo que ver las editoriales independientes?

    —Las editoriales como HUM o Criatura les han dado un empujón a nuevos escritores. Pero aún falta para llegar a un nivel como el de Argentina, donde las editoriales independientes mueven muchísimo el ambiente literario. Aquí aún falta arriesgarse más, estamos corriendo el peligro de caer en los mismos nombres y en el mismo tipo de literatura. Veo que los escritores argentinos son más arriesgados, acá todavía estamos mirando para atrás, como pidiendo permiso, o tratando de ser algo que no somos. Si hablás de tu mundo, de lo que te pasa a vos, perdés un poco de credibilidad. Ahora hay influencia de Buenos Aires, un ida y vuelta que nos hace bien. Cordón Soho acá puede ser una rareza, pero en Buenos Aires sería uno más de muchos libros que hablan de un momento específico de la vida.