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    La bestia estelar

    Alien: Covenant, de Ridley Scott

    Llevar un ser vivo en las entrañas genera sensaciones fascinantemente ambiguas, una realidad que puede resultar desconcertante y perturbadora. No todos los humanos pasan por esta experiencia. Aunque todos los humanos, sí, tienen una cierta idea de lo que es haber vivido dentro de otro cuerpo. Eso de ser un parásito. Un alien.

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    Algo de eso vio y captó Dan O’Bannon, guionista y especialista en efectos especiales, cuando empezó a escribir la historia con la que comenzó todo esto. El cineasta había obtenido cierta reputación por el libreto y la labor como técnico de FX de Dark Star, de John Carpenter. Rechazó una oferta para trabajar en los efectos especiales de Star Wars —en esa época, una peliculita de ciencia ficción de humilde prepuesto— y se embarcó en Dune, el ambicioso proyecto de Alejandro Jodorowsky, adaptación de la novela de Frank Herbert. En el fastuosamente psicodélico arte conceptual del filme trabajaron el historietista y dibujante francés Jean Giraud (Moebius), el ilustrador británico Chris Foss y el suizo H. R. Giger. La película nunca llegó a rodarse (hay un excelente documental al respecto: Jodorowsky’s Dune), O’Bannon se quedó sin trabajo, prácticamente en la ruina, y se fue a vivir al sofá de la casa de un amigo en Los Ángeles, Ronny Shusett. Juntos concibieron la historia base de Alien.

    Refritando elementos que ya estaban en Dark Star, quitándole cualquier atisbo de humor e inyectando altas dosis de horror, desarrollaron el borrador de una historia en la que un grupo de astronautas enfrenta a una bestia asesina de otro planeta. Una vez comprado por 20th Century Fox, el libreto tuvo muchas reescrituras. Incluso se manejaron otras opciones para la bestia estelar, desde un pulpo hasta un reptil con rasgos de dinosaurio. Hasta que O’Bannon le mostró al director, Ridley Scott, los dibujos Necronom IV y V, publicados en el libro Necronomicon. Allí estaba el monstruo. Scott quedó fascinado con la pintura en la que se veía a un humanoide de piel metálica, de cráneo alargado, dientes apretados y ojos como de insecto, un cuerpo fibroso, entre orgánico y mecánico, del que sobresalen heridas y costuras, cánulas, cables y tubos, una cola de escorpión y un pene amenazadoramente grande. El autor de esos perturbadores dibujos era el artista que había sido convocado para trabajar en el proyecto de Dune: H.R. Giger.

    La creación de la criatura del espacio estuvo fuertemente influenciada por Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión, el tríptico de Francis Bacon, pintor elogiado por el artista suizo, fan de H.P. Lovecraft, Dalí y Johann Heinrich Füssli. Giger se encargó además de la concepción estética de todo lo alienígena del largometraje y construyó piezas y escenarios asombrosos y perturbadores. Sin embargo, no trabajó en ninguna de las posteriores películas. Otros diseñadores, como Stan Winston, crearon nuevos especímenes siguiendo su intencionalidad y sus trazados, adquirieron y transformaron algunos bocetos que Giger había manejado para Dune. Así arribaron, aterrorizaron y deslumbraron otras variantes de xenomorfos (nombre surgido de la contracción de “xeno” y “morph”: forma extraña), las criaturas extraterrestres parasitarias y diabólicamente letales: desde los arácnidos facehugger, el alien perruno de Alien 3, la gigantesca Reina Alien, de Aliens, el regreso, a los aterradores seres de Alien: Covenant, que llega justo para ofrecer pistas sobre cómo ordenar algunas piezas que quedaron fuera de cualquier marco de entendimiento en Prometheus.

