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    La balada de Jonas y Martha

    Netflix estrenó la tercera y última temporada de la serie alemana Dark

    Por favor, acuéstame / Y apaga la luz / Despliega tus manos / Dame una señal / Mantén tus mentiras / Acuéstate a mi lado / No escuches cuando grito / Entierra tus pensamientos / Y duérmete / Descubre / Solo fui un mal sueño / Para nunca jamás / Adiós.

    Ya desde la letra de Goodbye, en el clip que introduce cada capítulo, está claro que Dark no deja el plato servido en bandeja a nadie. Cada quien deberá procurarse los alimentos y servírselos como pueda. Hay que atar cabos, sí. Complicadísimos cabos, también. Pero en esta historia los cabos van y vienen en el tiempo, en saltos de 33 años. Hasta el fin de la segunda temporada, porque en la tercera y última, estrenada en Netflix hace pocas semanas, los cabos van más allá del tiempo (atención: a continuación va la única revelación argumental en esta nota) y se entrelazan en los espacios. Incorporando al menú el tópico de los universos paralelos y otros principios fundamentales de la teoría cuántica, además de contados, precisos y muy oportunos enlaces a mitos bíblicos, como Adán y Eva, y clásicos como el del hilo de Ariadna.

    Más allá de la parafernalia informativa que ha invadido la web y las redes en las últimas semanas, prueba inequívoca de la gran popularidad que ha logrado esta producción, la primera serie alemana producida por Netflix y estrenada a escala global, cuenta con sobradas virtudes como para justificar la afirmación de que este es un feliz cruce de caminos entre la calidad artística y el favor de las masas. No todo el tiempo llega a la conversación cotidiana una tira de suspenso y ciencia ficción con altas dosis de teoría científica de la más dura y hasta un fuerte sesgo filosófico, que comienza con niños que desaparecen en un bosque y aparecen en un búnker con el rostro desfigurado, y en la que no hay buenos-buenos y malos-malos.

    En el Nº 1.949 de Búsqueda (noviembre de 2017) se explicó con lujo de detalles la génesis de esta creación del cineasta suizo-alemán Baran bo Odar junto con su esposa, guionsta y productora de la serie, Jantje Friese. Por eso, en vez de volver a explicar el denso entramado de personajes apellidados Nielsen, Kahnwald, Doppler y Tiedeman que ha deparado la invasión digital de árboles genealógicos de Dark, a continuación se desarrollan algunas razones por las cuales ver las tres temporadas de esta serie es una experiencia audiovisual por demás estimulante, provechosa y recomendable.

    La concisión y elocuencia de la narración. Desde el vamos estaba claro que serían tres temporadas, y no hubo lugar para especulaciones marketineras. Si bien es cierto que es total la ausencia de humor en la treintena de horas que componen el metraje, el guion expone un exacerbado dramatismo (por momentos demasiado) que cualquier recurso humorístico quedaría demasiado discordante.

    La coherencia argumental. La interacción constante entre todas las épocas posibles y Winden es el común denominador de las tres temporadas. Lo que uno hace en el pasado condiciona el presente y el futuro. Una invención que viene del futuro hace posible que la historia comience en el pasado. Todo tiempo es presente, y todos los personajes saben algo que los demás no. La información está sabiamente compartimentada entre todas las cápsulas espaciotemporales. Todos tienen algo para revelarle a otros y a sus yo mismos de otras épocas. Todos tienen su talón de Aquiles. Siempre hay algo que no se sabe, que puede deparar un giro inesperado en esta atomizada red de tramas y subtramas.

    La unidad temática de las tres temporadas. Al promediar la tercera, queda clara la unidad conceptual de cada una de las tres. En la primera se presenta la historia, en la segunda se da el primer desdoble y en la tercera un nuevo tour de force que resignifica todo lo anterior. Si bien es cierto que en estos recientes ocho episodios la trama de viajes en el tiempo y entre las dimensiones se complica demasiado, es necesario mantener la calma, pues el de Dark no es un final abierto. Todos los cabos encuentran su punta opuesta. Más allá de las opiniones encontradas sobre el desenlace, el caos reinante sobre la mitad de la temporada deja paso a una resolución cabal de la historia principal y los relatos secundarios.

