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De entrada queda muy claro: esta es una película sobre un actor, y un actor en retirada, una vieja gloria que ahora en la soledad del camerino está frente al espejo y ve desfilar su historia, sus marcas de guerra, sus arrugas, el abismo, y repasa el texto que deberá recitar en breve en el escenario. Son primerísimos planos del rostro de Al Pacino diciendo lo que es la actuación, lo que implica Shakespeare (ya lo dijo en el estupendo documental En busca de Ricardo III, que también dirigió), lo que es la vida. Esta secuencia inicial es intensa porque funciona como un documento en sí mismo: el espectador se enfrenta al rostro actual de Pacino, que tiene algo de maquillaje pero no puede camuflar el paso del tiempo. Y entonces afloran los recuerdos (para el espectador, suponemos que también para el propio Pacino) de aquel muchacho de veintipocos años que hacía sus primeras armas en Pánico en el parque y en Espantapájaros, el joven de Serpico y Tarde de perros, la leyenda que se levantaba con El Padrino, Cruising, el ciego de Perfume de mujer (su único Oscar hasta el momento; tuvo ocho nominaciones), el pizzero terraja y buenazo de Frankie y Johnny, el salado vendedor de bienes raíces de El precio de la ambición, el veterano policía de Prohibida obsesión y de Fuego contra fuego, los demonios de Caracortada y El abogado del diablo, es decir, uno repasa toda su carrera, que es un carrerón.
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El hombre deberá interpretar uno de sus últimos dramas y se repite a sí mismo: “El mundo es un gran escenario; hombres y mujeres, todos hacemos un papel”. Pues bien: sale al escenario y hace su trabajo, pero algo no funciona.
Así comienza Un nuevo despertar, de Barry Levinson. Estamos ante el ocaso artístico en la vida de Simon Axler (Al Pacino), una estrella que debe ser internada luego de un suceso poco feliz sobre las tablas. Como es común en las estrellas, esta internación ocurre en un psiquiátrico de ensueño, donde las habitaciones abren hacia parques verdes y los salones son luminosos y con hermosos muebles, pero el material humano no deja de ser gente sola, deprimida, loca. Este tramo, donde Pacino y su vejez se mueven como pez en el agua, es lo mejor de la película. En cierto momento, a la hora del almuerzo, una chiflada se sienta a su lado y le cuenta una intimidad bastante complicada, a lo que Pacino responde del único modo que sabe ver las cosas: como si fuese una actuación. Es así: la vida, un gran escenario. Locos, seductores, deprimidos, avergonzados, exitosos, maníacos, figuras públicas o anónimas, todos representan papeles.
Luego de unos días de rehabilitación, Axler vuelve a su casa, a sus libros, a su soledad, a sus recuerdos y a su necesidad de dinero para llevar una vida digna como la que ha llevado hasta el momento. No sabe si retornar al teatro —siempre en el horizonte asoma una puesta de El Rey Lear— o si escribir sus memorias o si filmar un comercial sobre la caída del pelo. En eso estamos cuando suena la puerta y asoma la hija adolescente (Greta Gerwig) de unos viejos amigos, quien se instalará en la casa de Axler y le hará revivir —y añorar— los buenos y eróticos tiempos. A partir de este momento dejamos el mundo de Pacino, la condición casi autobiográfica de su papel, y nos internamos en el universo del escritor Philip Roth (el gran veteranazo de las letras norteamericanas: 82 años), cuya novela The Humbling reposa detrás del guion de esta película, escrito por Buck Henry y Michal Zebede.
Este nuevo tramo remite a las clásicas historias de Roth, donde un hombre hecho bolsa se niega a reconocerlo y para eso esgrime un pasado glorioso, donde los impulsos sexuales siguen existiendo en un cuerpo que ya abdicó y donde la inteligencia arremete en una última batalla para ganar el corazón de una mujer muchísimos años menor que él.
Los dominios de Pacino ceden un poco y también los de Roth, que en sus novelas es bastante más amargo y desencantado. Y arribamos al tercer dominio: el más light, el de Barry Levinson, un cineasta que siempre se debatió entre la comedia ligera (Buenos días, Vietnam) y el drama del montón (Rainman, Oscar a la mejor dirección), entre un cine a veces personal (Mentiras que matan) y la concesión a lo más comercial y estúpido (Acoso sexual), entre lo aceptable (Avalon, Los hijos de la calle, Vida bandida), lo regular (Bugsy) y lo francamente malo (Esfera).
Entonces, ¿qué nos queda? Un gran actor y un personaje que con el tiempo será una de las marcas de Pacino, un señor en sus plenas cualidades interpretativas, con el encanto de la estrella veterana (hay que verlo caminar escorado mientras otros corredores pasan a su lado y lo dejan rezagado), un perfil que, si fuese por la pluma de Roth, hubiese sido más sucio y roto, pero en las manos y en los ojos de Levinson se vuelve una comedia agridulce, con algunos aciertos inteligentes y otros no tanto.
A los 75 años, Pacino todavía tiene mucho para dar. Más que su compatriota de la misma edad Dan Hedaya, arruinado por la cirugía plástica; más que Kyra Sedgwick, que todavía no cumplió los 50 pero se nos marchita rápidamente.
Pacino puede hacer de Lear y de lo que venga.
Pacino es el rey.
Un nuevo despertar (The Humbling). EEUU, 2014. Dirección: Barry Levinson. Guion: Buck Henry y Michal Zebede, sobre novela de Philip Roth. Con Al Pacino, Greta Gerwig, Dylan Baker, Dianne Wiest, Dan Hedaya, Kyra Sedgwick. Duración: 112 minutos.