    La saga de ciencia ficción y horror cósmico compuesta por seis largometrajes —y dos crossovers— es realmente grande. En más de un sentido. Alien logra introducirse en el atávico miedo a lo desconocido, navegando a través de conductos secretos del subconsciente. En los ominosos organismos biomecánicos imaginados y diseñados por Giger conviven terrores esenciales: la tecnofobia, el medio a perder el control, a la aniquilación por parte de una especie más fuerte. A través de la serie se han abierto campos fértiles para lecturas freudianas (hay un bicho de cráneo fálico, firme y esmerilado que tiene una boca doblemente dentada que segrega una sustancia traslúcida y viscosa), debates más o menos intensos sobre la cínica mirada acerca del monstruoso poder de las corporaciones en las vidas humanas, acerca de los metamensajes feministas o violentamente machistas contenidos en las películas, etc. Otra cara de la fascinante potencia que mantiene la saga a flote: Ripley, el fluctuante y aguerrido personaje de Sigourney Weaver, la gran heroína del cine de acción, que enfrentó diferentes tipos de xenomorfos a través de los siglos. En Alien es la única sobreviviente de Nostromo, la nave de carga que tras un breve pasaje por un planetoide desolado se lleva a su interior el octavo pasajero del título, un extraterrestre que emerge del pecho de un tripulante dispuesto a aniquilar a todos. En Aliens, el regreso, de James Cameron, hay un comando de marines y revelaciones asombrosas acerca de la naturaleza y la organización jerárquica de los xenomorfos. Alien 3, de David Fincher, se traslada a un planeta-cárcel, mientras que en la extravagante y pasada de rosca Alien, la resurrección, de Jean-Pierre Jeunet, la historia transcurre 200 años después de su predecesora, con un clon de Ripley y un avance en la evolución de la especie de monstruos estelares.

    Ahora, Scott, el director de la primera, se hace cargo de la bestia. Y va al origen. Alien: Covenant es la secuela de la menospreciada Prometheus, también de Scott­, que hasta ahora se veía como una rara precuela de la franquicia. En este nuevo capítulo, el director de Blade Runner vuelve a indagar en la inteligencia artificial, en el origen y el futuro de la especie humana, sus proyectos y sus creaciones, como la omnipresente Weyland Yutani Corporation, que es en realidad la madre de todos los monstruos.

    La historia es sencilla y el guion incluso replica y homenajea escenas de la primera entrega. La acción se desarrolla diez años después de lo ocurrido en Prometheus (hay un corto disponible en la web, El cruce, que enlaza estas dos películas, revelando detalles muy útiles), con una nave colonizadora, Covenant, que desvía su rumbo luego de recibir un mensaje de socorro emitido desde un planeta desconocido. Por designios del guion, la tripulación cuenta con el Capitán Más Burro de la Galaxia (Billy Crudup,) y aterriza en el planeta desconocido como quien se va de camping (aunque con armas). A pesar de estas muestras de flojera de parte de los guionistas, la película remonta, gracias no solo a la eficaz dirección de Scott, que genera climas inquietantes y escenas de acción vistosamente orquestadas. La dirección de arte, el montaje y la musicalización expanden el cuadro. Y el carisma y la entrega del elenco le otorgan una intensa dimensión dramática. Katherine Waterston, una Ripley emocionalmente fracturada, y Michael Fassbender, en dos papeles similares pero diferentes, los androides David (de la nave Prometheus) y Walter, el sintético a bordo de Covenant, están en lo alto. Alien: Covenant funciona. Y, muy especialmente, funciona como parte de una cadena que conduce a la historia donde empezó todo.

    Alien: Covenant. EEUU, 2017. Dirección: Ridley Scott. Guion: John Logan, Dante Harper, a partir de una historia de Jack Paglen y Michael Green. Con Katherine Waterston, Michael Fassbender, Demián Bichir, Danny McBride, Billy Crudup, Carmen Ejogo, James Franco. Duración: 123 minutos.

    Vida Cultural
    2017-05-11T00:00:00