    La contradicción interna de los personajes. En las antípodas de la dualidad clásica entre el bien y el mal, la abrumadora mayoría de los personajes exhiben interesantísimas características contrapuestas, que revelan ante todo su profunda humanidad, su búsqueda desesperada por el bien de sus seres queridos y su deseo de justicia; y en otros tantos casos sus acciones son mera consecuencia de la lucha por la supervivencia y por evitar males mayores para todos quienes los rodean, aunque esos objetivos impliquen tener que matar a un niño a ladrillazos, ante la evidencia de que en el futuro ese personaje cometerá actos aún más horrendos que ese crimen. Otro rasgo sumamente atractivo es el encuentro —ya sea en alianza o en combate— entre varios personajes que representan a la misma persona, provenientes de diferentes épocas.

    La alta calidad del elenco. Todo el mundo en su lugar. Todos los personajes en su punto justo de calibración interpretativa.

    El deleite audiovisual. Dark es una serie de exteriores y es una serie que se disfruta especialmente cuando “no pasa nada”. Esas clásicas tomas muertas que nos sirven para ver dónde (y cuándo) estamos son aquí un festival para ojos y oídos. Hasta en los pasajes más intrincados de la trama el placer de contemplar esta constelación de estupendas locaciones no decae nunca. La cabaña de Jonas, en el medio del bosque de Winden, es un personaje en sí mismo, y ya tiene vida propia en la red. De hecho, se convirtió en una atracción turística de esa zona sureña de Alemania, fronteriza con Francia. La entrada a la cueva con su suelo alfombrado de hojas secas y el sofá abandonado. La central nuclear siempre vaporosa y amenazante. La panorámica filmada desde un dron de ese río verde descampado entre los frondosos bosques, por el que pasa la línea de alta tensión que parte de la usina. La lluvia omnipresente, más allá del aquí y ahora cuántico. La casa de clásica arquitectura modernista de la familia Tiedeman, con ese enorme ventanal al bosque. La vía del tren, donde siempre sucede algo inquietante. El lago, el marco más romántico de la serie, ideal para que los adolescentes se sienten un rato en la orilla a hacer arrumacos. El túnel claustrofóbico que lleva hasta la enigmática leyenda Sic mundus creatus est. La fábrica del siglo XIX donde el Jonas de esa época intenta construir la máquina que domine a esa bola informe y oscura que permite viajar para allá y más allá. La iglesia con su cementerio y la legión de siniestros personajes que por allí van y vienen. La estación de Policía de Winden, donde siempre están los que menos tienen idea de lo que sucede. La entrada al búnker, esa malformación de cemento que rompe toda la paz y armonía del bosque para albergar uno de los principales nudos en este bucle de sucesos que se repiten a lo largo y ancho de dos siglos. Y si hay que elegir un decorado interior, el imponente salón oval donde el viejo Jonas del pasado —con su rostro picado peor que por la viruela por tanto ir y venir cuántico— ha establecido su cuartel general.

    Por último, la música. Ya desde el mencionado tema central, a cargo del productor y compositor de música electrónica alemán Apparat, la banda sonora de Dark es una notable antología de la cultura rock anglosajona (con especial foco en la escena germánica), con mucho del icónico krautrock setentoso, unos cuantos hits de los 80 y 90 (como Ingendiwie, irgendwo, irgendwann, de la banda teutona Nena) y una notable selección de música de vanguardia que brilla especialmente sobre el minuto 40 de cada uno de los 26 episodios: ese es el momento, sobre las tres cuartas partes de cada entrega, en el que invariablemente una escena musical ofrece una síntesis sincrónica de la situación de media docena de personajes, en ese instante. Tres minutos de imagen y sonido, un videoclip temático de tremendo poder narrativo y gran calidad fotográfica, en el que también se develan detalles determinantes. Cine en estado puro.